45. Desconocidos

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Durante todo el camino a casa de Nicolas, estuve preocupada por la discusión que había tenido con Adrián, mi cerebro no lograba determinar si las cosas entre nosotros estaban bien. En cuanto colgué el teléfono a mi madre, me despedí de él y recibí como respuesta un solo movimiento de cabeza.

Las manos me sudaban y el nudo en mi garganta no había desaparecido, saqué el teléfono con desesperación en cuanto aparqué el coche, esperando encontrar algún mensaje de Adri, pero no había nada.

Aunque sabía que no habíamos tenido la peor de las discusiones, sentía que algo entre nosotros había muerto y no me gustaba para nada esa sensación, así que, en un intento de apaciguar mi enorme inquietud, decidí llamarlo: esperé y esperé, pitido tras pitido, no contestó.

Empezaba a sentir pánico, no podía permitir que se aleje de mí, en ese momento él era lo único bueno que tenía en mi vida, era la única persona que me entendía; llamé por segunda vez, los pitidos volvieron a sonar uno tras otro, hasta que por fin escuché su voz del otro lado, la sola vibración de sus cuerdas vocales me llenó tranquilidad por un instante:

—Art ¿Está todo bien?

Me asustó que su tono sonase tan neutro.

—Sí, creo que sí —respondí con la voz algo entrecortada—. Solo quería, no sé, asegurarme de que estamos bien, es que tengo la sensación de que no es así.

Hubo un silencio momentáneo que sentí eterno.

—Está todo bien, tranquila —respondió condescendiente.

A pesar de que sus palabras decían una cosa yo sentía que estaba evitando decirme la verdad.

—¿Aún quieres que nos distanciemos? —me atreví a preguntar.

Me reproché de inmediato por sonar demasiado desesperada, era lo que menos quería.

—No lo sé. —Se me estrujó el corazón—. Preferiría dejar que las cosas respiren un poco, ya sabes, antes de volver a hablar sobre esto.

—Adri, te juro que tengo las cosas claras y sé lo que quiero.

La desesperación me brotaba por los poros, odiaba actuar así, me sentía tonta y vulnerable, pero en ocasiones, era algo que no podía evitar por más que quisiera.

—Bien, pero yo quiero pensarlo un poco ¿sí? Y no lo digo de mala manera, no hay ningún problema entre nosotros, de verdad, solo dame un tiempo.

Su forma de hablar era amable y notaba que de verdad quería causar el menor daño posible, pero fue inevitable que me sintiera lastimada, no lo culpé por eso, decidí fingir que entendía, aunque no lo hacía, no iba a rogar más, sería demasiado doloroso recibir otro rechazo.

—Está bien, háblame cuando termines con ese dialogo interno —dije intentando que no se me note la voz quebrada.

—Así será Etoile, nos vemos. —Colgó.

Me percaté de que me sentía peor que antes, intenté recomponerme tomando un largo suspiro y luego me dirigí a la puerta de la casa de Nicolas, toqué el timbre, esperando encontrarme con su madre y no con él. La puerta se abrió a los pocos minutos, para mi sorpresa, del otro lado apareció Julián, con una enorme sonrisa pedante, me causó un repelús instantáneo.

—Artemis —dijo eufórico.

—Hola —respondí cortante—. Estoy buscando a Amelia.

—Creo que no está, pero en seguida viene tu amorcito.

Aún seguía sin perder esa estúpida sonrisa y yo quería salir corriendo.

—No lo llames así —escupí empezando a perder la paciencia.

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