17. Del hombre que amaba al fuego

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El amor que besa mi piel
Es fresco como agua de río,
Igual que la dulce miel.

Quiero decir “No te vayas”
Quiero decirle “Te amo”.
Luego recuerdo a ese hombre
Y mi sangre se convierte hiel.

Porque hubo un chico que amó,
Y fue olvidado.
Porque hubo un tierno corazón
Que pudo ser destrozado...

Poema anónimo sorez.

Hubo un chico que adoraba ver las estrellas. Con ellas soñaba, reía y cantaba, también ahogaba sus penas. Era un niño que había nacido hermoso, además del hecho de ser niño bendito. Creció solitario, no porque no tuviera gente cerca, sino porque nadie parecía comprenderlo. Cuando el veía al cielo arder, el resto solo veía un atardecer y, cuando él veía el futuro corriendo el en agua del río, decían que solo era el reflejo del sol. Y en la nieve y la tormenta, en el verdor del pasto y la oscuridad que trae la noche, el chico siempre veía algo que el resto de los humanos no podía comprender.

Fue así que creció solitario y, por qué no, también un poco cruel.

El niño hermoso se convirtió en un hombre. Uno que podía descifrar si un dios estaba molesto con saborear el aire, aunque ese no era su mayor don. Ese vendría a ser el control del agua, después de todo, era el hijo del dios Navegante. No podía ser diferente. Y también en otra cosa se pareció a su padre: amaba con locura, en frenesí y rabia.

Fue así que se enamoró de una locura.

Cierto día, el joven semidiós descansaba a la orilla del río cuando una caravana ambulante se detuvó al otro lado de la corriente. Al chico no le importó mucho. Eran bufones y bailarines abrumados por ser nómadas, los desplazados e ignorados de una sociedad rica, así que hizo lo que el resto y los ignoró. Al menos hasta que el fuego apareció.

La llamada salía de su garganta, de la forma justa en la que saldría en caso de ser un dragón. Él tampoco era extraño como su acompañantes. En los ojos de hielo grises se advertía inteligencia, malicia. Dos características que podían compartir.

El chico asistió a una función guiado por la curiosidad, el peor defecto de los dioses, y también empujado por ésta, habló con el misterioso actor. Al principio, la conversación fue banal. El muchacho estaba acostumbrado a no hablar mucho; no podía explicar la vida tormentosa que había llevado desde la más tierna infancia, tampoco podía hablar sobre su padre o sus habilidades. Debía ser superficial, mentir en caso de ser necesario.

Sin embargo, no fue necesario.

Ante él, estaba otro admirador de las nubes, los cometas sangrientos y las pasiones salvajes. El chico se sintió como si lo hubieran partido a la mitad y apenas estuviera percatándose. Había ido por la vida ignorando que le faltaba algo y no se percató hasta tenerlo en frente. De súbito, estaba interesado por ese hombre brillante en cuya sonrisa se antojaban tantas tragedias. Huyeron juntos. El circense escapando de su pasado, el chico evitando su futuro. Era cierto que venían de entornos diferentes, pero se sentía familiar,  quizá en una vida pasada, tal vez compartían una reencarnación. Fueron amigos. Después, amantes.

«Dos almas pueden quemarse juntas y arder hasta el final de los días. Dos corazones pueden latir al unísono. Cada par de labios está diseñado para un individuo». Todo eso se repetía en la mente del chico hermoso cada vez que estaba junto a su amor.

Por desgracia, los humanos no viven eternamente.

Un día, cuando el sol brillaba ardiente sobre un cielo despejado de nubes, el joven circense se desplomó sobre la tierra hundiendo en preocupaciones a su amante.

«Morirá». Se decía a sí mismo. «Se irá y volveré a estar solo. Nadie me amará después de él».

Y, aunque la enfermedad se fue rápidamente, los pensamientos intrusivos no se alejaron. Al principio, solo era una certeza momentánea, una esquirla clavada en su piel que rara vez provocaba dolor, sin embargo, pronto se volvió una idea que no lo abandonaba. El tiempo no perdonaba a nadie y tampoco lo perdonaría a él. Está obsesionado. ¿Cómo moriría el chico al que amaba? ¿Caería de un caballo, la lluvia de media tarde le provocaría fiebre o moriría de anciano, dormido plácidamente? ¿Cuándo moriría? ¿Hoy, dentro de cincuenta años o ahora? ¿Acaso podría despedirse? ¿El jinete de hueso que viniera por él le daría oportunidad de despedirse?

El muchacho que miraba las estrellas no quería pensar, no deseaba atormentarse. Su tío decía que la muerte no era el destino final, que la energía no se destruye sólo se transforma. La muerte no era definitiva, sino parte de la fuerza aplastante de la Creación que reciclaba a todas las almas. Su amado no desaparecía del mundo pero, sí lo haría de su lado. Algún día el destino fatal escrito en el alma humana lo reclamaría.

A menos de que él pudiera impedirlo.

Después de todo, su padre lo había hecho. Helena Soros se había convertido en inmortal. El milagro podría replicarse ¿No?
Así que lo intentó con todas sus fuerzas, aún cuando era desalientado por su enamorado. Cosa que no entendía. ¿Quién no querría vivir para siempre?

Viajó a lugares arcanos, consultó magia prohibida y preguntó a entes tan antiguos como el universo obteniendo siempre la misma respuesta a su problema.

«La Creación no regala, ella intercambia».

Si quería vida eterna para un mortal, tendría que pagar el precio. Aquello era atraer a la fatalidad, pero el joven cerró los ojos ante la desgracia inminente y continuó.

Dicen que las Tejedoras adoran las historias. Mientras tejen, cada una se forma una idea acorde a un aspecto de lo que entienden. La mayor conoce del pasado, la mediana del presente y la menor del futuro, así cada una observa para obtener conclusiones distintas. Sin embargo, con el joven que miraba las estrellas, el mismo final era evidente para todas.

Si quería robar un alma al Extraño, otra debería entregar.

Él lo hizo.

Sólo que el resultado no salió como esperaba.

Nadie sabe cómo, pero la magia se contaminó.

Hubo vida eterna, por supuesto. Sólo que el chico que amaba el fuego terminó quemándose. De verdad. Una noche de invierno, murió el joven Andreas y nació el Señor del Río.

Dedicado a _Demond21

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Dedicado a _Demond21.

El viernes llega la parte II.

La herencia benignaWhere stories live. Discover now