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Era sábado y yo estaba muy atareada haciendo algunos trabajos que nos habían dejado. La cantidad de trabajos me distraía de mis preocupaciones, que se basaban más que todo en mi confusión de sentimientos hacia Riddle, y era un alivio.

Abrí un paquete de varitas de regaliz y me dispuse a comer mientras corregía la redacción que acababa de terminar. Me di cuenta de que alguien había llegado y se había sentado junto a mí, así que levanté la vista y me encontré con Riddle.

—Parkbey —dijo a modo de saludo.

—Riddle —le contesté y tuve que hacer un gran esfuerzo por devolver la mirada al pergamino. No iba a preguntarle qué hacia en la sala común de Gryffindor, porque lo sabía de sobra.

Iba a tomar otra varita de regaliz, pero el lugar de eso, tomé el paquete y se lo acerqué a Riddle.

—¿Quieres una? —pregunté.

Me miró, alzando las cejas, visiblemente confundido por aquel gesto de amabilidad de mi parte.

—Espero que no estén envenenadas —dijo, en tono de broma.

Sonreí y negué con la cabeza.

—Si te enveneno aquí, todos sabrán que fui yo.

Él también sonrió y aquella sonrisa hizo que mi corazón latiera un poco más de prisa. Le dio un mordisco a la varita de regaliz y en ese momento, Madeleine apareció en la sala común. Se acercó a él con toda la intención de besarlo y de inmediato sentí un dolor agudo en el pecho, algo completamente desagradable y no pude quedarme callada.

—¿Tienes que hacer eso aquí? —pregunté.

Mi prima se quedó mirándome, notablemente molesta.

—¿En qué te afecta? —me dijo de mala manera— lo que te molesta de esto es que sabes que tú no tienes a nadie, nadie se fija nunca en ti, estás sola, y sola te vas a quedar.

Sus palabras me hirieron en lo más profundo, pero preferí morderme la lengua y en lugar de eso, di media vuelta y salí de la sala común.

—No tenías que hablarle de esa manera —escuché que le decía Riddle en tono de reclamo.

—Tú eres el menos indicado para decirme eso —replicó Madeleine.

Aceleré el paso y salí. Tenía muchas ganas de llorar, porque sentía que mi prima tenía razón. De tantas veces que me había dicho cosas por el estilo, comenzaba a creérmelo y eso era lo peor. Seguí caminando, hasta que sentí que me tomaban del brazo, y me detuve. Giré para mirar de quién se trataba, era Riddle. Sin decirme nada más, seguimos caminando hasta la torre de astronomía.

—¿Por qué permites que te trate de esa manera? —preguntó, cuando llegamos arriba— Si yo te decía algo ofensivo, siempre me respondías con algo peor, y a ella no le dices nada.

Parecía molesto por eso y me quedé mirándolo sin saber qué decir. Ni yo misma sabía por qué nunca me defendía cuando mi prima me hablaba de esa manera.

—Prefiero quedarme callada —me limité a responderle.

Negó con la cabeza y me miró como si le costara comprenderme.

—Lo haces porque crees que le debes algo —dijo, respondiendo a la pregunta que me había hecho—. Te quedas callada porque piensas que tienes que estarle eternamente agradecida porque ha compartido su casa, sus cosas e incluso el cariño de sus padres contigo.

Riddle tenía toda la razón del mundo, había puesto en palabras todo lo que yo no sabía cómo expresar. Me parecía increíble que estuviéramos teniendo una conversación así. Lo miré a los ojos y ya no me quedó la menor duda de que lo que sentía por él no era odio. En esos momentos, ni siquiera estaba segura de que alguna vez lo hubiera odiado de verdad, lo que sentía era algo muy distinto, algo agradable, el comienzo de un sentimiento intenso y difícil de describir.

—Nunca le creas —continuó—. No le debes nada.

—No puedo creer que me estés diciendo todo esto —le dije.

Se encogió de hombros.

—No todo puede ser discusiones e insultos, Emily.

Por primera vez, me había llamado por mi nombre y no por mi apellido. Nunca antes me había gustado tanto mi nombre como después de que él lo pronunció. En ese momento, que ya era consciente de cuáles eran realmente mis sentidos, me preguntaba cómo hacer para ocultarlos. Decirle no era una opción viable, finalmente, seguía saliendo con mi prima y no quería que ella y yo termináramos siendo enemigas, y menos por un chico. Ya pensaría qué hacer.

—Gracias por tus palabras —le dije.

Sus labios se curvaron en una sonrisa. Siempre había sido consciente de lo atractivo que era, aunque antes odiaba siquiera pensarlo, pero su belleza parecía ir en aumento a medida que pasaban los días. ¿Qué sería de mí y de mis sentimientos? Él parecía estar tan fuera de mi alcance, que sabía que inevitablemente sufriría por no ser correspondida. Pero ya no mucho que pudiera hacer, salvo esperar que todo fuera una atracción pasajera y pasara pronto, aunque una parte de mí pensaba que era más que eso.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora