Diario 144.

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(Antes de empezar, te recomiendo poner la música).

(Antes de empezar, te recomiendo poner la música)

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Propiedad del soldado Daniel H. No tocar.

"De nada sirvió odiarla".

Habían pasado dos días, Amelia seguía sin despertar. No podíamos saber con exactitud qué era lo que le estaba ocurriendo, pero nuestras esperanzas se perdían.

Tanto pesaba la culpa en mi corazón, que sentía que este iba a parar en mi estómago. Ya ni si quiera recuerdo porque la odiaba tanto, pero aún así no quise perdonarla del todo.

"Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros".

Ese versículo rondaba por mi cabeza todo el día. Tan rebelde había sido, culpé a Dios por todo, y a sabiendas lo desobedecí. Aún así, Dios me perdonó. Tan sordo y terco era que tuvo que encerrarme en una ciudad llena de criaturas malignas para que por fin me rindiera. Todo eso, el más vil de los viles, y Él lo perdonó todo. Aún así, yo no quería perdonar un daño tan antiguo.

"Lo que me hizo fue imperdonable", "no merece mi perdón", "creo que ni siquiera le importa", me repetía para callar la voz que me decía que lo perdonara. Pero todas esas palabras podrían ser también de mí, aún así Dios me había perdonado, y para eso Cristo tuvo que morir por mí.

Ahora después de todo lo que había sucedido tal vez ni siquiera pueda decirle que la perdono. Tal vez jamás nunca pueda volver a decirle algo.

"¡NO! ¡TU NO SABES NADA! ¡TU JAMÁS HAS SABIDO NADA! ¡NI AHORA NI NUNCA! No puedo creer que te di una oportunidad..."

Eso fue lo último que le dije.

Me sentía tan culpable de no haberla perdonado antes, como sabía que debía hacer. Creí que allí terminaría todo, que así quedarían las cosas para ambos. Era el día que me tocaba cuidarla, me quedé dormido, mientras ella seguía igual.

A la mañana noté el movimiento en la cama y desperté. Entonces la encontré, despierta.

—Amelia estas despierta —dije somnoliento, pero asombrado.

—Buenos días —me respondió, al parecer no sabía que más decir.

Me acerqué y le di un fuerte abrazo. Ella se asombró. Que yo recordara jamás le había dado un abrazo y menos con tanto cariño. Al final, me devolvió el abrazo.

—Dani, ¿estás bien? —me preguntó. Mis ojos estaban rojos.

—Es que no puedo creer que despertaras —le contesté, volviendo a mi tono monótono de siempre—. Empezaba a creer que no lo harías.

—Dios me cuidó.

Mis ojos se abrieron.

—Al fin entiendes, ¿no?

—Si, tenías razón —me sonrió—. Por cierto, no me tomé el tiempo de agradecerte por darme la Biblia. De verdad gracias, creo que me salvaste la vida.

—No, yo no te salvé. Fue Dios.

Por un tiempo, nos quedamos sentados en el borde de la cama en silencio, pero no era un silencio incómodo. Tenía que decirle.

—Amelia... —empecé—, yo realmente lo siento.

—¿Por qué? —preguntó mientras fruncía el ceño.

—Nunca debí negarte el perdón —mi voz estaba cargada de culpa—. Tanto que Dios me perdonó, y yo no fui capaz de hacer lo mismo... —guardé silencio unos instantes—. Cuando te encontramos después de lo de las criaturas, creí que te perdería. Yo no podía con la culpa de saber que jamás te dije que te perdonaba.

Se quedó en completo silencio.

—Te perdono —dije finalmente.

Me abrazó nuevamente.

—Hay veces que no te reconozco —dijo con la voz a punto de quebrarse—, pero me alegra.



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¡Hola! Reportándose su autora favorita o no.

En fin, solo quería darle crédito a Alexis Escoto. Este capítulo no estaba planeado, pero después de la reunión de jóvenes de hoy, quise tomarme el tiempo de contar más acerca del perdón, y pues quien habló de esto fue Alexis Escoto. Probablemente nunca lea esto, pero de igual modo quería decirlo.

Cuando una Ciudad Despierta (#TA2021)Where stories live. Discover now