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Nunca había estado en San Mungo, y aquella mañana, había muy pocas personas allí. El sanador que estaba a cargo de mi prima, parecía tener la edad de mi tío, es decir, alrededor de cuarenta años. Era alto y grácil, pero al vernos puso una expresión de lástima que nos hizo prepararnos para lo peor. Nos atendió en una pequeña oficina bastante mal iluminada y llena de papeles por todas partes.

—Les pedí que vinieran porque la situación es algo delicada —dijo, con voz calmada—. Hemos estado investigando con un grupo de colegas y estamos muy seguros de que lo que tiene la señorita es una maldición en la sangre.

A mis tíos parecía que se les hubiera caído el mundo encima. Mi tía se puso a llorar y mi tío la rodeó con el brazo.

—¿Eso quiere decir que va a vivir poco tiempo? —preguntó mi tía, entre sollozos.

El sanador asintió.

—Como ustedes deben saber, es algo incurable, y bastante común en las familias de sangre pura. A veces tarda varias generaciones en aparecer, pero no la dejará mucho tiempo. Es cuestión de uno o dos años más.

Era una noticia realmente mala, y no pude evitar sentirme mal por eso. Tom estaba junto a mí, le dio un apretón a mi mano y me dirigió una mirada tranquilizadora. Tenerlo a mi lado era algo muy importante, porque su presencia hacía todo un poco más llevadero, incluso eso. Madeleine tenía los días contados y seguramente ni siquiera lo sospechaba. Cuando salimos de la oficina, mi tía se secó las lágrimas y en segundos pareció como si nada hubiera pasado.

—No vamos a decirle nada de esto, al menos hasta que haya recuperado por completo la memoria —dijo, con firmeza.

Los demás asentimos y nos esforzamos por aparentar que no pasaba nada. Madeleine estaba en una sala grande con varias camas, sentada en una de ellas, aparentemente leyendo. Acomodaba la revista de una manera y otra, como si no lograra entender lo que decía. Cuando levantó la mirada y se dio cuenta de que estábamos allí, compuso una sonrisa de auténtica alegría.

—¡Emily! —exclamó al verme, y supe que no recordaba nuestras discusiones de los últimos meses.

Se acercó y me envolvió en un fuerte e inesperado abrazo. Hacía mucho tiempo que no me abrazaba y en ese momento fui todavía más consciente de que le quedaba poco tiempo de vida. Me costó un esfuerzo enorme disimular y no ponerme a llorar y decirle que seguramente faltaba realmente poco para su muerte. Puse la sonrisa que mejor pude fingir y le devolví el abrazo.

—¿Cómo estás? —le pregunté en cuanto me soltó.

Ella seguía sonriendo.

—De maravilla —respondió, y reparó en la presencia de Tom—. ¿Y quién es él?

—El novio de Emily —le respondió él, de inmediato. Parecía sorprendido por la extraña actitud de Madeleine.

—¡Vaya! —exclamó ella, y me dio una palmada en el hombro— Felicidades, tienes buenos gustos.

Me obligué a sonreír, aunque no me sentía nada bien. A pesar de todo, era agradable verla tan contenta, completamente ajena a la sentencia de muerte que pesaba sobre ella. Pensé en el cariño que le seguía teniendo, a pesar de todo, y me pregunté cuánto tardaría en recuperar por completo su memoria.

—Te trajimos algo, cariño —le dijo mi tía, y sonrió. Su capacidad para ocultar sus sentimientos era admirable, parecía como si nada hubiera pasado, aunque momentos antes estaba completamente destruida.

Madeleine se emocionó visiblemente, y pasó un buen rato abriendo los regalos que mis tíos le habían llevado. Cada poco tiempo, se acercaba para darnos un abrazo. Tom no decía nada, pero yo sabía que se sentía más que incómodo estando ahí con mi prima, que aunque no le prestaba mucha atención, actuaba como si fuera otra persona, no era en absoluto la Madeleine que conocíamos.

Estuvimos ahí con ella varias horas, hasta que todos nos cansamos de aparentar que nada pasaba, y pensamos que era mejor irnos.

—Nos vamos —anunció mi tío, que no había dicho más de dos palabras desde que habíamos salido de la oficina del sanador.

La sonrisa en el rostro de mi prima desapareció lentamente y la reemplazó una expresión de tristeza.

—¿Cuándo volverán a venir? —preguntó.

—Lo más pronto que podamos, cariño —le respondió mi tía, en un tono muy afable.

Madeleine se acercó para abrazar a sus padres y después a mí.

—¿Sabes algo de Cedric? —preguntó en un susurro.

—Lo he visto un par de veces en Hogwarts —le respondí en el mismo tono.

Ella se alejó un par de pasos y puso una sonrisa radiante.

—Adiós, Emily —dijo—. Me alegra mucho verte.

Le sonreí también. Era muy extraño que fuera tan amable conmigo, después de lo mal que nos habíamos tratado antes.

—Adiós, Made —le dije.

En cuanto estuve en casa, sentí unos enormes deseos de ponerme a llorar. Nunca eres consciente del cariño que le tienes a alguien, hasta que sabes que falta poco para que no vuelvas a verlo nunca más. Habíamos estado juntas toda la vida, y era cuestión de unos meses para que desapareciera para siempre.

Me iba a ir para mi habitación, pero me fijé en que mi tío tomaba algunas cartas que estaban sobre la chimenea y se las entregaba a Tom.

—Léelas y dime qué les respondo —dijo, y parecía que le costaba un gran esfuerzo decir cualquier cosa.

Tom asintió.

—Gracias, señor Parkbey —dijo—, luego hablaremos de eso.

Se acercó para tomarme de la mano y subimos a mi habitación. De repente sentí que necesitaba saber qué era eso que me ocultaba, de quién eran esas cartas y qué era lo que estaba sucediendo.

—No quiero que pienses que me estoy metiendo en tu vida —le dije, con suavidad—, pero se me hace muy extraño que te escribas con tanta regularidad con mi tío, y esas cartas...

—Emily... —me interrumpió— lo sabrás absolutamente todo cuando sea el momento, porque no sé cómo vas a reaccionar si sabes qué es lo que estamos planeando. ¿Puedes tener un poco de paciencia? Si lo que tu tío y yo estamos planeando funciona, el futuro que nos espera será muy distinto.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊On viuen les histories. Descobreix ara