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A la mañana siguiente, mi tía Clarissa y Madeleine salieron después del desayuno, pero no dijeron a dónde iban, lo que se me hizo un poco extraño. 

—Salieron porque yo necesito hablar contigo de un asunto muy delicado —explicó mi tío Remigius, al ver mi expresión.

De inmediato, comencé a preguntarme qué sucedería, pues no se me ocurría de qué querría hablar mi tío conmigo, que fuera un asunto delicado.

—Bien, te escucho entonces —dije, queriendo saber cuanto antes de qué se trataba.

—Vamos al estudio.

Se puso en pie y yo lo imité. El estudio era una habitación grande y muy acogedora con un solo ventanal grande detrás del escritorio y las demás paredes cubiertas de estanterías con libros. Había una chimenea, un escritorio de madera con muchos cajones, una silla detrás y dos adelante, además de un cómodo sofá. Mi tío cerró la puerta, se sentó tras el escritorio y yo frente a él. De nuevo parecía excesivamente preocupado. Se acomodó en la silla y me miró fijamente a los ojos.

—¿Recuerdas esa vez que preguntaste por tu padre? —preguntó, con voz afable.

—Sí —le respondí—, dijiste que mi madre nunca dijo quién era, que se llevó ese secreto a la tumba.

—Emily... te mentimos, sí sabemos quién es tu padre y dónde está.

Me sentía tan aturdida como si me hubieran dado un fuerte golpe en la cabeza. No podía creer que me hubieran ocultado algo tan importante como eso, pero más allá de sentirme disgustada, solo quería saber por qué.

—Tío —le dije en voz baja, sin dejar de mirarlo a los ojos—, ¿por qué me mentiste? ¿Quién es mi padre?

Él tomó aire y se inclinó un poco sobre el escritorio.

—Te voy a contar esta complicada historia desde el principio —dijo—, es necesario que entiendas todo muy bien —tras una breve pausa en la que pareció perdido en los recuerdos, continuó—. Cuando iba a empezar mi primer año en Hogwarts, conocí a un chico en el tren, su nombre era Alfred Flury. También iba a empezar primer año y durante todo el viaje, tuvimos una larga y muy agradable conversación. Todo iba muy bien, hasta que dijo que era de familia muggle. Como tú sabes bien, los Parkbey nos hemos preocupado demasiado por mantener pura nuestra sangre, y mis padres me habían advertido que no querían verme hablando con ningún sangre sucia o me vería en serios problemas con ellos, así que, aunque él me agradaba, tuve que decirle que no podíamos ser amigos. A pesar de eso, de vez en cuando hablábamos y manteníamos una especie de amistad secreta, aunque él estaba en Gryffindor, como tú, y yo en Slytherin. Al siguiente año, mi hermana Sarah comenzó también sus estudios en Hogwarts. Ella quedó en Slytherin, y yo comencé a jugar quidditch. El día de mi primer partido, que fue precisamente contra Gryffindor, y Alfred también había entrado al equipo, me caí de la escoba y pasé un par de días en la enfermería. Durante mi estancia ahí, Sarah y Alfred se conocieron, pues él iba a ver cómo estaba y ella estuvo casi todo el tiempo conmigo. Ellos se hicieron amigos, y yo lo sabía, pero nunca le dije nada a mis padres. Ni siquiera les conté cuando ella comenzó a salir con él, en quinto año, aunque no estaba de acuerdo porque finalmente, y aunque me agradara, Alfred seguía siendo un sangre sucia. Mis padres lo supieron, nunca supimos cómo se enteraron, pero como era de esperar, hubo un gran escándalo. Ellos pensaron que cambiar a Sarah de colegio era una solución definitiva para hacer que ella terminara esa relación y se olvidara de Alfred, así que la dejaron terminar quinto año en Hogwarts y planearon todo para enviarla a Durmstrang. Jamás se les hubiera ocurrido que durante el verano, ella se escapara con él, sin dejar ningún rastro, además de una carta de despedida. Para evitar la vergüenza y el desprestigio que sufriría nuestra familia si alguien se enterara de que Sarah se había escapado con un sangre sucia, mis padres inventaron que ella sufría de alguna extraña enfermedad y que por eso la habían enviado fuera del país a hacerse un tratamiento. Yo me fui a hacer mi último año en Hogwarts, y durante todo ese tiempo, no supimos nada de ella. Su partida fue un golpe muy duro para mis padres, y tres años después de que se fuera, ellos murieron. Pensé que al enterarse de la muerte de mis padres regresaría, pero no lo hizo. Yo me casé con Clarissa y ella seguía sin aparecer. Hasta que un día, apareció de repente aquí. No podía creer que hubiera regresado. Cuando la vi, me costó un poco reconocerla, porque estaba muy delgada y se veía que había sufrido mucho en el tiempo que había estado lejos. Me contó que estaba embarazada, y yo no podía dejarla sola en esa situación, así que le dije que se quedara, que esta siempre sería su casa, y mandé arreglar su antigua habitación para que pudiera quedarse ahí y estar lo más cómoda posible. En los siguientes meses, Sarah y Clarissa se hicieron muy amigas, y juntas escogieron el nombre de Madeleine. Pocos días antes de que tú nacieras, ella habló conmigo porque estaba segura de que moriría, y quería pedirme que te cuidara. Me dijo que quería que te llamaras Emily, porque ese era el nombre de la madre de Alfred, también me pidió que te diera mi apellido y te cuidara como si fueras mi hija. Para que ella estuviera más tranquila, le sugerí que hiciéramos un juramento inquebrantable, y así lo hicimos. Tal como lo había dicho, murió cuando naciste, pero antes, me contó que había regresado a casa porque Alfred no podía responder por ella ni por ti. Admitió que había sido una locura escaparse con él, pues no tenía dinero, ni posibilidad de conseguir trabajo, además de que ambos eran muy jóvenes. Clarissa y yo nos encargamos de cuidarte, pero esperábamos que tu padre apareciera en algún momento, que viniera a verte, o quisiera hacerse cargo de ti, pero eso no sucedió. Pasaron años sin que supiéramos nada de él. Hace unos meses, escribió una carta, diciendo que quería conocerte y hablar contigo. Mi primera reacción fue decirle que no, porque me parecía incomprensible que quisiera saber de ti quince años después, además, no sabía cuáles podrían ser sus intenciones, desconfío de ese repentino interés. Todo este tiempo ha estado enviando cartas y amenazándome para que lo deje verte, pero no he accedido porque primero tenía que decirte toda la verdad. Lo siento por haberte mentido, pero nunca pensé que Alfred quisiera acercarse a ti, y en ese momento me pareció lo mejor. Ahora, la decisión es tuya, si tu quieres verlo, yo le escribiré una carta para que venga.

Me quedé en silencio, tratando de procesar lo que mi tío acababa de contarme. A pesar de que hubiera mentido, yo no estaba enojada con él, no podía estarlo. Había sido quien me había cuidado desde que nací, me dio su apellido y gracias a él, nunca me faltó nada. Tenía mucho que agradecerle, además, era lo más cercano a un padre que había tenido. Por otro lado, quería conocer a Alfred Flury, quería saber cómo era, que me dijera por qué en todos esos años no había ido a verme ni se había interesado en conocerme.

—Yo... —dije, con algo de vacilación— antes que nada, voy a darte las gracias, tío Remigius, porque nunca lo he hecho, pero es importante. Has hecho muchas cosas por mí y aunque decir gracias no sea suficiente, tienes que saber que estoy agradecida. También quiero conocerlo... conocer a Alfred.

Él esbozó una cálida sonrisa y asintió.

—¿No estás enojada conmigo entonces? —preguntó, y yo me apresuré a negar con la cabeza.

—No podría estarlo —me encogí de hombros.

Su sonrisa se ensanchó y de inmediato sacó un trozo de pergamino nuevo, una pluma y el tintero. En unos pocos minutos, escribió una carta y me la dio para que la leyera.

—¿Está bien así? —preguntó. Asentí y le devolví la carta— Bien, no creo que tarde en responder y decir cuándo vendrá.

Aunque no lo dije, quería conocerlo cuanto antes.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora