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Días después, fue la primera salida a Hogsmeade. Madeleine y yo fuimos de las primeras personas que salieron del castillo y caminamos despacio hacia el pueblo, mientras ella me hablaba de Cedric.

—Es que no lo entiendo —decía, frustrada—, me dijo que varios de sus amigos pensaban que soy atractiva, pero no dice nada de lo que piensa él de mí.

—Creo que los chicos son difíciles de entender —dije, y resoplé—, deberías decirle lo que sientes, ¿no? Creo que no hay otra forma de saber si siente lo mismo o no.

—He pensado lo mismo, pero es que siempre soy yo la que se acerca a él, la que le hace conversación. Quiero ver si por una vez aunque sea, toma la iniciativa. Sabes que le temo a hacer el ridículo, y si no veo interés de su parte, creo que decirle lo que siento sería perder el tiempo, y de paso quedaría mal.

Se veía bastante frustrada, lo que me hizo sentirme aliviada de que no me gustara nadie. Llegamos al pueblo y entramos en Honeydukes, con la intención de comprar algunos dulces. La tienda comenzó a llenarse paulatinamente con los estudiantes de Hogwarts. Iba a tomar un paquete de varitas de regaliz, y accidentalmente golpeé a alguien que estaba a mi lado.

—Perdón —me apresuré a decir.

Era un hombre más o menos de la edad de mi tío Remigius, pero sus ojos eran de un tono de verde muy similar al de los míos. Primero me miró con confusión, y después con una mezcla entre curiosidad y emoción.

—¿Emily? —preguntó casi en un susurro, y su voz se me hacía extrañamente familiar.

Fruncí el ceño y di un paso atrás, sin comprender por qué sabía mi nombre. Iba a preguntarle quién era, pero habló primero.

—Yo... soy amigo de tu tío Remigius —explicó, rápidamente—, te vi un par de veces cuando eras niña.

Asentí lentamente mientras intentaba recordar si lo había visto antes, aunque me parecía que no, a la vez se me hacía conocido. Seguramente lo había visto alguna vez en casa, pues mi tío recibía bastantes visitas. Iba a murmurar una disculpa e irme, porque me sentía realmente incómoda, pero en ese momento apareció Madeleine y me tomó del brazo.

—¿Vamos? —preguntó.

—Sí —le dirigí una última mirada al hombre y pensé en despedirme para no parecer descortés, aunque no supiera quién era—. Hasta luego.

Él esbozó una afable sonrisa, casi paternal.

—Adiós, Emily —se despidió.

Mi prima y yo salimos de la tienda y nos dirigimos a las tres escobas. Ninguna de las dos dijo nada hasta que nos sentamos en una mesa con dos cervezas de mantequilla.

—¿Quién era ese hombre con el que hablabas en Honeydukes? —preguntó Madeleine, antes de darle un sorbo a su cerveza.

—No tengo idea —respondí, recordando aquel extraño encuentro—, me llamó por mi nombre y dijo que conocía a mi tío Remigius.

Mi prima se encogió de hombros y bebió otro sorbo.

—Mi padre conoce a mucha gente —dijo—, y tiene muchos amigos, alguno de ellos debe ser.

Asentí, mostrándome de acuerdo. Mi tío era un hombre muy sociable y con muy buenas relaciones con distintas personas del mundo mágico. Nuestra familia era una de las más antiguas de sangre pura, además de estar en los sagrados veintiocho, por lo que gozábamos de cierto prestigio, además de buena posición económica.

Cedric Diggory entró en el bar y al ver a mi prima, la saludó con la mano. Ella parecía estar a punto de desmayarse, pero guardó la compostura y le devolvió el saludo.

—Creo que voy a ir a hablar con él —dijo, se levantó y se fue.

Me dispuse a beber mi cerveza mientras mi prima regresaba, mirando a un punto fijo, perdida en mis pensamientos. El encuentro con aquel hombre me había dejado una sensación extraña que no lograba describir muy bien.

—¿Te dejaron esperando, Parkbey? —preguntó la voz de Riddle, con ese tono burlón que usaba para dirigirse a mí. Giré para mirarlo, estaba sentado a mi lado, mirándome con una mezcla entre diversión y lástima. Lo miré mal.

—Qué te importa —dije, con brusquedad.

—Iba a decir que compadezco a quien fuera a salir contigo.

Decidí darle un poco de su propia medicina, así que solté una carcajada sarcástica.

—Ya quisieras tú salir con alguien como yo.

No esperaba que yo le dijera algo como eso, porque aquella sonrisa desapareció lentamente de su rostro, y se quedó sin saber qué decir. Era extraño que no replicara, pero dejarlo sin palabras me causó una enorme satisfacción. Tomé la cerveza y bebí un sorbo corto, antes de volver a mirarlo.

—Tendría que estar muy desesperado o muy loco para querer salir contigo —dijo de repente, encontrando por fin algo qué decir.

Yo sonreí de nuevo y me encogí de hombros.

—No importa si algún día llegas a estar tan desesperado o tan loco, yo igualmente no saldría contigo.

Me dirigió una mirada altiva y se levantó para irse. Al menos había podido molestarlo un poco. Otras personas encontrarían aburridor el enfrentamiento que había entre nosotros, pero yo admitía que más que hacerme sentir mal, el intercambio de comentarios ofensivos y malas miradas, me divertía, le daba un toque interesante a mi siempre aburrida vida.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Where stories live. Discover now