Día 25. Capítulo 34.

84 24 19
                                    

Ernest

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ernest.

Después de todo lo que habíamos pasado para llegar allí, las tragedias siguieron. El carro del ejército había pasado las secciones sin problema hasta llegar a la zona de los cuerpos, pero como salido de la nada un carro nos interceptó. A la velocidad que íbamos el carro se volteó por completo, y yo, al igual que Amelia quedamos inconscientes.

No sé exactamente cuanto tiempo pasó, pero para cuando desperté seguía vivo y no me habían comido, por lo que no debió ser mucho tiempo. Miré a mi alrededor, al frente se podía ver la enorme pila de cuerpos amontonados y decenas de criaturas gustosamente comiendo. No me animé a respirar profundamente, pero aún así el olor a podrido ya me había mareado.

Volteé a ver a Amelia, ella también parecía estar bien, aún seguía inconsciente, pero bien.

—Amelia, Amelia —susurraba mientras la mecía levemente.

Pronto abrió los ojos sobresaltada. Quizo hablar, pero le indiqué que no hiciera mucho ruido.

—Ernest, ¿qué pasó? —me preguntó.

—Chocamos —le respondí—, hay que salir de aquí. ¿Te lastimaste?

—No, creo que estoy bien, ¿y tú? ¿tú brazo y tu pierna?

—Estoy bien —le traté de sonreír. Realmente estaba bien, pero todo me dolía—. Escúchame, hay que salir de aquí antes de que las criaturas nos presten atención.

—¿Con qué nos vamos a defender? —preguntó. Nuestras mochilas y armas se habían quedado en la casa del loco. Apenas Amelia me había podido curar con lo que encontró a la mano en el carro.

—Hay que buscar algo, rápido.

Al final hayamos dos pedazos de metal que debieron formar parte del auto antes del choque. Así, por la parte trasera del auto salimos. La montaña de cuerpos humanos se veía mucho peor que detrás del roto vidrio del carro.

Era horroroso, cuerpos putrefactos y con partes faltantes. No parecía que aquella montaña tan alta que llegaba a los techos de las casas de doble piso fuera hecha de humanos. Era difícil creer que toda esa gente allí alguna vez lo fue. Con vidas, con amigos, padres, hijos, esposos, esposas, con trabajos, humanos normales. Era realmente increíble, no podía creerlo.

—Ernest —me susurró Am jalando mi camisa azul de manga larga—, Ernest vamonos.

—No, espera —le dije—. Necesitamos la placa, tenemos que pasar dos secciones para llegar a la central, ¿lo olvidaste? Solo quédate aquí, yo iré por ella.

—¿Qué? Espera...

Pero no teníamos tiempo que perder, con el mayor sigilo que pude tener, pues mi vida dependía de ello, me acerqué al auto. Daniel me había dicho que había un botón para desprender la placa, por si algo como esto pasara. Solo tenía que acercarme, apretar el botón que estaba detrás e irme. No era complicado, teniendo en cuanta todo lo que nos había sucedido en un solo día.

Cuando una Ciudad Despierta (#TA2021)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora