22. Mariposa

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Cuando bajé del taxi me encontré frente a un bar que alumbraba su entrada con luces neón azules y lilas

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Cuando bajé del taxi me encontré frente a un bar que alumbraba su entrada con luces neón azules y lilas. En la puerta, que era bastante pequeña, estaba el guardia de seguridad; en cuanto me dispuse a entrar, me impidió el paso pidiéndome la identificación. Se la mostré y sin prestar mucha atención me abrió la puerta de aquel lugar.

Ya dentro me encontré con un largo pasillo oscuro alumbrado tan solo con tenues luces rojizas; debo decir que no inspiraba mucha confianza. Al fondo se escuchaba música, como si se tratara de un eco. Seguí el sonido caminando con cautela, hasta que al final de aquel pasillo me encontré con una mujer que, sentada detrás de una pequeña mesa, me observó con una expresión intimidante.

—Entrada —soltó con un tono monótono y sombrío en la voz.

—No... no tengo —respondí negando con la cabeza y sintiéndome algo intimidada.

—Solo se puede ingresar con entrada —dijo malhumorada.

—Bueno, dame una.

—Treinta pesos —me pidió con brusquedad.

Después depositó en mis manos un papel que había cortado de un talonario bastante cutre. Saqué el dinero de la mochila, se lo entregué y así por fin pude entrar al bar. El aire era pesado, olía a alcohol y tabaco; había bastante gente y el sonido de la música que salía por los altavoces me palpitaba en todo el cuerpo. Busqué a Luna entre la multitud, pero no podía ver nada. Empecé a deambular por el lugar, tardé un minuto o dos en por fin divisar a una rubia que estaba sentada en una mesa alta, cerca del escenario, que supuse que sería ella.

Me acerqué al lugar abriéndome paso a codazos; cuando logré llegar hasta adelante del todo, me sentí aliviada al corroborar que la chica sí era Luna.

—Hola —saludé entre jadeos. Hacía mucho calor.

Luna y una chica morena con rastas pelirrojas viraron hacia mí al mismo tiempo.

—¡Hola! —chilló la primera—. Ven, siéntate —me pidió señalando el sitio que estaba a su lado.

—Artemis, ¿verdad? —preguntó la morena.

—Sí —respondí esbozando una sonrisa mientras intentaba sentarme en la silla alta.

Esos asientos siempre eran un conflicto: estaban demasiado altos para mi estatura y se tambaleaban siempre que intentaba treparme. Las dos chicas se rieron al verme luchar contra aquel monstruo de cuatro patas.

—Soy Celeste —se presentó la pelirroja—. Qué bueno que hayas podido venir.

—Sí, Art. Si tan solo hubieras llegado diez minutos antes, alcanzabas a oír la última canción; tienes que escucharlos algún día, son impresionantes. Igual, me encanta que estés aquí.

—Mierda, hubiese querido llegar a tiempo —protesté sintiendo culpabilidad por haberme retrasado por haber estado esperando a Nicolas—. Pero dime una cosa, si ya acabaron de tocar, ¿dónde está la banda? Quiero pedirles un autógrafo —pregunté entre risas mientras buscaba a Adrián entre la multitud.

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