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El año escolar llegaba a su fin y ya era hora de presentar las TIMO. Pasé mucho tiempo estudiando y no veía la hora de verme libre de todo eso e irme a casa a pasar las vacaciones de verano tranquilamente. Como siempre, Madeleine no se ocupaba de estudiar mucho, en lugar de eso, se preguntaba una y otra vez con quién estaría Tom, y de vez en cuando, también perseguía a Cedric.

—¿Cómo esperas que te vaya bien en las pruebas si no abres un libro ni por equivocación? —le decía, mientras revisaba una vez más mis apuntes de defensa contra las artes oscuras.

Ella resopló y siguió cepillándose el cabello, pensativa.

—Préstame tus apuntes de pociones, por favor —dijo.

Me levanté de la cama y fui a buscar los apuntes. Se los entregué y seguí estudiando un rato más, hasta que fue hora de ir, como todas las noches, a encontrarme con Tom.

—Si necesitas los apuntes de algo más, ya sabes dónde están —le dije a Madeleine, antes de salir.

—Gracias, Emily.

Puso su mejor sonrisa amable y siguió leyendo los apuntes. Salí de la habitación, bajé las escaleras y crucé la sala común. Afuera, me esperaba Tom, y sin pensarlo dos veces, me estiré un poco para besarlo. No tardó en tomarme de la cintura y acercarme más a él. Después de lo que pareció una eternidad, lo tomé de la mano e iniciamos el recorrido por el castillo.

—¿Listo para los exámenes? —le pregunté.

Él sonrió con suficiencia, no parecía nada preocupado por eso, como yo sí lo estaba.

—Claro que estoy listo —respondió—, sé que me irá muy bien.

—Qué modesto eres —le dije, con sarcasmo.

Se encogió de hombros y me dedicó una mirada altiva.

—Solo soy consciente de mis habilidades mágicas.

—Creo que todos lo son, todos esperan mucho de ti.

—¿Y tú no? —me miró alzando las cejas.

—Yo también, siempre he podido ver que eres muy inteligente.

Por la forma en que sonrió, pude ver que mis palabras habían aumentado un poco más su ego, que ya era bastante grande.

—¿Por eso te gusto?

Esa pregunta me dejó un poco confundida. No me había detenido mucho a pensar en cuáles eran las razones específicas por las que me gustaba tanto. Lo pensé un rato antes de responderle.

—Sí, me gustas porque eres inteligente, por tus habilidades mágicas, porque eres guapo... en fin, creo que son varias cosas.

Su sonrisa se hizo aún más radiante y se me ocurrió una idea.

—¿Por qué te gusto yo a ti? —le devolví la pregunta.

El no lo dudó ni un momento, como si tuviera muy clara la respuesta.

—Eres especial, y lo supe desde la primera vez que te vi, aunque éramos unos niños todavía. Me gusta la dedicación que le pones a las cosas que te gustan, como el quidditch, por ejemplo. Me gusta tu forma de ser, me gustan tus ojos, tu sonrisa, como entrecierras los ojos cuando te enojas, y si te nombrara todo, tardaría mucho y te aburrirías de escucharme diciendo todas esas cosas que nunca imaginé que te diría.

Sentía una emoción indescriptible, algo demasiado bonito para poder ponerlo en palabras. Como no se me ocurría nada que pudiera decir, me acerqué para besarlo, pues me parecía que así podía expresarle mejor mis sentimientos.

Era casi media noche cuando nos despedimos y cada uno se fue a su dormitorio. Me gustaba la sensación de alegría que me quedaba después de haber pasado tiempo con él, y me costaba esconder la sonrisa.

—Últimamente llegas bastante tarde —dijo Madeleine, al verme llegar. Estaba estudiando, aparentemente y tenía mis apuntes desordenados sobre su cama—, ¿no será que estás saliendo a escondidas con alguien?

Me miró con suspicacia y compuso una sonrisa pícara.

—Por supuesto que no —respondí—. Solo camino mucho para cansarme y poder dormir bien, porque a veces me cuesta un poco.

—Qué extraño... —se encogió de hombros— ¿el peso de la conciencia no te deja dormir?

Aquella pregunta no me gustó para nada e incluso me hizo cuestionarme si sabría algo de lo que yo estaba haciendo, aunque de ser así, no estaría tan tranquila y eso era seguro. No dejé notar mi incomodidad y fui a cambiarme de ropa para dormir.

A la mañana siguiente, el gran comedor se veía muy diferente sin las cuatro mesas de las casas, en su lugar habían muchas mesas pequeñas ubicadas a cierta distancia unas de las otras. El primer examen era el de defensa contra las artes oscuras. Por suerte, era una de las asignaturas en las que mejor me iba, así que intenté no ponerme nerviosa, y recordé en silencio todo lo que había aprendido en los años anteriores.

Estaba a unos pocos metros de distancia de mi prima, y a la derecha de Tom. Él parecía tan relajado como si estuviera en una clase común y corriente. Me miró y compuso una pequeña sonrisa. Le sonreí también y me distraje un poco mientras admiraba una vez más, lo guapo que era. Después busqué con la mirada a Madeleine, que parecía estar a punto de sufrir un desmayo, estaba muy pálida y se acomodaba de una manera y otra en el asiento. Le deseé suerte, porque sabía que la necesitaba mucho, casi podía imaginarme cómo se pondría mi tío Remigius si le iba mal, y verlo enojado no era algo agradable. Cuando dieron la orden de iniciar la prueba, tomé la pluma y me concentré en el pergamino como si no existiera nada más a mi alrededor.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Where stories live. Discover now