CAPÍTULO 9

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VICTORIA

Julio 18, comando militar.

Camino por el patio y llego al edificio de armamento militar, es un edificio aparte custodiado por soldados en la entrada, —aunque no tantos como fuera del comando— los soldados me dan un saludo militar y yo me encamino hacia la puerta donde meto el código y entro.

Delante de mis ojos aparecen aviones, avionetas y al fondo cajas llenas de armas, balas, bombas, misiles y todo lo que un militar necesita para acabar con una vida o con muchas.

Hay todo tipo de armamento militar.

Camino entre las armas, con la yema de los dedos acaricio los rifles y pistolas. Siempre he pensado que ser militar es la mejor carrera de todas: encierras, eliminas ratas del mundo, salvas personas y viajas a todos lados sin costo.

¿Para qué estudiar una carrera común y corriente? Yo sé todo sobre leyes, medicina, arquitectura, armas y muchas más cosas que una persona con una carrera común no sabría ni estudiando otra vez la carrera.
Tomo en mis manos una escopeta y acaricio el mango y luego el gatillo.

Una pesada voz me saca de trance.

— Ministro. —digo dandole un saludo militar.

— ¿Le gustan las escopetas teniente? —me pregunta, quitándomela de las manos.

Cruzo los brazos.

— Algo así. —contesto cortante.

Él abre donde deberían ir las balas de la escopeta sin mirarme.

— ¿Se puede saber por qué? —dice.

— Mi padre y yo cazamos en Canadá durante el invierno cuando íbamos a nuestra cabaña en las montañas. —digo.

  No quiero ningún acercamiento con él que no sea profesional, además esta mañana vi como una agente salió de su oficina con el cabello todo revuelto y la boca roja. No hay que ser adivina para saber que se la estaba mamando.

— Tú padre es muy amigo del mío. —dice.

Le doy la espalda buscando un fusil en una de las cajas de armamento.

—Supuestamente. —digo casi metiéndome en la caja, alza las cejas y no es ningún imbécil capta el tono de mis respuestas.

Tomo el fusil en mis manos y me pongo de pie. Doy media vuelta en mis pies y el ministro se mantiene de pie frente a mi, si hubiera dado un paso hacia adelante hubiera chocado contra su duro y trabajado abdomen.

Trago saliva y levanto la cabeza para verlo a los ojos.

— ¿Usted no tiene la mínima idea sobre el respeto al espacio corporal? ¿No? —digo arrugando los ojos por la cercanía que me pone como no debería.

Él ladea una sonrisa y a mi se me mojan las bragas.

Maldito perro.

— De lo que no tengo idea es el por qué comienza cosas que no puede terminar agente. —dice— Usted me desea tanto como yo le deseo a usted agente... —dice sin tapujos.

En algo tiene razón y el que su acento alemán acaricie su voz  tampoco ayuda.

— Esto no le gustará a señorita: "Soy su prometida, futura señora Hoffmann y madre de sus cinco hijos." —recito las palabras de su prometida el día que entró en la oficina.

TÚ Y YOOnde histórias criam vida. Descubra agora