33; confesión

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—Ah, Rindō

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—Ah, Rindō...— Sus ojos de sentían pesados por las continúas corrientes de placer en su vientre bajo.

—Me encanta que digas mi nombre, pequeño.— Jadeó en su oído.— ¿Quieres sentirte mejor?.— Sus manos viajaron al abdomen del chico y con sus dedos jugaba peligrosamente con broche de su cinturón.

Souya pareció dudarlo un poco, pero recordando su pequeño arrepentimiento el día de la fiesta, no quiso seguir esperando y rápidamente asintió.

Al fin... Rindō sonrió de lado y se sintió en confianza de deshacer el broche y seguido desabotonar su pantalón. Le observó un momento para asegurarse de que iba bien y al no ver resistencia o un gesto de desagrado pudo sentirse confiado de bajar el cierre y tal como deseó esa noche, deslizar el pantalón escolar por sus lindas y lechosos piernas.

Souya cerró sus ojos con fuerza, podría estar jodidamente caliente, pero aún así era imposible no sentir vergüenza. Quitó sus zapatos y permitió que la prenda saliera completa. Rindo lo tomó de la cintura y de espaldas lo sentó sobre sí, rodeando su cintura  con sus brazos. El menor se tensó un poco por la nueva posición, pero se relajó de inmediato con los húmedos besos que ahora su cuello recibía.

—Quiero que gimas mi nombre con fuerza...— Murmuró ronco en su oído.— Vamos, bebé, quiero que digas que eres mío.— Su traviesa mano se delizó hasta la erección del peliazul, acariciando suave con las yemas de sus dedos.

—A-ah... R-rin...— Mordió su labio, observando encantado las eróticas caricias.

—¿Te gusta?.— Besó su mejilla.— Eres tan lindo...— Sus dedos subieron hasta el elástico de su bóxer, undiéndolos lento bajo este.— Tu piel es tan suave, bebé...— Su mano se encontró con el miembro de Souya, sonriendo de lado al sentir las varias gotas de líquido preseminal humedecer sus dedos

La espalda del peliazul se arqueó y un fuerte gemido escapó de sus labios, su respiración se sentía tan pesada, su pulso se aceleró y sus pupilas se dilataron.

—A-ay... Rin...— Nunca había pensado en eso, al ser algo nuevo es normal que se asuste o sienta intimidado o avergonzado, tenia ganas de detenerlo y huir, era mucho para él.

Pero el vaivén de Rindō lo sacó de sus pensamientos, eliminándolos.

Le fue imposible no gemir, no es como si la masturbación fuera algo nuevo para él, pero el hecho que fuera alguien más y lo hiciera mejor que él era simplemente increíble.

Rindō comenzó a jadear, también cargaba con una dura erección que deseaba atender, pero tocar al niño que tanto le gusta sobre sus piernas era mucho mejor, su mano libre subió hasta uno de sus pezones, apretándolo con algo de fuerza, logrando que diera un grito algo bajo.

—¿De quien eres?.— Su voz agitada se notaba.— Dime, bebé... ¿De quien eres?.—

—T-tuyo...— Dijo entre gemidos.

—Vamos, gime mi nombre...— Mordió su oreja.

Su vaivén se volvió más rápido y apretado, logrando hacer que Souya le obedeciera y entre sollozos y gimoteos dijera su nombre.

—Ah~ qué rica voz tienes...—

—R-rin... ya... q-quiero correrme.— Echó la cabeza hacia atrás, encontrándose con los bonitos ojos purpuras del mayor.

—¿Ah sí? ¿Quieres hacerlo? Entonces córrete para mi...— Susurró en sus labios, seguido los besó con pasión.

El miembro de Souya se sentía algo más duro y húmedo, sólo le tomó un par de minutos hacer caso a su palabra y terminó corriéndose en la mano del rubio, separándose del beso para poder gemir con libertad, Rindō no desaprovechó y sin detener su vaivén besó el cuello del menor, sintiendo aún como los pequeños chorros caían entre sus dedos.

—Ah~ no dejas de correrte... qué travieso eres, Sou...— Susurró en su oído.— Me dejaste la mano totalmente mojada...— Sonrió de lado.

—L-lo siento...— Apenas podía hablar, su orgasmo le había dejado sin energías y con apenas un hilo de voz.

—Tranquilo, pequeño.— dió un último beso a su mejilla, quitando su mano con cuidado.

Souya salió de encima suyo entre tambaleos, recogió su pantalón y lentamente se lo puso. Rindō se puso de pie y caminó a los lavabos frente a ellos para poder lavarse las manos.

—Oye sou...— Sus mejillas se coloraron.

—¿Si?.— Terminó de abrochar su cinturón.—¿Qué pasa?.—

Rindō secó sus manos en sus pantalones y se acercó al menor, abrazándolo por detrás.

—Dijiste que estas cosas sólo se hacían con quienes quieres mucho...— Su corazón se aceleró.— ¿Me quieres?.—

Souya se tensó un poco, recordó las palabras que dijo ese día... Pero ciertamente se mintió a si mismo.

—Sou... Yo te quiero mucho.— Sonrió, acariciando su vientre.— Te quiero mucho...—

Ahora estaba entre la espada y la pared, él claramente no sentía lo mismo.

—Rindō...— Se apartó de su abrazo.— Y-yo... Lo dije para que me dejaras tranquilo...— Murmuró.— Lo siento...— Con algo de vergüenza le observó a los ojos.— N-no siento lo mismo... sé lo que dije pero.— Mordió su labio.— Perdón...— Se apartó del frente tomando su bolso, sacando el seguro de la puerta y saliendo de los camerinos.

El silencio reinó en el cuarto.

Nuevamente ahí, sólo, al menos no golpeado en las bolas, pero sí con un corazón roto.

Mordió su labio con fuerza y fue inevitable soltar un par de lágrimas.
Sus piernas temblaron y tuvo que sentarse para no caer.

Su pecho dolía demasiado, después de todo se permitió sentirse vulnerable ante él, pero todo fue en vano, todo este tiempo él faltaba a su palabra, confiado en que lo hacía porque le quería, pero sólo fue atracción sexual.

Se sentía usado.

—Entonces... ¿El pasatiempo ahora fui yo?.— Sonrió entre sollozos bajos, sintiendo la calidez del agua humedecer la piel de sus mejillas.

— Sonrió entre sollozos bajos, sintiendo la calidez del agua humedecer la piel de sus mejillas

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Zarco ; [ Ringry ]Where stories live. Discover now