Día 25. Capítulo 33.

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Amelia

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Amelia.

Seguimos caminando por los tejados. Ya casi llegábamos, pero una figura se alzó entre las cimas de las casas. Era un hombre, estaba arrastrando una bolsa alargada. Nos paramos en seco al verlo. Al principio el hombre no pareció vernos, seguía jalando la extraña bolsa.

—Ernest —susurré.

—Amelia quédate detrás de mí —me contestó—, ¿entendido?

Asentí con la cabeza. En eso, el hombre se irguió completamente dejando ver que su camisa estaba manchada en sangre. Nos saludó con sus manos ensangrentadas desde donde estaba, con una sonrisa de par en par.

Me paralicé, no sabía como reaccionar. Soy una fanática del terror, y había visto muchas películas de gente loca, psicópatas y asesinos, él tenía la misma apariencia de uno de ellos.

Sin previo aviso el hombre empezó a caminar hacia nosotros como si fuéramos amigos de la infancia.

—¡Oiga! —le gritó Ernest al hombre—. ¡No se acerque!

Mientras más caminaba noté que tenía un enorme martillo en la mano.

—¡Le dije que no avanzara! —volvió a gritar Ernest, estaba nervioso. Tomó su pala con fuerza.

—Necesito ayuda —dijo el otro hombre con una tranquilidad anormal en la voz.

—¡Deje de moverse, por todos los cielos!

Ernest alzó la pala listo para atacar de ser necesario.

El otro hombre tiró su arma al suelo. Se puso de rodillas ante nosotros y luego cayó. ¿Estaba herido? Ernest y yo nos miramos un par de segundos con escepticismo, pero sin más nos acercamos al hombre para ayudarlo.

Después de eso todo es confuso. Algo nos hizo ese hombre en aquel tejado, realmente no estaba herido.


∞∞∞∞∞∞∞

Mi siguiente recuerdo fue despertar en un lugar frío, tan frío como algo en Electos podría llegar a serlo. Era una habitación casi completamente vacía, pintada de un gris diluido, como todas las casas electenses. Solo había una mesa llena de herramientas para la jardinería, de construcción y quirúrgicas. Yo estaba amarrada a una silla con soga. Mi torso, mis manos y mis pies.

La confusión fue lo primero que aquel hombre parado enfrente mío vio en mi mirar. Los ojos de él a diferencia de los míos mostraban no más que felicidad, aunque no sonreía. Solo me observaba y esperaba, con su perverso brillo en los ojos. Me volteé para no verlo, pero seguía sintiendo su fija mirada.

Entonces aquel otro desdichado se despertó. Se fue alejando de mí, muy lentamente pero sin dejar de mirarme. Hasta que llego hacia donde mi prometido estaba, y comenzó aquel extraño juego con él también.

Cuando una Ciudad Despierta (#TA2021)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora