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—Sigo sin poder creer que tu padre sea un sangre sucia —decía Madeleine, con incredulidad.

—Pues es verdad —le respondí, y seguí cepillándome el cabello, pues ese era el día en que por fin conocería a mi padre.

—Eso significa que tú eres...

—De sangre mestiza.

No pensaba muy a menudo en cuál sería mi estatus de sangre, pero estaba claro cuál era. Eso no era algo que me importara, a pesar de que era parte de una familia que le daba especial importancia a la pureza de la sangre. Mi tío Remigius no nos había educado tanto en esos ideales, aunque sí escogía muy bien a las personas con las que se relacionaba y nos decía que hiciéramos lo mismo. Llamaron a la puerta y poco después, mi tía Clarissa entró en la habitación.

—Ya está aquí —anunció.

Me sentía un poco nerviosa, respiré profundo y me puse en pie. Salí de la habitación y seguí a mi tía hasta el primer piso. Mi tío Remigius estaba sentado en uno de los sillones, se veía realmente incómodo y evitaba mirar al hombre que estaba frente a él. Al verlo, recordé ese día en Hogsmeade, la primera vez que había visto a Alfred Flury, fue en Honeydukes. En efecto, yo me parecía mucho a él físicamente, sus ojos eran del mismo tono de verde que los míos, y el color del cabello era igual. Me quedé muy quieta en el último escalón, sin saber qué decir o qué hacer. Mi padre se puso en pie y se acercó con una enorme sonrisa.

—¿Puedo abrazarte? —preguntó, con voz amable. Después de unos instantes de vacilación, asentí y él me rodeó con los brazos.

No sabía muy bien cómo describir lo que estaba sintiendo en ese momento, era una mezcla de alegría, con un poco de incomodidad. Ese abrazo sirvió para disminuir en parte la tensión que se percibía en la sala. Me senté en un sillón junto a mi padre y frente a mis tíos, y pensé en que sería mejor preguntar lo que tanto me interesaba saber.

—¿Por qué no habías venido antes? —pregunté, mirando fijamente a mi padre—. ¿Por qué esperaste tantos años para verme?

Él lo pensó un poco antes de responderme.

—Yo lo hubiera hecho, pero es que Remigius... —dijo, con incomodidad.

—¡No te atrevas a culparme de esto porque no lo pienso permitir! —le interrumpió mi tío, con brusquedad, y se puso en pie de un salto—. No vengas aquí a hacerte la víctima y a decir que por mi culpa no te hiciste cargo de tu hija, porque eso es mentira. Tú y yo sabemos que no lo hiciste porque no quisiste.

—Pero Sarah...

—¿Qué vas a decir de Sarah? Tú le arruinaste la vida, pero ella al final entendió que fue un error haberse ido contigo.

—Eso no es verdad.

—¿Que no es verdad? ¿Entonces por qué tan pronto supo que estaba embarazada regresó aquí? Ella sabía que a tu lado no le esperaba nada, que no tenías nada que ofrecerle a tu hija ni a ella.

—¿Por qué la recibiste?

—Aunque ella nos hubiera abandonado y se hubiera convertido en una traidora a la sangre, seguía siendo mi hermana, y me necesitaba. Esta seguía siendo su casa a pesar de todo, ¿cómo iba yo a decirle que se fuera cuando estaba en esa situación? Era mi obligación cuidar de ella, y después de que murió, cuidar de Emily.

Aunque mi tío no había levantado mucho la voz, era muy notorio su disgusto. Era un hombre de carácter fuerte y no permitiría que mi padre lo culpara de lo sucedido, en su propia casa. Mi tía Clarissa lo tomó del brazo y le dijo en voz baja que se calmara. Le funcionó, al igual que siempre, y mi tío se sentó junto a ella, mucho más calmado. Mi padre parecía avergonzado, se removió, incómodo, en el sillón y me miró a los ojos.

—Remigius tiene razón, Emily —dijo—. Sarah regresó a esta casa porque se cansó de pasar necesidades junto a mí. Ella no quería que tú sufrieras lo que habíamos sufrido en todos esos años en los que no teníamos a dónde ir, ni dinero, ni nada. Tu madre y yo nos amábamos mucho, pero el amor no es suficiente, no es invulnerable, no siempre resiste a tantas adversidades, y al final, se rompe. Ella me dejó porque era lo mejor para ti. Sabía que Remigius podría cuidar de ti y darte todo lo que necesitaras. Antes de irse, me dijo que no me acercara a ti, que no tenía caso ni servía de nada que supieras que yo soy tu padre. Todos estos años, pensé que estabas mucho mejor sin saber nada de mí, pero después me di cuenta de que estaba equivocado y todo lo que quería era conocerte. Por eso fui a Hogsmeade, porque quería verte, saber cómo eras. Sé que no puedo hacer nada por remediar todos estos años de abandono, ni puedo pedirte que me aceptes como tu padre desde ahora, pero si pudiera... estar cerca de ti... venir a verte...

Me quedé en silencio, procesando las palabras que había escuchado. No pensaba negarme la oportunidad de conocer a mi padre, de saber quién era en realidad, porque me parecía importante. A pesar del cariño y los cuidados de mis tíos, era imposible no sentir ese vacío por no haber conocido a mis padres, porque los padres son irreemplazables.

—No tengo ningún problema con que vengas a verme —le dije, él pareció aliviado—, podemos compartir algo de tiempo durante el verano, si a mi tío no le molesta, claro.

Miré a mi tío y él se apresuró a mover la cabeza negativamente.

—Claro que no me molesta —dijo—, es tu decisión, finalmente.

Mi padre le dirigió una mirada llena de agradecimiento.

—Gracias, Remigius —dijo—, por esto y por todo. Gracias a ti, Emily ha tenido la vida que se merece.

Por primera vez, mi tío sonrió.

—Como dije antes, es mi obligación. Además, quiero a Emily como si fuera mi hija.

Mi padre también sonrió, se levantó y se acercó. Poco después, intercambiaron un apretón de manos.

—Espero que me hayas perdonado por todos los errores que cometí —dijo mi padre.

—No hay nada que perdonar, lo importante es que no repitas esos errores.

—No lo pienso hacer, he pasado todos estos años tratando de mejorar. Estoy trabajando en el ministerio y eso me permite llevar una buena vida.

Mi tío sonrió de nuevo.

—Sarah se sentiría feliz de escuchar eso.

En esos momentos, mi prima bajó las escaleras y se quedó observando con detenimiento a mi padre.

—Ella es mi hija Madeleine —se apresuró a presentarlos mi tío.

Mi padre se acercó a ella y le tendió la mano, mi prima la estrechó con timidez.

—Mucho gusto, señor —dijo.

—¿Te quedas a cenar, Alfred? —preguntó mi tía Clarissa.

—Sí, muchas gracias —respondió mi padre, con una sonrisa.

Al principio había pensado que las cosas no saldrían muy bien, pero por suerte, me había equivocado, y parecía que mi padre y mis tíos podrían llevarse bien. Eso me alegraba profundamente. Miré el retrato de mi madre, que se movía dentro del marco colgado en la pared, y sonreí.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Where stories live. Discover now