23. La amiga de la reina.

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Mi amor no ha muerto, sino que ha dormido.
Hundido en un millón de lágrimas, lastimado y vacío.
Se inunda de ignorancia mientras se muere de frío.
Entona: cuando tu olvido me olvide, volveré contigo...

Dicho a un fantasma muchísimo tiempo atrás...

Antes de que pueda pensar en qué demonios soñé un grito aterrado rompe la paz

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Antes de que pueda pensar en qué demonios soñé un grito aterrado rompe la paz. Viene de las habitaciones de la reina. Me levanto y corro esperando el trueno, la confirmación de que el maldición ha cobrado otra víctima. Después de los sueños proféticos todo me pone al límite de mi cordura. Quizá ya me estoy volviendo loca. La fantasía de encontrar a Libia pálida y fría dentro de la bañera es realista. Los sueños han desbordado mi imaginación. Después de todo, ¿Quién puede soñar a los dioses? Nadie.

Y mucho menos bajo la forma de un conejo con un estrafalario chaleco morado,  Valeria.

Al abrir la puerta resuena un «croac» y algo húmedo me toca el pie. Pateo a la maldita rana que sale volando y aterriza junto a otra de las suyas. La criatura aturdida brinca desorientada siguiendo a las demás. Hay manchones verdes por todas partes, brincando y croando con total impunidad. Otro grito sale de la recámara de Libia seguido de un auténtico chillido de puerco, por lo que entiendo que la causante del terror masivo es la plaga de ranas.

Las esquivo y llamo a la puerta de la reina solo para asegurarme de que el psicótico señor del río no esté ahogando a mi reina. Los chillidos siguen, así que me invito sola a entrar. Y no aguanto las risas de burla que suben por mi garganta por sorpresa. La escena, dioses, la escena, tan caótica como peculiar es maravillosa en toda su graciosa existencia. Alguien, con toda probabilidad la criada real, ha utilizado las almohadas como mazos de defensa contra las fieras agresoras saltarinas. Hay plumas por todas partes mientras Libia está de pie sobre el colchón rodeada de la plaga que, por la cara de su majestad, bien podría tratarse de leones y no de ranas.

—¡Valeria! ¡Ayuda!—grita asustándome en el proceso.—Por favor, por favor—agrega con la voz llorosa.

Analizo a las inofensivas ranas y a la criada que las está cazando con fervor así como todas las almohadas que han sido víctimas de la barbarie. Tomo la sabia decisión de abandonarla y enfrentar al mal desde su origen: Alexy Fratuo y sus experimentos.

—Voy a hacer algo mejor—contesto—. Acabaré  con el problema de raíz. 

Doy un portazo antes de que pueda responder. Algo dentro de mí se remueve entre la curiosidad y la precaución. El sueño parecía tan real, los labios de la escultura tan vivos y móviles que espero encontrarme a la sirena de mármol dispuesta a saltarme encima si me acerco demasiado.

Algunas brujas no fueron quemadas...

¿Alexy es el amigo de la biblioteca que predijo el sueño?

—¿En serio, Valeria? ¿Ranas?—reclama burlesco el rey a mis espaldas.

Me tenso al instante. No lo he visto desde que me indicó que yo eligiría el destino de Libia y tengo miedo que pregunte, que me obligue a enfrentarme a la verdad: estoy dispuesta a matar a Libia si eso termina la lluvia, por mucho que ella no se lo merezca.
Pero, si las cosas se resolvieran con muerte, el rey jamás me hubiera dado ese poder. Hay secretos que no sé, cosas que no se han mostrado, estoy convencida. Y me niego a entregar el destino de Libia a la cobardía y mi falta de empatía. Giro lento hacia él sintiendo el aliento retenido en mi garganta como se si trataran de piedras. Mi futuro esposo está radiante ésta mañana. Al menos en su vestimenta porque las ojeras mal disimuladas le hace parecer diez años más viejo.

La herencia benignaWhere stories live. Discover now