26. Cuentos de Sirenas (Arián)

25 5 0
                                    

El pequeño príncipe corrió al mar,
Buscó una perla entre la sal.
Luego, la partió a la mitad.
Una para el amor de su vida,
Otra para su enemigo mortal...

Del libro del conocimiento.

Había algo extraño con sus ojos

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Había algo extraño con sus ojos.

Fue la primera cosa que le advirtió al rey que su nueva futura esposa era una criatura extraña. En la señorita Antero existía cierta tendencia a provocar el caos, algo totalmente inaceptable en una reina de Soros que debía ser tan prudente y férrea con el metal de la corona que portaba.

Bueno, también estaba el hecho de que, desde su treceava esposa, ninguna de las siguientes reinas habían sido ni un poco aceptables. Sin embargo, Arián presentía en las extrañas que Valeria Antero entendía a los dioses. No de un modo eclesiástico como las sacerdotisas ni como los hombres que se maravillan todos los días que despertar vivos, sino como los jugadores lo hacían. Arriesgaban todo en un lanzamiento de dados, oraban que el resultado los favoreciera y después volvían a hacerlo independientemente del resultado. Así era Valeria. Una apostadora.

Y era algo bueno porque solo alguien loco podría romper la maldición.

De oro se llene tu reino,
De olvido el linaje ancestral.
De agua se inunde éste suelo,
De muerte la patria leal...

Cien reinas me entregarás,
Ni una menos ni una más.
Una reina de Soros robó,
Otra de ellas tendrá pagar...

Arián tenía fe en ella. Por muy inocente que fuera hacerlo.

Entender a los dioses era complejo. Desde la punta más oriental de la tierra hasta donde se ocultaba el sol, los mitos referentes a los cinco deidades todo poderosas eran muy diversos. En el Continente, la mayoría veía a los dioses como seres solemnes que apreciaban la moralidad y honraban los valores humanos sobre cualquier cosa.

Estamos hechos a su imagen, su semejanza. Oraban  las sacerdotisas.

Sin embargo, incluso en los mitos más ancestrales se adivinaba que esa faceta era inmerecida. La Creación hablaba sobre el Justo, el dios de materia, vagando solo y desolado mientras creaba seres de lodo que acaban desapareciendo. No fue porque conoció a la diosa Harmonía, capaz de dotar de alma a la figurillas que el dios mostró los alcances de su justicia. Harmonía no era hermosa como lo era Él, sino que entraba en la calificación de los monstruos ancestrales. Cuando el Justo solicitó a Harmonía un poco de alma para sus creaciones, la diosa sonrió rapaz y le pidió una sola cosa a cambio. El dios más ingenio aceptó sin preguntar qué podría querer una criatura más poderosa que él. Harmonía podía crear vida, transformar la materia a su antojo mientras él utilizaba lo ya creado para moldear. ¿Qué, en el universo tan basto, podía desear ella que no tuviera aún? Olvidó que no todo es Poder y que todos queremos cosas imposibles. Cadena y grillete ató a un tobillo del dios y él, anonadado por la audacia de Harmonía, de buena gana hijos le dió... Arián se maravillaba de que la Diosa Primigenia tuviera miedo a la soledad.

La herencia benignaWhere stories live. Discover now