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Le habíamos ganado a Hufflepuff en un partido de quidditch inusitadamente corto, y estábamos por jugar la final, contra Ravenclaw. Estábamos decididos a ganar, después de tantos años sin hacerlo. Teníamos un buen equipo, pero no había que subestimar al rival, que también era bastante fuerte. La última vez que había sentido nervios antes de un partido, había sido la primera vez que jugué, pero en esos momentos, mientras desayunaba en en gran comedor, sentía que me temblaban ligeramente las manos. Yo estaba casi segura de que era una buena jugadora, sentía que mi talento era jugar quidditch, pero en esos momentos no me sentía tan segura de mis habilidades. Intenté calmarme, pues no me ayudaría en nada ponerme nerviosa y me dije a mí misma que, al igual que siempre, daría lo mejor de mí.

Cuando monté en la escoba y me elevé en el aire junto a los demás jugadores, todo atisbo de duda desapareció. Yo había nacido para eso, no había de qué preocuparme. Fui la primera en poner las manos sobre la quaffle, pero tan pronto pude, se la pasé a Angelina, que esperaba a varios metros de distancia. Ella, a su vez, se la pasó a Katie, que estaba muy cerca de los postes del gol y así tuvimos nuestra primera anotación. Desde ese momento, el partido se tornó bastante agresivo. Me agaché sobre la escoba para esquivar una bludger que iba directo hacia mí y esperé a que Katie me pasara la quaffle. Me costó un poco atraparla en el aire porque los cazadores de Ravenclaw estaban muy cerca de mí. Cuando la tuve en mis manos, la puse bajo mi brazo y volé a toda velocidad hacia el otro lado del campo, hasta que estuve lo suficientemente cerca como para intentar anotar. Lo logré y eso nos dio una ventaja de veinte puntos.

Había pasado lo que yo consideraba que era mucho tiempo y todavía no aparecía la snitch. Comenzaba a preguntarme por qué tanta demora. Ravenclaw se hizo con la quaffle y estuvieron a punto de anotar, pero Oliver la atrapó y la devolvió para que yo pudiera tomarla. Con algunos pases precisos, logramos una ventaja de sesenta puntos, pero el marcador de Ravenclaw seguía en cero. Aunque todos estábamos haciendo lo que podíamos, sabíamos que al final, ganar el partido dependía más del buscador. Hasta ese momento, Harry había mostrado extraordinarias habilidades, pero nunca se sabía si esa vez lograría atrapar la snitch.

—Y todo indica que la snitch apareció —dijo de repente Lee Jordan. No le había estado prestando mucha atención a sus comentarios porque estaba muy concentrada en el partido, pero me alivió en parte escuchar eso.

Harry se lanzó tras la pelota alada, pero el resto de los jugadores seguimos jugando como si no hubiera aparecido. Hicimos una anotación más, lo que nos dejó con noventa puntos a diez.

Una alegría inmensa me invadió cuando Lee anunció que Harry había atrapado la snitch. El juego terminó y después de tantos años, Gryffindor quedó como ganador de la temporada de quidditch.

Descendimos y pronto comenzó el intercambio de abrazos entre los miembros del equipo. Primero abracé a Angelina, luego a Harry, después a Fred, George, Katie y por último, a Oliver. Todos estábamos emocionados y felices, pero él lo estaba mucho más. Me devolvió el abrazo con mucha fuerza e incluso me levantó un poco del suelo.

—No puedo creer que lo hayamos logrado —dijo en voz baja.

Cuando nos entregaron la copa de plata, la sostuvimos por turnos mientras la mirábamos, admirados. Pensé en escribirle a mis tíos para contarles, pero eso sería más tarde, porque nos esperaba una celebración en la sala común de Gryffindor. Regresamos al castillo con gran estrépito y la emoción generalizada tardó mucho en pasar.

La sala común estaba llena con todos los alumnos de mi casa, que charlaban y reían en voz alta. Estaba sentada en uno de los sillones, rodeada por el resto del equipo de quidditch y mi prima Madeleine, que aunque no le gustaba mucho el quidditch, estaba feliz porque habíamos ganado.

—Es que jugaste tan bien, Emily —me decía.

Bebí un sorbo de mi cerveza de mantequilla y sonreí, la alegría del triunfo me llenaba el pecho y sentía que ese era uno de los momentos más felices de mi vida.

La celebración terminó un poco tarde, pero tan pronto pude, fui a mi habitación y les escribí rápidamente una carta a mis tíos. Todavía quedaba algo de tiempo, así que salí y me dirigí a la buhonera para enviarla y que la recibieran lo más pronto posible. En el camino, me encontré casi de frente con Riddle, en medio de un pasillo desierto.

—Nunca pensé decirlo, pero lo hiciste muy bien hoy en el partido, Parkbey. Felicidades —dijo. Su tono de voz me causó algo de confusión, pues aunque sonaba bastante serio, sus felicitaciones parecían sinceras.

—Gracias —le respondí, tratando de no dejar notar mi desconcierto. Era la última persona de la que esperaba un comentario de esa índole.

Bajo la parpadeante luz de las antorchas que colgaban de las paredes, sus ojos oscuros tenían un brillo especial. Me dirigió una mirada indescifrable y pasó por mi lado, caminando despacio. Me quedé muy quieta unos momentos, hasta que recordé a qué iba y reanudé el paso. No me gustaba lo que me estaba pasando cuando veía a Riddle. Me distraía, era como si mi mente se quedara en blanco y no pudiera hacer nada más que mirarlo, odiaba eso. Elegí a uno de los búhos del colegio, le até la carta a la pata y lo observé mientras salía volando por las ventanas sin cristales de la buhonera.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora