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𝗟𝗮 𝗽𝗼𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗺𝘂𝗹𝘁𝗶𝗷𝘂𝗴𝗼𝘀

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Dejaron la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta. Ésta se abrió silenciosamente y entraron. La profesora McGonagall pidió a Heather que esperara y la dejó sola.

Heather miró a su alrededor. Una cosa era segura: de todos los despachos de profesores que había visitado aquel año, el de Dumbledore era el más interesante. Si no hubiera tenido tanto miedo a ser expulsada del colegio, habría disfrutado observando todo aquello.

Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había cachivaches muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo. Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de el, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.

Heather dudó. Echó un cauteloso vistazo a los magos y brujas que había en las paredes. Seguramente no haría ningún mal poniéndoselo de nuevo. Sólo para ver si..., sólo para asegurarse de que lo había colocado en la casa correcta.
Se acercó sigilosamente al escritorio, tomó el sombrero del estante y se lo puso despacio en la cabeza. Era demasiado grande y se le caía sobre los ojos, igual que en la anterior ocasión en que se lo había puesto. Heather esperó pero no pasó nada. Luego, una sutil voz le dijo al oído:

—¿No te lo puedes quitar de la cabeza, eh, Heather Potter?

—No —respondió Heather casi de inmediato—. Lamento molestarte, pero quería preguntarte...

—Te has estado preguntando si yo te había mandado a la casa acertada —dijo acertadamente el sombrero—. Sí..., tú fuiste bastante difícil de colocar. Mantengo lo que dije... aunque podrías haber ido a Slytherin.

—¿Qué fue lo que te hizo ponerme en Gryffindor?

—Oh, Potter, yo puedo ver a través de los pensamientos y sentimientos de cualquier persona, sin importar que. Tu tienes algo, Heather Potter, que hace que ni tu misma estés consciente de lo que piensas y sientes —contó el sombrero—. Es como una barrera, no tengo idea concreta de lo que es, pero algo es seguro; entre más tiempo eso pase en tu mente, más daño te hará en un futuro.

Tomo el sombrero por la punta y se lo quitó. Quedó colgando de su mano, mugriento y ajado. Algo mareada, lo dejó de nuevo en el estante. Heather se separó un poco, sin dejar de mirarlo.

𝖧𝖾𝖺𝗍𝗁𝖾𝗋 𝖩𝗈𝗌𝖾𝗉𝗁𝗂𝗇𝖾 𝖯𝗈𝗍𝗍𝖾𝗋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora