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Nunca había tenido tan pocas ganas de ir a la clase de pociones. Incluso me planteé inventar alguna enfermedad, pero al final, mi sentido de la responsabilidad ganó y decidí ir. Tan pronto entramos en el aula, Madeleine fue a sentarse junto a Riddle, así que yo me senté con Angelina.

—¿Te molesta si me siento aquí? —pregunté.

—Por supuesto que no —respondió ella, con amabilidad, y sonrió.

Me costaba lo indecible prestar atención a la poción que tenía que preparar, y dejar de mirar a Riddle y a mi prima. Una parte de mí no soportaba verlos juntos, me molestaba demasiado, mientras que a otra le parecía algo muy estúpido, pensaba que no era mi problema y que no debía prestarles atención. Y era cierto, no tenía por qué importarme lo que ellos dos hicieran, pero no podía evitar sentir un fastidio inmenso cada vez que los veía.

Estaba poniendo un poco de polvo de ópalo en el caldero, cuando un trozo de pergamino llegó volando y cayó en la mesa. Fruncí el ceño, preguntándome qué significaba eso, lo tomé y lo desdoblé. En seguida apareció la perfecta caligrafía de Riddle.

«¿Ahora me odias un poco más? —decía ».

Levanté la mirada y me encontré con que ya me estaba mirando y apareció la sonrisa burlona de siempre. Lo miré mal, y tomé una pluma para responderle.

«Antes creía que no podía odiarte más. Te estás superando a ti mismo».

Le envié de regreso el papel y seguí con lo de la poción, aunque seguía sin poder concentrarme del todo. Aparté la vista del caldero en el momento preciso en el que Madeleine rodeaba a Riddle con el brazo. Me desconocí totalmente a mí misma cuando estuve a punto de abrir la boca y decirle que no lo tocara. ¿Qué demonios me estaba pasando? Ella estaba saliendo con él, por supuesto que podía tocarlo, y yo no tenía que molestarme por nada de eso. Pero me había molestado más de lo que me atrevía a admitir. Me obligué a no volver a mirarlos en el resto de la clase, y lo cumplí, aunque con mucho esfuerzo.

Cuando por fin llegó la hora de irnos, recogí mis cosas lo más rápido que pude, y salí casi corriendo.

—¡Emily! —me llamó mi prima.

Me detuve a regañadientes y la esperé, aunque no quería que me hablara, no quería estar cerca de ella. Llegó rápidamente a mi lado y me miró con el ceño fruncido.

—¿Y ahora qué te ocurre? —preguntó.

Ocurre que no quiero que te acerques a Riddle, pensé. Pero en lugar de decirle eso, me apresuré a responder:

—Nada, solo tengo un insoportable dolor de cabeza.

Ella pareció conformarse con mi respuesta, simplemente me tomó del brazo y comenzamos a caminar hacia la siguiente clase, que era herbología.

En esa tampoco pude concentrarme muy bien. Aunque me odiara por ello, mi mente estaba en donde fuera que estuviera Riddle, con él. Tal vez Dumbledore tenía razón cuando nos dijo que al odiar a alguien, esa persona ocupaba nuestra mente mucho más que cuando lo amamos. Y yo sentía una especie de ira silenciosa hacia él, lo odiaba por querer ser mejor que yo todo el tiempo, por su arrogancia, por las cosas que me decía a veces, incluso porque era indecentemente guapo. Pero más que todo, lo odiaba por estar saliendo con mi prima. Yo sabía que ella ni siquiera le interesaba, solo lo hacía porque sabía que yo no soportaría eso. Y había acertado, porque no lo soportaba. ¿Cuánto tiempo duraría esa extraña relación? Solo esperaba que acabara cuanto antes y que ellos no volvieran a hablar jamás, todo sería mejor así.

Cuando llegó la hora de la cena, ni siquiera tenía hambre. Serví un par de cucharadas de puré y un trozo pequeño de carne. A mi lado, Madeleine devoraba grandes cantidades de comida y de vez en cuando, hacía comentarios sobre lo rico que estaba todo. Levanté la mirada del plato y busqué a Riddle en la mesa de Slytherin. Estaba hablando con uno de sus amigos y se reía de algo. No pude evitar pensar en cómo se veía cuando reía. Mi mente era un completo caos. No sabía qué pensar, ni cómo sentirme. En esos momentos hubiera querido que Riddle desapareciera para siempre de mi vida y no volver a verlo, así podría estar tranquila. Pero eso no era posible, la única opción que tenía era acostumbrarme a soportarlo y que no me importara en lo más mínimo si estaba o no. Si lograba ignorarlo, todo sería muy fácil y yo viviría finalmente en paz.

Terminada la cena, Madeleine y yo regresamos a la torre de Gryffindor y nos dispusimos a hacer un trabajo de herbología que nos habían dejado. Me fijé en que cada poco tiempo, consultaba el reloj en su muñeca, y se apresuraba a terminar la redacción. Poco a poco, la sala común se fue vaciando, hasta que solo quedaron un par de personas además de nosotras. De repente, mi prima se puso en pie y recogió sus cosas.

—Nos vemos luego —murmuró, y se fue corriendo hacia la habitación que compartíamos.

Me encogí de hombros y seguí haciendo el trabajo, hasta que sentí que alguien me miraba y levanté la vista. Riddle acababa de entrar y estaba recostado en la pared de la entrada del túnel que conducía fuera de la sala común. Esperaba cualquier cosa, menos verlo ahí.

—¿Y tú qué demonios estás haciendo aquí? —pregunté.

—No creerás que vine a buscarte —me respondió, en un tono que dejaba claro que era una idea completamente absurda.

—No seas idiota —lo miré mal.

En ese momento, Madeleine apareció y se quedó mirándonos con el ceño fruncido.

—¿Qué..? —balbuceó.

—Ya vámonos —le interrumpió Riddle.

Ella asintió y salió tras él. Tan pronto desaparecieron de mi vista, comencé a preguntarme a dónde irían a esa hora. Por lo que pude ver en el reloj, eran casi las once. No me gustaba la forma en que me sentía cuando los veía juntos, se parecía demasiado a los celos, y eso no podía ser. Si yo dejaba de odiar a Riddle, y me fijaba en él, nada bueno me esperaba porque él, por su parte, seguiría odiándome.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora