8.Agua

90 13 27
                                    

Abandonando al esposo furioso que la maldice
Mi señora del mar, se aleja con el niño que parió
Mientras su cuñado espera paciente que finalice
El castigo, exilio que su amado sobre ella escribió. 

  Las canciones del mar. 
Autor anónimo.

Voy por mi décima galleta cuando Libia entiende que no diré una palabra

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Voy por mi décima galleta cuando Libia entiende que no diré una palabra. Aún estoy nerviosa sobre su invitación para almorzar. No debería sentirme apenada por entrar a la recámara de su esposo, pero lo estoy. Después de todo, ¿cómo saldrá de este embrollo si yo acaparo la atención del rey? Estoy siendo tonta y mala por pasar tiempo con él y no decirle a la reina. Ella bebe un sorbo de té antes de romper el silencio.

—Os he mandado llamar porque tenemos cosas importantes que decirnos —empieza—. Debemos actuar como equipo si queremos evitar el Ojo de Dioses y necesitamos ser honestas. ¿Hay algo que tengas que contarme?

Ayer sorprendí a tu esposo en su habitación. Bebimos y conversamos y jamás me acordé de ti. No suena lindo como para admitirlo así que niego con la cabeza. Libia observa un minuto sin soltar una palabra más tensa que una cuerda de violín.

—Sé que estuvieron juntos ayer —increpa esperando mi respuesta—. Sé que él te cuenta secretos. Como su esposa, me gustaría saber qué hablaron.

La forma en que las palabras salen de sus labios me embota la mente. Suena como una sugerencia, una suave invitación a doblar mis rodillas y aceptar cualquier cosa que ella diga. Mi hermana hablaba con el mismo tono de voz, suave y contundente a la vez. Y nunca le funcionó conmigo. ¿Qué le hace creer que debo obedecerla? No quiero, me siento mal por hacerlo pero, sin que pueda evitarle, estoy a la defensiva.

—Yo no soy el enemigo, querida —el reproche ácido la golpea en la cara—. Es el rey. ¿Quieres saber por qué entré? Bueno, quería ver si había algo útil. Cosa que no encontré.

Libia tiene la descencia de apenarse.

—Arián tampoco tiene la culpa —responde apenas audible—. Está maldito, Valeria.

Me enfermo de ver la compasión en cada rasgo de la reina. ¿Maldito? ¡¿Maldito?! ¿Qué cuento le ofreció?

—¿Quién te dijo que entré?

—Él. Me visitó luego de que te fueras.

¿Después? Salí de su habitación mucho antes de que el amanecer cubriera de violeta el cielo nocturno. Lo sé porque no pegué un ojo en toda la noche, ¿qué hicieron ellos? El rubor de la reina delata un poco los hechos. Vaya, vaya, vaya. Ese bastardo me vio directo a los ojos y mintió toda la noche.

No duermo con mis esposas.

A otro perro con ese hueso.

Puedes venir cuando quieras.

La herencia benignaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora