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Tan pronto estuvo más calmado, mi tío me habló de las terribles notas de Madeleine. Solo había sacado un supera las expectativas, tres aceptables y lo demás, no quería ni mencionarlo. La reprimenda que le dio fue terrible, tanto así que no volvió a salir de la habitación, y mi tía tenía que decirle al elfo doméstico que le llevara la comida.

Se suponía que Tom solo iba a quedarse una noche, pero mis tíos parecían tan encantados con él, que le dijeron que se quedara más tiempo. Y ahí estábamos, la noche del treinta y uno de agosto, cenando en medio de una agradable conversación.

—Mis padres nunca pudieron aceptar que yo fuera un mago —contaba mi padre—, y como mis hermanos tenían las mismas habilidades mágicas de una piedra, todos acabaron viéndome como el bicho raro de la familia.

—¡Vaya! —exclamó mi tío— y yo que pensaba que te habías llevado a Sarah a casa de tu familia.

—Solo pasamos una noche con ellos. Hay diferentes tipos de muggles, pero de todos, ellos son los peores.

Mientras hablaban, Tom había puesto la mano sobre mi rodilla, y la subía lentamente por debajo del vestido. Le dirigí una mirada de advertencia y se limitó a componer una sonrisa pícara, y a beber un sorbo de vino mientras seguía acariciándome la pierna. Lo miré con fingida indignación, dejé el tenedor en el plato y le pellizqué la mano no muy suavemente. No quería ni pensar en lo que pensarían mis tíos y mi padre si se dieran cuenta de lo que estaba haciendo. Me miró como si le pareciera gracioso y siguió haciendo lo mismo, solo que con la mano mucho más arriba. Pensé que lo mejor sería no prestarle atención, así que me dispuse a terminar de comer mientras escuchaba la conversación, en la que Tom intervenía como si nada.

Cuando todos terminamos de cenar, subí con Tom a mi habitación, pues todavía no había hecho el equipaje. Antes de llegar, nos encontramos con mi prima, que salía de su habitación.

—No puedo creer que te hayas atrevido a traerlo aquí —me dijo. Era la primera vez en semanas que me hablaba. El odio con el que me miró ya no consiguió causarme nada más que aversión.

—Si tus padres no tienen problema con eso, no veo por qué tú sí —le respondí.

—Pásala bien con él ahora que puedes, porque yo me voy a encargar de que no dure.

Más que preocuparme sus amenazas, me causó impaciencia que pensara seguir molestándome. Iba a decirle algo, pero Tom se me adelantó.

—Ten mucho cuidado, Madeleine —dijo, y el tono que usó me hizo saber que él no amenazaba por amenazar, sino porque pensaba hacer lo que decía—. Cualquier cosa que le hagas a ella, te la voy a devolver multiplicada, y créeme, nada me detiene cuando me decido a hacerle daño a alguien.

Ella lo miró con incredulidad, como si pensara que era incapaz de cumplir con sus amenazas.

—No me digas que te importa, porque no te creo —dijo—. Esto entre ustedes está destinado al fracaso, así que no se ilusionen demasiado.

—Yo nunca tuve nada —replicó Tom, con frialdad—, y ahora que siento que por fin algo es completamente mío, voy a hacer lo que tenga que hacer por no perderlo.

Ella pareció no tener nada más que decir, tal vez por el tono de convicción con el que Tom le habló. Dio un par de pasos atrás y cerró la puerta de golpe. Seguimos caminando hacia mí habitación, entramos y cerramos la puerta.

—Cada vez me parece más insoportable —dije, mientras me dirigía al armario para comenzar a sacar mis cosas.

—Seguramente es porque ya la has soportado durante mucho tiempo —me respondió, y se sentó en la cama.

—Es que no entiendo por qué no supera esto y ya. Es casi imposible que volvamos a ser como antes, pero con que haga como que no existo, me conformo.

Mientras hablaba, sacaba la ropa del armario, la doblaba y la empacaba.

—¿Crees que intente hacerte daño? —preguntó Tom, mientras miraba el techo encantado, que mostraba un cielo lleno de estrellas.

—La verdad es que lo dudo, y si lo intentara, tendría que encontrar la manera de hacerlo sin magia —respondí.

—Olvidaba que es casi una squib.

—De hecho, mis tíos estaban casi seguros de que era eso. Solo dio muestras de tener poderes unos meses antes de que llegara la carta de Hogwarts.

—Con razón envidia tus habilidades mágicas.

—Yo no creo que mis habilidades mágicas sean nada del otro mundo.

Me miró con incredulidad.

—Todos sabemos lo poderosa que eres, menos tú misma.

Me encogí de hombros y me dispuse a terminar de empacar lo más rápido que me fue posible. Al final, cerré la tapa del baúl y saqué mi varita del cajón de la mesa de noche donde la guardaba.

—¿Ya te vas a ir a dormir? —pregunté, sacando la pijama de debajo de la almohada.

—Voy a dormir aquí contigo —me respondió, y se recostó en la cama.

—Si mis tíos y mi padre te ven aquí...

—No me van a ver.

—¿Por qué estás tan seguro?

Se encogió de hombros y yo me fui a cambiarme en el baño. Cuando regresé, ya estaba cómodamente acostado bajo mis sábanas, con nada más que los bóxers puestos. Me senté en la cama y me cepillé el cabello, para después recogerlo en una trenza.

—Eres muy hermosa —dijo de repente.

Sonreí y me acosté junto a él.

—Gracias.

Buscó mi mano para entrelazar nuestros dedos, se acercó un poco más y me dio un cálido beso.

A la mañana siguiente, nos levantamos temprano y llegamos a King's Cross mucho antes de las once. Mientras me despedía de mi tía, escuché algo de la conversación que mi tío estaba teniendo con Tom.

—Hablaré con quienes te dije —le decía—, en cuanto lo haga, te enviaré una carta.

—Gracias, señor Parkbey —le respondió Tom.

Ese pequeño trozo de conversación me hizo preguntarme de qué estarían hablando, durante los días que Tom había pasado en casa, parecía estar planeando algo con mi tío, pero ¿qué podía ser?

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora