Día 25. Capítulo 31.

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Amelia

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Amelia.

Después de un día eterno, lleno de dudas y miedo, llegó el 25 de noviembre de 2221. Nuestro último día dentro de esa pesadilla.

Me levanté más temprano de la hora planeada. Me recosté en la cama unos segundos más. Mi cabeza daba vueltas y sentía gran debilidad. Todo lo que se podría esperar. Traté de levantarme, con un buen esfuerzo lo logré y empecé a vestirme. Pantalones negros, camisa negra, guantes y mis botas militares. Gracias a la gran tecnología de Electos no necesitábamos tener grandes cantidades de ropa para estar bien abrigados. Me cepillé el pelo y me hice una cola de caballo, aunque un par de mechones se escaparon hacia mi frente. Jamás fui buena para peinarme, pero ese día no quería que mi gran masa de cabello estorbara.

Aunque ya estaba lista volví a sentarme en la cama. Cerré los ojos con fuerza, esa sería la primera vez, que iba hacia el peligro en lugar de huir de él, o esperar que llegara por su propia cuenta. Tantas cosas podrían pasar, todos podríamos acabar muertos al final. Lo único que sabía era que después de ese día todo cambiaría... para bien o para mal.

Me acerqué a la puerta, y noté como dos personas hablaban afuera.

—A ver —dijo una voz monótona—. Vuélveme a decir porque no es una completa locura hacer lo que estamos por hacer.

—Técnicamente la herida de Amelia no se puede abrir —empezó a decir una voz que hablaba muy rápido—, y las plaquetas después de un tiempo son rechazadas por el cuerpo, por lo que de igual forma pronto tendríamos que irnos. El plan está hecho y tenemos armas. Ya no tenemos comida y nuestro refugio no es seguro. Ya no hay tanta gente en la ciudad, todo parece estar desierto. No obtendremos ayuda de afuera, es un hecho. En conclusión, todo, todo por lo cual he estado esperando desde que se me ocurrió la idea de escapar esta sucediendo.

—No deberías sonar tan emocionado.

—Sin importar lo que haya pasado sigues tratando con un nerd, friky, que le gustan las teorías conspirativas y los libros de aventura.

—Esta bien —dijo la voz de mi hermano suspirando—. De todos modos, ya no quiero estar más aquí.

Oí las pisadas que se alejaban de cerca de la puerta, y entonces salí. Ahora los tres estaban en el comedor en un silencio sepulcral.

—Te estabas tardando —dijo Ernest tratando de mostrar un poco de entusiasmo.

—Perdón.

—¿Tienes lo que te di?

—Ya traigo la faja, tengo mis medicamentos —empecé a enumerar con desgano—, y la inyección de adrenalina.

—Bien, parece que ya llegó la hora —dijo Dani sombríamente—. Amelia tu bate aún sirve.

Me acercó mi bate lleno de clavos que ahora tenía un gran pico. Ahora era incluso más peligroso.

—Vámonos —volvió a decir mi hermano acercándose a la puerta.

Cuando una Ciudad Despierta (#TA2021)Where stories live. Discover now