Diario 140 y 141.

103 27 23
                                    

Propiedad de Daniel H

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Propiedad de Daniel H. No tocar.

"La gota que derramó el vaso".

La ciudad, los habitantes de ella están locos de remate. Según la costumbre electense es en la segunda semana de los meses cuando se hace la despensa, pues es en esos días cuando se entregan los sueldos. Cuando todo comenzó, cuando nos quedamos aislados del mundo, la gente estaba en las últimas, con poca comida y dinero. Ahora, sin más recursos entrantes, y al verse tan distante que salgamos de esta situación, la gente empieza a hacer cosas desesperadas para asegurar su supervivencia.

Hablo de cosas como robo a mano armada, asesinato. La gente se está uniendo para hacer un mega-saqueo y atacar al poco orden que queda. Eso no hace más que aumentar mis nervios.

Pero debo contar lo que pasó. No por nada tengo este diario.

Hacía guardia en la zona que me habían asignado. Era un nuevo trabajo tras el incidente en el Centro. Solo hacía lo que dijeron. Vigilaba, solo eso.

De la nada, salió un loco con un ladrillo en la mano. Corrió hacia mí. Le dije varias veces que se alejara, que se detuviera, que estaba armado, y si trataba de hacer algo tenía permiso de disparar. Él no me hizo caso... era algo tan sencillo. Solo tenía que haberse alejado, haber buscado a alguien más para robarle todo lo que traía. Pero no lo hizo.

Creí que lo haría, y cuando menos me lo esperaba y sin poder hacer nada, el hombre me había dado un golpe en la sien izquierda que me tiró al suelo. No reaccioné a hasta varios segundos después.

Aquel completo extraño estaba arriba de mí, y ya tenía en ladrillo alzado para volver a golpearme. No podía pensar con claridad, sentía tanto dolor, tanto que era imposible recordar cómo se sentía que no me doliera infernalmente la cabeza.

Traté de aclararme la mente, si no hacía algo el hombre pronto me dejaría inconsciente. Pero antes de intentar cualquier cosa "pum", otro golpe en la cabeza. Mi mente solo podía pensar en el dolor. El siguiente golpe fue casi al instante.

No podía ni mirar al hombre, todo era un revoltijo de cosas sin sentido dentro de mi mente. El único pensamiento lógico que pude formar fue "este hombre va a matarme". La idea quedo nadando entre mis pensamientos desordenados, hasta que por fin cobró sentido para mi cabeza herida.

Este hombre va a matarme. Un miedo tremendo se inundó en mi ser. Ese hombre iba a matarme. No podía permitirlo, todo menos morir. Ese hombre va a matarme. Si moría sabía a dónde iría. Este hombre va a matarme. No estoy dispuesto a cumplir esa sentencia. Este hombre va a matarme. No no podía permitirlo.

Con el poco control que alcanzaba a tener sobre mi cuerpo, logré lanzar al hombre. Me subí arriba de él, lo tomé por los hombros y lo estrellé contra el suelo.

Agarré el ladrillo, y lo golpeé en la cabeza una y otra vez. Una extraña ira se había asentado en mí, ¿cómo se atrevía a tratar de matarme? Poco a poco el hombre dejó de luchar. Dejó de moverse. Dejó de respirar. No sé qué tan rápido murió, cuanto tarde en asesinarlo, pero después de un rato que hubiera dejado de moverse el cansancio se apoderó de mí. Mis pensamientos empezaron a volverse más claros.

Miré mis manos y estaban manchadas de sangre, el ladrillo estaba en gran parte destrozado y no parecía posible que alguna vez haya sido color naranja. No caí en cuenta de lo que había hecho hasta que miré abajo.

Su cara estaba destrozada, seguro le rompí varios huesos. Era un revoltijo rojo de deformidades. Sus ojos estaban abiertos, sus pupilas daban hacia mí, pero no me miraban más, perdidas en un completo vacío. Noté como su pecho ya no subía ni bajaba. Como había dejado de patalear. Como sus manos dejaban de apretar con fuerza mis brazos para que me detuviera. Me levanté, mi uniforme también estaba manchado.

Me asusté mucho. Yo le había hecho eso a ese hombre. Yo soy un asesino. No era la primera vez, pero jamás había sido tan obvio. Traté de contener mi grito con mis manos por si alguna de esas criaturas se acercaba, pero cuando mi piel estuvo en contacto con la sustancia que le había dado un nuevo color, me quité las manos de la boca.

Me agarré la cabeza, tratando de pensar. Caminé de un lado a otro, pero no sabía qué hacer. Escuché un ruido lejano, ¿y si era una persona?

Pensé en llevarme el cuerpo a donde nadie lo pudiera encontrar, pero sería demasiado peligroso.

Poco a poco, fui dándome cuenta de mi horroroso dolor de cabeza. Me fui del lugar. Con suerte, nadie pensaría que fui yo.

Llegué al cuartel de la misión, y me bañé dos veces. A pesar de que la sangre ya no está allí, cada vez que veo mis manos solo capto manchas rojas.

La culpa me está corrompiendo como un potente ácido en mis intestinos. No sé que hacer. No quiero esto, esta clase de vida no la quiero. Necesito hacer algo, de otro modo creo que este ácido también va a acabar con mi cerebro... con mis pulmones y corazón. Tantas cosas están pasando, es que ya no lo soporto. Si hubiera hecho lo que tenía que hacer tal vez esto jamás hubiera pasado.

Ya no puedo seguir huyendo. Sé lo que me merezco por lo que hice y no quiero cumplir mi sentencia. Soy en pecador, pero no quiero ir al infierno.


Diario 141.

Crecí en un hogar cristiano. Realmente no fue así tan exactamente, al final yo solo tenía cinco años cuando mamá murió, después de lo cual papá, Mary y yo empezamos a ir a la iglesia.

Jamás me interesó lo suficiente. Eso de

arrepentirme de mis pecados, vivir para la gloria de Dios, cederle el control de mi vida... no era una idea que me agradara. Para nada. Yo quería vivir mi vida. Hacer lo que quisiera.

Si quería tomar alcohol quería tomarlo, si quería tener una novia quería tenerla, si quería hacer cosas con ella también. No quería que nadie me dijera cómo vivir. Ojalá alguien me hubiera sacado esa idea tan peligrosa y falsa de la cabeza.

La familia había quedado muy mal tras la muerte de mamá. Yo no la recuerdo, Mary dice que ella era como el sol para papá. Era muy duro para él trabajar y cuidar dos niños solo, aun así y a pesar de su dolor siempre hizo todo lo que pudo por no dejarme hacer lo que quería.

Odiaba a mi padre. Murió hace cinco años, jamás arreglé nada. En cuanto me hice mayor de edad me fui de la casa. Me volví soldado, pero nada fue como yo pensaba.

Ahora cuando veo mi vida en retrospección, odio cada decisión que tomé. Odio mi vida. Desearía haber hecho las cosas diferentes.

No puedo morirme, porque caigo en cuenta de todo lo que hice, de todo lo merezco. Quizá no pueda evitar mi propia muerte, pero alguien si puede cambiar lo que pasará después.

Ahora me he arrepentido, ya he creído. Ya no podía vivir más así. Aceptar al Señor Jesús como mi Señor y salvador fue la única buena decisión que tomé en toda mi vida. Una paz tremenda me invadió en ese momento. Algo cambió. Algo que había muerto, algo que siempre estuvo muerto, revivió.

También ahora sé otra cosa. Debo buscarla a ella, además de ser mi hermana también es cristiana, o al menos dijo serlo. Voy a encontrarla. No puedo hacer esto yo solo.

Cuando una Ciudad Despierta (#TA2021)Where stories live. Discover now