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Cuando abrí los ojos a la mañana siguiente, Tom seguía durmiendo profundamente a mi lado. Me quedé mirándolo en silencio, olvidándome de que tenía que irme a terminar de empacar y tomar el tren a las once. Hubiera querido quedarme ahí con él. Por primera vez, no tenía ganas de ir a casa, pero no había opción, y tenía que llenarme de paciencia para soportar a Madeleine durante todo el verano. Las palabras que le había dicho la noche anterior regresaron a mi mente y de nuevo me pregunté si no habría sido demasiado ofensiva con ella. Estaba pensando en eso, cuando Tom despertó y al verme, sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa.

—Hola —dijo.

—Hola —lo saludé y me acerqué para darle un beso de buenos días.

Se acomodó el cabello con las manos y le dio la vuelta a la almohada. Yo tomé su reloj de la mesa de noche y miré la hora. Eran casi las siete. Me levanté de un salto y me vestí.

—Nos vemos más tarde, supongo —le dije, antes de salir.

Se levantó y fue a darme un beso. Salí de la habitación y me encontré con el desastre que había dejado la fiesta de la noche anterior en la sala común. Me fui lo más rápido que pude y cuando entré en la torre de Gryffindor, me encontré con Madeleine. No se atrevió a mirarme siquiera y tampoco dijo nada. Debía admitir que no me sentía del todo cómoda con el hecho de que nuestra relación, que había sido siempre tan cercana, pareciera completamente arruinada. Subí lo más rápido que pude a mi habitación y me dispuse a empacar todo lo que me faltaba.

Varias horas más tarde, estaba sentada en un compartimiento del tren, con Fred, George, Oliver y Angelina, y hablábamos de la discusión que había tenido con Madeleine la noche anterior.

—No puedo creer que le haya dicho todas esas cosas —dije.

—¿Y te sientes mal por haberle dicho todo eso? —preguntó George.

Lo pensé un poco antes de responderle.

—No del todo... es como que me siento como si me hubiera quitado un peso de encima al decirle todo eso que siempre me guardaba, pero por otro lado, me parece que me pasé un poco y la traté muy mal.

—Pues ella te ha tratado mal a ti muchas veces y ni siquiera sabemos por qué —opinó Fred.

—Todo eso no es más que envidia —intervino Oliver—, porque no es ni podrá ser nunca como tú.

Los demás se mostraron de acuerdo y asintieron.

—¿Qué tendría ella que envidiarme? —pregunté y los miré uno por uno.

—Para empezar, tus habilidades mágicas —respondió Fred.

—Tu talento para el quidditch —continuó Oliver.

—Tu inteligencia —dijo Angelina.

—Tu forma de ser —dijo George—. Ella no ha hecho ni un solo amigo de verdad en todos estos años en Hogwarts, porque nadie la soporta. Se cree mejor que todo el mundo y no es nada amable nunca. Tú nos tienes a nosotros, que te queremos y somos tus amigos, pero ella está sola por su actitud.

Lo que George había dicho era cierto, pues pocas eran las personas a las que les agradaba mi prima. Había tratado tratado mal a casi todos nuestros compañeros de casa sin tener ningún motivo en varias ocasiones y ni siquiera los profesores la toleraban.

—La verdad es que no sabemos cómo la soportas —dijo Oliver.

—A pesar de todo, es mi prima —dije—, somos familia y hemos estado juntas toda la vida.

—El hecho de que alguien sea de tu familia, no quiere decir que estés obligada a quererlo —dijo Angelina.

—Es verdad —coincidió Fred.

—No sé... me sigo sintiendo un poco mal porque ella dice que le gusta Tom, aunque ya no me importa tanto lo que piense, como antes.

—Por una vez, sé un poco egoísta y pon tu felicidad antes que la de Madeleine, o la de cualquier persona —dijo George—. Piensa un poco en ti, si quieres estar con él y él también quiere estar contigo, ¿por qué no intentarlo?

Me quedé pensando en sus palabras y sentí que aquel pequeño rastro de culpa que sentía, se desvanecía. Finalmente, no había nada que hacer, ella ya había descubierto nuestra relación, y si estaba sufriendo o no por eso, no era mi problema.

Casi llegábamos a King's Cross cuando Tom apareció. Mis amigos se despidieron de mí y salieron. Él entró y se sentó junto a mí.

—Venía a... despedirme —dijo, con un poco de incomodidad.

Le sonreí y puse mis manos sobre sus hombros para luego darle un beso largo de despedida.

—Nunca creí que diría esto —dije—, pero creo que te voy a extrañar.

Una sonrisa radiante apareció en su rostro, buscó mi mano y le dio un ligero apretón.

—Creo que... yo también —dijo.

El tren se detuvo en la estación y yo le di un último beso.

—Adiós, Tom.

—Adiós, Emily.

Se levantó para salir y poco después yo hice lo mismo. Bajé del tren y no tardé en encontrar a mis tíos. Sabía que se darían cuenta de que Madeleine y yo habíamos peleado y no quería tener que explicarles lo sucedido, pero no había de otra. Me acerqué a donde estaban y al verme llegar sola, me miraron con confusión. A pesar de eso, ninguno de los dos dijo nada al respecto y en lugar de eso, me saludaron con el mismo cariño de siempre. Mi prima llegó un rato después y pudimos irnos a casa.

A pesar de las circunstancias, siempre se sentía bien regresar a casa. Pasé un rato frente al retrato de mi madre, como era costumbre y luego decidí irme a mi habitación. Iba subiendo las escaleras cuando escuché algo que me inquietó bastante.

—Necesito hablar contigo de algo muy importante, padre —le decía mi prima a mi tío.

—Como quieras —le respondió él. No parecía agradarle mucho tener una seria conversación con su hija. Lo vi resoplar antes de dirigirse al estudio, tras ella.

Seguí subiendo las escaleras, pero esperé a que no me vieran y me fui hacia el estudio, con toda la intención de escuchar su conversación. El problema fue que habían hecho algún hechizo para que desde fuera no se pudiera oír nada de lo que decían. Frustrada, regresé a mi habitación, preguntándome qué cosas le estaría diciendo Madeleine a mi tío. Eso no me daba una buena impresión, estaba casi segura de que yo era el tema de conversación y no diría nada bueno de mí.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora