Capítulo 32

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Pasaron nueve años más, me encontraba limpiando el mesón de la cocina, haciendo tiempo para cuando termine la jornada de mi trabajo. La dueña del departamento entró y me miró sonriente, me viré hacia el lavado y escurrí el trapo finalizando por completo.

Suspiré cansada, había estado todo el día parada que no había tenido tiempo ni de orinar, mi vejiga pedía auxilio.

—Debería ir a descansar Señora Abbie —escuché que la señorita me dijo. —Gracias por haber venido todo el día, a mis invitados les fascinó su sazón, me pidieron su contacto y no duré en dárselo.

Abbie sonrió a tal gesto. —Muchas gracias, señorita. Entonces me retiro, cualquier cosa llama a mi hija mayor.

—¿No le gustaría tener un propio celular? —me cuestionó y negué.

—La tecnología y yo no somos compatibles, pero mi hija no tiene ningún problema en recibir mis llamadas.

Ella asintió en silencio y caminé con mi pequeño bolso en la mano. Al salir del edificio pude ahogar un chillido de frustración.

¿Por qué no fui al baño de invitados?

Camino como puedo hasta el estacionamiento, aprieto mis piernas mientras busco las llaves de mi auto, pero estas se cayeron y por la falta de luz, no podía encontrarlas.

—¿Necesitas ayuda? —si no apretaba mas las piernas, juraba que me iba a orinar.

Volteo para ver a Bills y niego. —Quiero hacer pipí.

Bills ríe y me hace una seña para que lo siga. Lo sigo con un tanto de recelo, era la primera vez que iba a ingresar a su casa.

Él me abrió la puerta y pasé. Era muy acogedora, había fotos de él y su hijo en la pared que era visible al ingresar. Me quedé quieta viendo una donde salían ellos y mi hija, ambos pequeños sosteniendo a mi tortuga.

Bills tosió captando mi atención. —El baño está a la vuelta de la izquierda.

Asentí al instante y corrí al lugar donde me dijo. Al terminar de hacerlo, sentí gran alivio. Creí que me iba a orinar en mis pantalones.

Salí en silencio y caminé hacia la sala, él estaba sentado mirando unas tabletas de pastillas.

¿Estaba enfermo?

—¿Te encuentras bien? —Bills alzó su mirada y lentamente negó. —¿Qué tienes?

—Eres a la ultima persona que no quisiera mentirle —soltó un suspiro y no dudé en acercarme al ver que sus lagrimas empezaban a caer. —Me estoy muriendo, Abbie y no lo quiero hacer antes de no ver a mi hijo por ultima vez.

Por una extraña razón, empecé a llorar.

—Dime que es una mentira —dije.

Bills me miró, sus cejas de unieron con tristeza. —Hubiera querido tener más tiempo. Al menos para poder seguir viéndote pasar.

—Bills, tú no —mi voz se entrecortó. —Tú no te vas a morir.

—Estoy enfermo desde hace años Abbie, solo no lo sabía. —suspiró —Sé que no hemos hablado desde hace años pero tengo la obligación de decirte que debes cuidar de mi hijo.

Negué —No lo digas, parece que te estas despidiendo.

—Lo hago.

—¡Pues no lo hagas! ¡No te vas a morir!

Nos quedamos unos minutos en silencio, veía su peso subir y bajar de una forma rápida, como si estuviera agitado. Entonces en ese instante miré fijamente todo de él.

Estaba delgado, pálido con moretones en sus brazos y parte del peso, sus labios estaban sin color y unas ojeras de a morir.

—Lupus —susurré.

—Sí.

Él me respondió.

—Bills...

—Abbie, abrázame.

No tuvo que pedirlo una vez más, sin pensarlo mis brazos rodeaban su cintura, sentí los huesos de su columna y sollocé.

—No me lo has pedido, pero quiero decirte que cuentas conmigo con lo que sea, ¿de acuerdo?

Sentí su cuerpo vibrar, sabía que también estaba llorando.

—¿Es mucho pedir que vengas todos los días?

Negué mirándolo. —No, no lo es.

Sus labios bajaron hasta mi rostro y fueron posicionados en mi frente dándome un beso, estaban fríos.

—Gracias.

Para él©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora