Prefacio

176 23 39
                                    

2057

Mientras abro las cortinas de la sala con ayuda de mi bastón, un viento friolento rebota en mis ventanas abriéndolas.

Me quedo observando —analizando— hacia arriba.

¿Ese será el viento de la muerte del que todos hablan?

Volteo mi vista, y suspiro suavemente al mirar a mi esposo, lee su periódico en su silla de ruedas.

La vejez duele. Más aun cuando quiero descansar, me siento tan casada y adolorida.

Pero no me quiero ir tan pronto, no sola. Quiero irme con él, siempre le he temido a la soledad y a pesar de las cosas que han pasado, lo sigo amando y no me veo terminando la vida sin mí viejito.

Tenemos más de cincuenta y algo de años de casados, sí, es un récord para las parejas que recién van iniciando una relación. Y al menos, estoy agradecido por ello.

Él y yo no somos la pareja perfecta, ni mucho menos tenemos un matrimonio de los que se ven en las películas de Hollywood.

¿Pero realmente las parejas perfectas existen?

Para conseguirla debemos de ser una persona con la que se tenga en común intereses personales, sociales y espirituales.

Eso me faltó y ya era tarde para arrepentirme, mi tiempo en el amor se había agotado y me debía de conformar con lo poco que había sembrado.

El dolor, culpa. Ira.

Sigo viendo a mi pareja y pienso. Tuvo errores, pero visualizo detrás de sus ojos y veo algo más que el universo, algo más que las estrellas y el espacio. Veo a un hombre de doble vida y pacífico.

Pero, aun así...

Necesito deshacerme de él.

No, no hablo de matarlo.

A mis ochenta y un años, aún puedo hacer cosas pero fáciles. La vejez me está consumiendo despacio y es el peor castigo que me he podido ganar.

Puedo escuchar a mi hija menor gritarme "mientras más vieja más buena te pones", suelto una risa recordándola.

No tuvo razón, tengo arrugas, pliegues y mis senos cuelgan hasta mi ombligo. Siempre he amado mi cuerpo, en todas sus etapas que tuvo pero cuando llegó a la final, solo mi mente piensa en una sola cosa.

La muerte.

Aunque la muerte siempre ha sido participe de mi dulce vida.

Dejo mi bastón en mi cuarto y me arreglo el cabello en el espejo. Noto más arrugas por debajo de mis ojos y piel seca en mis labios.

Niego admitiendo, no toda la vida iba a ser joven.

Salgo del cuarto de baño y me posiciono enfrente de él. Me mira por delante de sus anteojos viejos y decido hablar.

—Ya están por llegar, necesito privacidad con ellos.

—También son mis nietos —se quita los anteojos y cierra el periódico.

—Ella no había querido que te acercaras a ellos, debes entender.

—Mujer, soy un viejo sin nada que ofrecer a la vida. Al menos déjame convivir un rato con ellos.

—Cuando termine el día, ahora necesito que te encierres en el cuarto.

—Promete que me dejarás ver esta vez a mis nietos.

Suelto un suspiro.

—Lo prometo.

—¿Por ella?

Hay un silencio, lo miro tragar un nudo de saliva y aguantarse las lágrimas.

Para él©Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang