9. Lei as nimmar (Narrado por Arián)

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Cuentan un mito las olas, cantan con sabia verdad
Que un rey desprecia su obligación y corona,
Sin temer a la muerte, sino la frase que lo condiciona.
De traidores se llena su reino, de rojo se tiñe su mar.
Hoy se casa con bella novia, mañana vuelve a enviudar...

Canción anónima de Mirra.
La ciudad perla.

Valeria Antero no se percata de ello, quizá ni siquiera lo intuye

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Valeria Antero no se percata de ello, quizá ni siquiera lo intuye. Sus ojos oscuros se humedecen al escuchar la declaración que todas mis esposas obtienen sólo hasta después de la boda. La certeza de que están metidas en algo más grande; en las historias del camino plateado, sobre las montañas del cielo o las manzanas rojas y envenenadas de Ladivia. Ahí donde los dioses planean sus venganzas, justo donde  nacieron mitos antiguos, hermosos y viles llenos de tragedia. La realidad de que ahora son personajes de cuentos de hadas y están escribiendo una historia sangrienta debe ser desconcertante. Y las entiendo, cada grito lanzado al vacío, cada lágrima impotente en sus ojos o las noches de insomnio constante son señales de que están viviendo su duelo y aceptando lo que las tejedoras han puesto en el telar del tiempo.

He tenido esposas de todo tipo, algunas más olvidables que otras, aunque todas compartieran algo en común: los sentimientos. He sabido leer a todas ellas, en cada arruga y mueca de sus rostros, en su postura y sus palabras. Siempre, siempre ha sido así porque es el trabajo de un rey aprender a leer pensamientos por muy profundos que sean. Y Valeria Antero no es la excepción. Sobre todo, porque no se esfuerza en evitarlas, sino que las grita, las llora y, que los dioses me amparen, también quiere vengar sus dolores. Sin embargo, hay algo que sí es diferente en ella. Tiene el tipo de magia que fascina a los dioses cuando se traga cada emoción y la veo transformarlo en determinación. Aparece un brillo oscuro, el relucir de la malicia presente en cada determinación.

No será mi esposa más bella, inteligente, noble o sofisticada. Diábolo, por supuesto que no. Pero, maliciosa sí. Y la astucia le encanta a los dioses, en especial al más manipulador de todos. ¿Hay sombras muy oscuras en la habitación de Valeria? ¿Sueños con árboles de corteza quemada y dulces manzanas envenenadas? ¿O sueña con ríos y doncellas condenadas? Tantas preguntar por hacer y tan poco tiempo. 

—Seré la ochenta y cinco —menciona todavía impresionada—. Habrá quince más después de mí.

No necesariamente. Pienso. Lástima que mi lengua no pueda volverlo sonido.

Tiempo atrás, hubo una madre sin hijo y un hijo sin madre. Se encontraron y fueron felices hasta que un dios decidió que había sido suficiente...

Pero no se lo puedo contar. Va en contra de la apuesta y este es un juego que no tengo derecho a perder. Así que ruego en lo profundo que mi futura esposa sea lo que pienso de ella: astuta, maliciosa y determinada, y lo averigüe por su cuenta.

Por fortuna, la dama de Mercia no decepciona. Por un instante, los ojos llorosos suplican a los dioses intervención; al siguiente parpadeo no siento su pena, sino su resolución.

La herencia benignaWhere stories live. Discover now