Día 13. Capítulo 22.

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Amelia

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Amelia.

—¿Qué hacemos? ¿Cuánto tiempo tenemos? —podía sentir como mi ritmo cardíaco se aceleraba.

—No lo sé —respondió Ernest, obviamente también estaba muy nervioso.

Empezó a caminar de un lado a otro.

—El cuarto de pánico —dijo chasqueando los dedos—, hay un cuarto de pánico en el edificio. Antes de que lleguen, debemos escondernos allí. Será lo más seguro.

—Esta bien, le diré a Dani.

Ernest salió de la casa en busca de cosas en su departamento. Yo entré de nuevo a la habitación donde descansaba mi hermano.

—¿Qué pasa? —preguntó Dani, quién quería salirse de la cama.

—No te muevas.

—Hay que hacer algo, ya lo he visto. Van a atacar el edificio.

—Ernest cree lo mismo, pero tendrás que esperar por ahora.

—¿Qué? —preguntó enfadado—. ¿Por qué?

—Estas herido, no servirá de nada si después de todo tu pierna no sana.

—Eres cruel —meneó la cabeza y me lanzó una mirada de desaprobación.

—Entiendo como te sientes, pero cuando salgamos de esto y puedas volver a caminar como un ser humano normal me lo agradecerás. No te muevas, ¿entendiste? —dije acercándome a la puerta.

—No eres mi mamá —dijo con desprecio.

—Si se te olvidó mamá esta muerta, y yo soy tú hermana mayor, así que es lo más parecido que tienes a una madre.

Salí de la habitación.

Pronto Ernest llegó, y nos pusimos a trabajar. Guardamos todas nuestras pertenencias importantes en las mochilas. Comida, ropa, libros, incluso nuestros anillos de compromiso. Trajimos las armas y preparamos el martillo para Dani. No esperábamos tener que hacerle daño a nadie, pero si esas personas eran capaces de asesinarnos por medicamentos, ropa o comida ¿debíamos solo dejarnos morir? Aunque no estaba muy segura, con un bate lleno de clavos en una mano y con la otra ayudando a caminar a Dani salimos de mi departamento. Lo cerramos con llave con la esperanza de que nadie entrara en nuestra ausencia bajamos por las escaleras de emergencia, hasta llegar al sótano.

Allí, escondido tras los muebles de un armario, había una pequeña puerta de metal pesado. Todos los inquilinos del edificio sabían de su existencia. El cuarto de pánico era una gran bodega oscura y fría, aunque ninguna de las dos cosas estaban en el diseño original.

Bajamos y nos quedamos en la oscuridad, con la pesada puerta cerrada. Pocos segundos después, unos gritos demenciales nos alertaron. Podíamos escuchar los pasos toscos de mucha gente. El ruido de los cristales rompiéndose junto con todo lo demás.

Cuando una Ciudad Despierta (#TA2021)Where stories live. Discover now