5. Desazón

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Llegué alterada al encuentro con mis amigos

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Llegué alterada al encuentro con mis amigos. Al ver mi cara empezaron a dispararme preguntas sobre lo que había pasado con Nicolas y me contaron que ya se había empezado a murmurar por toda la secundaria que él y yo estuvimos solos en el segundo piso. Ya se imaginarán lo que se estaba diciendo de mí y de lo que supuestamente hicimos los dos en aquel lugar.

—Soy una estúpida, sabía que hablarían de mí si subía con él —dije, desanimada, mientras me sentaba junto a mis amigos en las gradas del patio principal.

—Tienes que contarnos lo que hicieron —soltó Diana juguetona, dándome empujoncitos en el brazo.

—¡Ya les dije que nada! Nicolas es un paranoico de mierda, empezó a gritarme como loco solo porque conocí a su padre —me quejé, rodando los ojos.

—¡¿Volvieron a pelear?! —chilló Daniel. Lo miré desconcertada—. Sí, ya me enteré del chisme, Art —añadió él al ver mi expresión, para después darle un mordisco a su sándwich.

—Amiga, no puede ser que hayan hablado dos veces en toda su vida y que las dos veces hayan terminado en una pelea —se burló Diana.

—No empiecen. Nicolas es un insoportable y no quiero hablar más de él, ¿podemos cambiar de tema?

No les iba a dar los detalles de la pelea, no quería otro desplante suyo reclamándome «por qué había hablado sobre él con mis amigos». Estaba furiosa; solo quería olvidar el tema, relajarme y disfrutar de los pocos minutos de descanso que me quedaban. Pero, a medida que pasaban los minutos, me empezaba a sentir un poco rara respecto a Nicolas; el enojo se estaba disipando o, más bien, se estaba transformando en otra cosa. No sabía explicar qué era eso que sentía, pero puedo decir que no era nada agradable. Quizás era culpa, no estaba segura.

—¡Hola! —Apareció Luciana de la nada, interrumpiendo la conversación y haciendo que todos nos sobresaltásemos. Daniel y yo reímos por el brinco que pegó Diana, ella nos lanzó una mirada asesina que nos hizo reír aún más—. ¡Lo siento! —se disculpó la castaña con preocupación, mirando hacia mi amiga.

—Hola, Lu, ¿qué noticia traes? —le dije, intentando que no se sintiera incómoda.

—Artemis, sí, mmm... Lo que pasa es que este fin de semana voy a dar una fiesta de cumpleaños. ¡Lo celebraré a lo grande! Será en la casa de campo de mis padres y, pues, quería invitarlos —anunció, intentando sonar entusiasmada, yo la noté algo nerviosa—. Esta tarde les llegarán las invitaciones, tienen hasta mañana para confirmar su asistencia.

—¡Genial! —celebró Daniel—. A este cuerpito ya le hace falta alcohol y destrucción, los preuniversitarios me están matando.

Él tenía planeado estudiar medicina desde que estábamos en la primaria, pero lo que no sabía en ese entonces es que, para lograrlo, tendría que estudiar el doble que los demás. Los preuniversitarios le consumían la vida, eran una tortura y no se cansaba de repetirlo cada vez que podía.

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