Epílogo.

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(Antes de empezar, te recomiendo poner la música).

(Antes de empezar, te recomiendo poner la música)

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Amelia.

—Mira papá, que bonito es —decía el pequeño niño sobre los hombros de su padre.

Las flores caían desde los techos de las casas como si llovieran. Era tan lindo, no podía creer que en un desfile como ese alguna vez cosas tan terribles hubieran sucedido, pero así fue, hace diez años.

—Mamá, mamá, —me dijo el niño al que llamamos Daniel—, ¿si ves las flores?

Solo tenía seis, tenía la misma cara de su padre.

—Papá, ¿puedo tomar una? —preguntaba el pequeño, a quien siempre le gustó hablar mucho.

—Claro —le respondió Ernest, mi esposo y su padre.

Yo también tomé una de esas flores y con ella acaricié la cara de la pequeña en mis brazos. Mary es morena como yo. Es tan pequeña, siento que con solo tocarla podría quebrarla. Ella no sabía lo que pasaba, pero igual parecía contenta.

Volví la mirada hacia en frente, y vi la emoción en la cara de mi hijo. Él aún ni siquiera sabía porque nunca antes habíamos ido a un Desfile de Unión, todo era tan fantástico para él. Pero en cuanto dejaron de caer las flores un grito de escuchó, me alarmé por un segundo, hasta que me di cuenta de que no era más que un grito de felicidad.

Aún con todos nuestros esfuerzos por venir allí no pudimos terminar de ver el desfile.

—Pero, ¿por qué nos vamos? —preguntaba Daniel cuando nos subimos al auto.

—¿No quieres ir a ver a tu tía Maggie? —preguntó Ernest, empezando a conducir.

Ella junto con su esposo y su hermana estaban en nuestra casa, hacían de comer. Maggie aún no estaba lista para ir de nuevo, aún con todos esos años.

Finalmente llegamos a la casa, una casa de campo a las afueras de las grandes y ordenadas ciudades.

—Tía, tía —gritaba el energético niño aún con su juguete del Capitán América en la mano—, no vas a creer lo que pasó.

Maggie tomó al niño en sus brazos mientras seguramente le preguntaba "¿qué pasó?" con su calmada voz.

Mariana se nos acercó.

—¿Quieres que te ayude con la niña? —me preguntó, ella amaba los niños.

—Si, gracias.

Ernest y yo nos quedamos mirando la casa y como nuestro hijo jugaba con su otro tío: Carlos. Suspiré abrazándolo.

—Quien diría que todo eso pasó en un día como hoy.

—A veces solo parece un sueño... Ven, entremos a la casa. ¡Lo logramos! Sobrevivimos a otro desfile. Además, tengo hambre.

Me dio una vueltecita con su mano, y finalmente entramos a la casa.


.∞∞∞∞∞∞.

La vida no volvió a ser la misma. Lo supe desde que fui esa joven chica asustada hace diez años. Ya ni siquiera puedo limpiar toda mi casa antes de que me tengan que llevar al hospital. Poco tiempo después de salir de Cunningham me diagnosticaron con fatiga crónica. Ernest ha insistido por años en que contratemos a alguien para que me ayude, pero yo siempre me he negado.

Mi mente tampoco es la misma. Jamás en estos diez años he sido capaz de volver a ejercer mi carrera. Cada vez que veo a alguien enfermo recuerdo los cuerpos tirados en las nevadas calles. Simplemente no puedo hacerlo.

Pero no todo a sido la marmaja que quedó de la vida, Dios a sido bueno. Encontramos una iglesia, y al final, aquellas palabras tan soñadoras de Ernest se cumplieron, la granja, el matrimonio, los hijos...

Dios fue bueno cuando nos encerraron en aquella ciudad hace diez años, Dios fue bueno después, y sé que lo seguirá siendo.

Entonces, ya no queda nada que decir, finalmente...

Fin.

Cuando una Ciudad Despierta (#TA2021)Where stories live. Discover now