Capítulo 2

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El señor Roux había cumplido su palabra, días después se encontraban en otro pueblo, uno más decente. Iban a vivir en una casa rodeada del campo y unos cuantos metros a la ciudad.

Contenía lugares llamativos, repletos de visitantes de la parroquia. A los hermanos de Abbie les agradaba la idea de cambiar su estado económico, a ella también le alegraba verles una sonrisa.

Pero, aun no encontraba su felicidad.

Su cuarto ya estaba arreglado y decorado con las pocas cosas que tenía, Sally ya no dormía con ella, todos tenían cuartos diferentes.

Roux estuvo ocupando todo el dinero construyendo esa casa, aparte de las cosas personales que cada uno tuvo.

Su papá era el mejor.

¨Y el peor¨

Tuvo que pedirle perdón, un perdón que fue forzado. Su padre le mostró una sonrisa de superioridad y asintió dándole un abrazo.

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Esa noche, sus ojos estaban inundados de lágrimas y su corazón estaba totalmente roto. Había discutido con su papá, otra vez.

Pero aquella noche, todo para ella iba a cambiar.

Salió de casa con el mantel de la cocina en la mano, al estar a medio camino se dio cuenta de que era la primera vez que conocía el pueblo.

Un viento frio le recorrió las piernas, su falda de seda se alzó y ni siquiera le importó que alguien le viera las bragas.

Iba acabar con toda esa agonía.

No avanzó más, viró hacia el puente donde cruzaban los autos para ir al otro pueblo. Desató su cabello con desespero tirando la liga en el vacío. Su pecho dolía.

Daba saltos leves con cada auto que pasaba, algunos de ellos le gritaban cosas obsesas por utilizar ropa no adecuada a la noche.

Pero a ella no le importó, sus oídos estaban cegados.

Sollozó con fuerza, apretando su cuello y respirando con frecuencia. Pisó la barandilla y con su mano se apoyó subiendo todo su cuerpo al filo del puente.

Todos sus recuerdos pasaron por su mente de manera fugaz. Desde el día en que su mente cobró vida.

En todos se veía feliz, radiante. Pero solo ella sabía cuántas veces había tenido que fingir aquella sonrisa, llorar en el baño y colocarse hielo en sus ojos para que no se le note la hinchazón.

—Solo quiero ser feliz...

Murmuró para ella.

Alzó su primer pie y al estar en ese sitio no sabía si hacía lo correcto pero ya no había marca atrás.

Dejó un pie en el aire pero una voz la detuvo.

—¡No, no lo haga!

Abrió sus ojos y volteó su cabeza hacia ambos lados para buscar el origen de esa voz.

—¡Si usted salta, tendré la obligación de también hacerlo!

—Váyase, usted no me conoce. — Abbie miró hacia enfrente, le sudaban las manos.

—No, no me iré.

—Por Dios, que tipo mas nefasto. ¡Váyase!

—No señorita, no lo haré. Se lo repito, usted salta y lo hago también. —dijo desatando sus zapatos viejos, pero no se los quitó.

— Que ridículo — le respondió con una media sonrisa incrédula —Además, un verdadero hombre moriría con su amada. ¡Pero que hablo, esos hombres ya no existen! ¡Márchese, no lo conozco!

Para él©Where stories live. Discover now