Capítulo 14

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ANDREA.

Luces. Solo podía acordarme de destellos de color rojo y azul junto a una sonora melodía. La sirena de una ambulancia. Quería despertarme, quería levantarme y huir, salir corriendo, abrazar a Aiden, sentir su tacto y sus besos en mi frente tranquilizándome. Pero no podía moverme, ni siquiera era capaz de simplemente abrir los ojos y ver lo que estaba pasando.

Silencio. Un silencio que me calmaba. Como hubiese estado en mitad de una tempestad y hubiese vuelto a la calma, como si estuviese en el ojo del huracán donde se respira paz y tranquilidad. Me inquietaba tanto silencio. No era consciente de lo que pasaba a mi alrededor y eso me inquietaba aún más. Era como si supiera cada cosa que pasa a mi alrededor pero mi mente no lo procesa, no lo memoriza.

Abro los ojos levemente tras varios minutos de hacer intentos de abrirlos.

—¡Andrea!—exclama Marina justo a mi lado.

Ambas estábamos en una habitación de hospital. Marina estaba sentada en uno de esos sillones tan incómodos que ponen junto a la camilla de los enfermes para que estos o sus acompañantes se sienten. Y yo... estaba en una camilla.

¿Estaba en un hospital? Oh no. Esto es un hospital.

Los hospitales era lo que menos me gustaba de todo el mundo, tenía una verdadera fobia a ellos.

Esto tenía que ser una pesadilla. ¿Qué rayos había sucedido? Solo podía acordarme del sonido de una sirena y los colores rojo y azul parpadeando sobre mi.

—Marina, ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy aquí tumbada? ¿Dónde está Aiden?—pregunto inquieta mientras intento levantarme.

—Andrea, tranquilízate—dice Marina mientras me coloca la mano en el hombro para intentar calmarme.

De repente entran por la puerta de la pequeña habitación en la que estaba aposentada las personas que menos quería ver en ese momento.

—¡Andrea cariño!—grita mi madre nada más verle postrada en la cama.

Mi padre se acerca a Marina para agradecerle algo que para mis oídos es inaudible, además de que me costaba más escuchar ya que tenía un pitido incesante en los oídos que me impedían oír con claridad.

Oh mierda. Ella les había llamado.

—Mamá, estoy bien, ¿nos podemos ir ya?—pregunto intentando quitarme la vía que me habían puesto en la muñeca izquierda.

—Hija, tienes que estar aquí hasta que venga el doctor y nos diga lo que te ha pasado—dice mi padre agarrándome de los hombros y echándome para atrás para que mi espalda se apoyase de nuevo en el respaldo de la camilla.

—Pero si estoy perfectamente—agrego yo con la esperanza de que me dejasen ir.

—Andrea, sé que quieres irte de aquí lo más rápido posible pero...—mi padre no pudo terminar de hablar porque un hombre ya entrado en años, con una bata y el pelo canoso entró en la habitación junto con una chica de pelo rubio que también llevaba una bata.

—Buenas noches, soy el doctor Miller—se presenta—¿Cómo te encuentras Andrea?

De repente todos me miran esperando expectantes a qué de una respuesta. Eso me puso nerviosa. Odiaba ser el centro de atención y de todas las miradas.

—Estoy bien, ¿me puedo ir ya?—pregunto con la esperanza de que me dejasen huir de aquella sala del demonio.

—¿Qué le ha pasado doctor?—pregunta mi padre ignorando mi pregunta.

En realidad todos los presentes me habían ignorando completamente.

—Tras hacerle las pruebas y analíticas pertinentes, la paciente tenía una cantidad alarmante de Ketamina en su organismo, lo que le ha causado la pérdida de conocimiento. Le hemos practicado un lavado de estómago para eliminar la toxina todo lo posible, pero los efectos pueden durar hasta uno o dos días posteriores a su consumo.

¿Droga? ¿Cómo que droga? Eso no era cierto, es más, eso era imposible. Yo nunca me había drogado y no lo probaría por nada del mundo.

—¿Qué?—alcanza a decir mi madre.

—Si la paciente ya se encuentra con fuerzas y desea descansar en casa puedo firmar el papel del alta en este mismo instante—dice el doctor Miller mirándome.

—Sí, por favor—pido y el médico asiente para luego irse junto a la enfermera que le acompañaba.

Mi padre me miró. Estaba furioso.

—¿En serio Andrea? ¿Drogas? Esto ya es el colmo.

—¿Estas insinuando qué me drogo? ¿Pero como puedes pensar eso de tu hija?—pregunto enfadada.

—¡Los informes no mienten!—grita.

—Carl, cálmate—le pide mi madre.

Como no, mi madre intentando no formar un escándalo en un sitio público como era este hospital.

—Tenéis que creerme, yo no me drogo.

Mi padre no dice nada, simplemente se dedica a dar vueltas por la a habitación de un lado para otro mascullando algo entre dientes. Mi madre me coge de la mano y me obliga a mirarla.

—Andrea, si tú dices que no has hecho nada, yo te creo.

—Gracias, mamá.

—Todo es culpa de Aiden, ese muerto de hambre me escuchará—suelta mi padre.

—¿Qué?—pregunto atónita.

—Ese chaval no sabe dónde se ha metido, seguramente te drogó él.

—¡Aiden no he hecho absolutamente nada!—exclamo—Para de culpar a la gente si no sabes nada de lo que ha pasado—añado completamente seria.

—¿Y tú si puedes exculpar a la gente sin acordarte de nada?—me preguntó irónicamente y tenía razón. No podía decir nada ya que los recuerdos en mi mente estaban borrosos.

Mi padre se pasaba. Sabía y entendía que estaba furioso con esta situación, pero ni Aiden ni yo teníamos culpa de nada.

—Fue Joel—dice Marina, la cual había estado sentada junto a mi sin decir ni una sola palabra hasta ahora—Joel te drogó e intentó abusar de ti, pero Aiden se lo impidió antes de que pudiese hacerlo.

Sabía que Aiden no pudo haber hecho nada de eso, era cierto que no me acordaba de nada, pero conocía a mi novio y él era incapaz de hacerme algo así.

—Dónde está ese Joel—dice mi padre tan serio que incluso me daba miedo.

—En comisaría, junto a Aiden y sus amigos—suelta Marina.

Esperen... ¿¡Aiden está en comisaría!? Oh no. No puede ser. Mi Aiden no puede estar encerrado en ese sitio, eso es imposible.

Me quito la vía de la muñeca aguantando como puedo el dolor que eso me provoca y me levanto bruscamente. Una sensación de mareo me ronda la cabeza y me obliga a sentarme en la canilla.

—¿Andrea, estás loca? Acuéstate—dice mi madre sujetándome y evitando así que me cayese al suelo por el mareo.

—Tengo que verle, él no puede estar encerrado, es imposible, él no ha hecho nada malo—me intento excusar.

—Sé qué quieres ir, pero ahora mismo no estás en condiciones para levantarte—responde mi madre.

—Mamá, necesito verle—digo entre lágrimas.

Nunca había estado en ese estado. Mis emociones dependían de Aiden. Si él estaba mal yo haría todo lo que fuera por que estuviese bien. Necesitaba sus abrazos, sus caricias y sus besos para sentirme completamente segura. Le necesitaba a él.

—Aquí está el informe del alta—pasó de repente la enfermera que había pasado anteriormente con el doctor Miller—esperamos que se recupere pronto señorita Donovan.

—Gracias—le agradezco.

Una vez que dobla la esquina de la puerta, yo me dirijo a mi madre y a Marina con la mirada.

—Ayudarme a cambiarme, por favor—estaba vestida con la bata que ponen a los pacientes ingresados y necesitaba ser lo más rápida posible para llegar junto a Aiden.

Mi padre salió de la habitación refunfuñando mientras mi madre sacaba el vestido con el que había ido a la fiesta del armario de la habitación.

Eran las 3:00 de la madrugada y yo solo podía pensar en Aiden. Necesitaba saber que estaba bien.

MI NIÑERO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora