31. Lapsus

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—Amor, no hagas las cosas más grandes de lo que son. Entiendo que es una situación delicada para ti, pero el estúpido de Julián siempre hace este tipo de bromas. Te aseguro que ni siquiera sabe que le estás escondiendo todo lo de la Facultad de Arte a tus padres; apuesto a que solo piensa que la carrera te avergüenza o algo así. No le des razones para que se dé cuenta de que esto es más importante de lo que cree —me dijo Nicolas en un intento de hacerme salir del cuarto de invitados de la casa de Antonella, donde me había refugiado ante la desesperación de no saber qué hacer con la situación. Él me había escuchado atento cuando le conté mi secreto, sin embargo, no parecía entender la importancia que yo le daba.

—No me siento bien, no quiero estar ahí afuera con ellos; pueden decir algo que me haga flaquear por mi bocaza y mis nervios. Mis padres se enterarán de todo por la mañana; no puedo dejar que eso ocurra, no puedo... ¿Entiendes? —le expliqué sintiendo el corazón latiendo a mil.

Mi cabeza daba vueltas a la idea de encontrar la forma de irme sin armar un revuelo que perjudicase a mi familia.

—Estás sobrepensando las cosas, corazón —dijo preocupado—. Te juro que ellos no tienen ni la más mínima idea de todo este lío que tienes con tus padres y la Facultad de Arte.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté frotándome el brazo con nerviosismo.

—Porque los conozco. En serio, ese idiota solo quería jugar un poco contigo, nada más —insistió acercándose a mí y tomándome de las manos.

Nicolas sonaba seguro, pero las palabras de Julián retumbaban en mi cabeza: me había dado a entender que, a pesar de ser amigos cercanos, también eran reservados con algunos asuntos. ¿Y si él lo sabía todo y no se lo había contado a nadie? En ese momento no podía estar segura de nada; me sentía agobiada de solo estar en esa casa.

—No me encuentro bien, Nicolas, creo que me quiero ir a casa. No voy a poder estar con ellos y actuar como si nada. Mira nada más cómo estoy —dije subiendo mi mano y mostrándole como temblaba descontroladamente por los nervios.

Él frunció el ceño y se pasó los dedos por el pelo mientras lanzaba un suspiro impaciente.

—Estás exagerando. ¿Cómo puedes ponerte así por una broma? Amor, en serio, no pasa nada. Yo estoy aquí para lo que necesites. Si quieres, hablo con Julián y le digo que no mencione más el tema; aunque es un cabrón, entenderá que se ha pasado de la raya y, al menos por el respeto que me tiene a mí, te dejará en paz.

Sentía que en cualquier momento iba a perder la paciencia conmigo. Nicolas se solía poner nervioso con facilidad y más cuando se generaba una situación que no podía controlar. Parte de nuestro pacto había sido que él intentase entenderme y se pusiera en mi lugar; durante las últimas semanas lo había logrado casi a la perfección, pero aquel día yo estaba al borde un ataque de ansiedad.

Cuando pronunció esas palabras, supe que su aguante y paciencia estaban llegando al límite. Lo podía ver en su manera de apretar la mandíbula, en como sus fosas nasales se abrían y cerraban con más amplitud y rapidez de lo normal, en el modo en que mantenía sus ojos tenaces fijos en los míos. Su mirada me transmitía tanto impulso contenido que, al encontrarme con ella, me ponía cada vez más nerviosa.

—No me estás escuchando, Nicolas —reclamé—. No estoy bien. Me quiero ir de aquí.

Su semblante me lo dijo todo: acababa de cruzar esa línea.

—Artemis, no seas tan inmadura; tienes que asumir lo que hiciste. En el momento que decidiste mentirles a tus padres, ¿no pensaste que algo como esto podría ocurrir? Es decir, estás yendo a la universidad donde ellos van a trabajar, conocerán a medio mundo ahí, ¿en serio no se te ocurrió que podría haber riesgos en tu plan? —cuestionó con impaciencia. Noté que su tono de voz se había tornado más grave e inquisitiva.

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