20. El relojero

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Tiempo, esa extraña entidad que nos encierra a todos y nos condena a existir
Que, en un instante, nos da la vida mientras en otro nos aniquila...

Tiempo, esa extraña entidad que nos encierra a todos y nos condena a existirQue, en un instante, nos da la vida mientras en otro nos aniquila

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Desde la perspectiva de Arián bb porque solo con él no tengo bloqueo.

Arián se había aficionado a los relojes desde muy pequeño. Al principio, fascinado por el reloj de sol que estaba en el jardín favorito de su madre. Le impresionaba bastante que, con una simple trayectoria por el cielo, el astro fuera capaz de ordenar la vida de los mortales. Cada vez que la sombra de la aguja tocaba una de las cuatro marcas del reloj, ocurría algo concreto e inequívoco. Con el tiempo, su pequeño yo entendió que aquello significaba que el tiempo transcurría. Fue entonces cuando se percató de existían varios tipos de relojes: de arena, de sol, de agua, de fuego. Velas que ardían determinado número de horas, mecanismos calibrados para ronronear a cierto frecuencia, libros enteros destinados a medir cuánto duraba exactamente un año. Medir el tiempo era vital, explicaba su maestro, porque de otro modo podía perderse.

Sin embargo, cuando el joven príncipe cuestionó sobre qué era el tiempo las respuestas eran tan diversas que no logró comprenderlo.

Su madre le llevó a un arco de piedra desgastado y lleno de maleza, asegurando que eso era el tiempo. Algunas cosas podían perdurar pero, el tiempo las cambiaba, ya fuera para mejor o peor. A su vez, su viejo maestro le explicó que el tiempo no significaba lo mismo para todos. Él había estado casado treinta y dos años y había enviudado hacía tres y, si bien su lado científico juraba que 32 era mucho mayor a cinco, no lo percibía así.

—Cada día, abro los ojos y me giro a la izquierda para no encontrar a Giula. Tardo un momento en recordar que ha muerto. Luego, llegan a mi mente todas las veces que la vi dormir y, de algún modo, no importa que sean muchas más. Estos tres años me han parecido cien mientras los otros treinta y dos se han sentido como un parpadeo—había pronunciado melancólico.

—Eso no tiene sentido.

Su tutor había inclinado levemente el mentón, como si quiera pensar muy bien lo que iba a decir.

—No, racionalmente no. Creo que es justamente eso lo que hace que los hombres  midamos el tiempo con tanta fiereza. Estamos buscando sentido a algo que no lo tiene. La cabeza no entiende de tiempos, alteza, el tiempo debe medirse con el corazón.

En su momento, Arián se sintió bastante decepcionado de la respuesta, lo que hizo que se obsesionara con los relojes. Había aprendido de los mecanismos más sofisticados y conseguido replicar a los relojes sutreños, cuyo engranaje les hacía incapaz de detenerse.

No fue hasta los dieciocho que Arián entendió lo que su maestro había intentado decirle.

Atina, su primera esposa, se había ahogado en la bañera. Su matrimonio duró dos años, aunque le pareció mucho menos. Y, cuando tres años más tarde, mandaba al Ojo a la número cuarenta y ocho fue incapaz de volver a poseer un reloj. Ya era un objeto inútil. Arián era capaz de descubrir que el tiempo avanzaba cada vez que las nubes se volvían oscuras, pesadas y trágicas. Cada vez que el Navegante olvidaba cuál era su apellido y dejaba que el Señor del Río se divirtiera con vidas humanas.

La herencia benignaWhere stories live. Discover now