1. Futuro esposo

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Cuentan un mito las olas, cantan con sabia verdad

Que una reina llora sola antes de ahogarse en el mar. 

El oro de su corona se olvida, entre paredes  de sal:

una esposa muere hoy; mañana otra le seguirá... 

Canción anónima de la ciudad de Mirra, primera estrofa. 

Los extranjeros dicen que Mirra es una ciudad extraña

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Los extranjeros dicen que Mirra es una ciudad extraña. La capital es un bullicio de actividad mercante, una extraña mezcla de ruidos y aromas que embriagan mis sentidos provincianos. La tela ultramar, colgada sobre las puertas en señal de luto es patética. Mirra, la ciudad del oro y el luto, donde las reinas pisan por última vez la tierra firme, aunque a nadie le importen de verdad. Las monedas ahogan sus gritos, las olas tranquilas sobre la costa hacen lo propio con la consciencia del país entero.

Soy una chica del olvidado condado de Mercia, por tanto, muy fácil de impresionar. Soros es una nación rica, el mar siempre ha sabido darnos comida y riquezas sin mendigar por lo que no es rara la abundancia. De donde soy, las casas son amplias y bien construidas, hechas de materiales finos y roca blanca pulida, sé lo que es el lujo. Tal vez mi familia no es rica, pero tiene un título que respalda su herencia y nombre, las monedas no sobraban a raudales más nunca hubo necesidad de guardar los cabos de las velas por las noches. A pesar de eso, mi  antigua tierra palidece ante la perla de Soros.

Nunca vi calles tan amplias y limpias, no hay excremento de caballos por los caminos empedrados ni a tanta gente viviendo bajo la prisa de las multitudes. Es abrumador el modo en que resplandece el oro en las paredes de las grandes casas y los templos. De no ser por la carta que llevo  en el regazo desde los últimos tres días me alegraría estar en la capital. A una chica que nunca salió de Pentos, las posibilidades de Mirra la embriagan. Yo no soy la excepción y, por un momento, olvido que mi vida ya no es mi vida.

Ahora, soy la prometida de un rey, uno que probablemente no se aprenderá ni mi nombre antes de mandarme a morir al mar como lo hizo con sus otras esposas. En este momento, mi consuelo es saber que ahora jamás podrá tocar a la perla que dejó en casa; no hay forma de que Lexia corra la misma suerte que yo.

Una hija de cada familia, fue lo acordado entre los lores y el rey una vez que se hizo evidente el hecho de que las reinas que morían ahogadas no era casualidad. En mi opinión, los señores del reino tardaron bastante en sacar esta conclusión: diecisiete reinas para ser exactos. ¿Realmente a nadie se le ocurrió pensar en que él las mataba? Entiendo que puedan pasar desapercibidas dos o tres pero diecisiete me parece cosa de ciegos o de gente rica que no quiere perder los privilegios con su majestad a pesar de la sucesión de cuerpos que salen de palacio. 

El resplandor dorado de Mirra también representa la pasividad que provoca tener los bolsillos llenos. Desde la muerte de la reina Dariana, su hijo se sentó en el trono y las monedas no han dejado de correr a ríos a lo largo y ancho del reino entero. El rey es sabio con la economía y sabe cuidarla como a una pequeña llama para encender una fogata. Incluso mi padre alaba las decisiones del rey en ese terreno y secunda la frase con la que se le conoce. 

La herencia benignaWhere stories live. Discover now