🆅︎🅴︎🅸︎🅽︎🆃︎🅸︎🅲︎🅸︎🅽︎🅲︎🅾︎

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𝗘𝗹 𝗵𝘂𝗲𝘃𝗼 𝘆 𝗲𝗹 𝗼𝗷𝗼

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Como Heather no sabía cuánto tiempo tendría que estar bañándose para desentrañar el enigma del huevo de oro, decidió hacerlo de noche, cuando podría tomarse todo el tiempo que quisiera. Aunque no le hacía gracia aceptar más favores de Cedric, decidió también utilizar el cuarto de baño de los prefectos, porque muy pocos tenían acceso a el y era mucho menos probable que la molestaran allí.

Heather planeó cuidadosamente su incursión. Filch la había atrapado una vez levantada de la cama y paseando en medio de la noche por donde no debía, y no quería repetir aquella experiencia.

Desde luego, la capa invisible sería esencial, y para más seguridad Heather decidió llevar la copia del mapa del merodeador, que, junto con la capa, constituía de sus pertenencias mas útiles.

El jueves por la noche Heather salió de su habitación en ala de chicas, se puso la capa, volvió a bajar la escalera y, exactamente como había hecho la noche en que Hagrid le mostró los dragones, esperó a que abrieran el hueco del retrato. Esta vez fue Ron quien esperaba fuera para darle a la Señora Gorda la contraseña («Buñuelos de plátano»).

—Buena suerte —le susurró Ron, entrando en la sala común mientras Heather salía.

En aquella ocasión resultaba difícil moverse bajo la capa con el pesado huevo en un brazo y el mapa sujeto delante de la nariz con el otro. Pero los corredores estaban iluminados por la luz de la luna, vacíos y en silencio, y consultando el mapa de vez en cuando Heather se aseguraba de no encontrarse con nadie a quien quisiera evitar.

Cuando llegó a la estatua de Boris el Desconcertado —un mago con pinta de andar perdido, con los guantes colocados al revés, el derecho en la mano izquierda y viceversa— localizó la puerta, se acercó a ella y, tal como le había indicado Cedric, susurró la contraseña:

—«Frescura de pino.»

La puerta chirrió al abrirse. Heather se deslizó por ella, echó el cerrojo después de entrar y, mirando a su alrededor, se quitó la capa invisible.

Su reacción inmediata fue pensar que merecía la pena llegar a prefecto sólo para poder utilizar aquel baño.

Estaba suavemente iluminado por una espléndida araña llena de velas, y todo era de mármol blanco, incluyendo lo que parecía una piscina vacía de forma rectangular, en el centro de la habitación. Por los bordes de la piscina había unos cien grifos de oro, cada uno de los cuales tenía en la llave una joya de diferente color. Había asimismo un trampolín, y de las ventanas colgaban largas cortinas de lino blanco. En un rincón vio un montón de toallas blancas muy mullidas, y en la pared un único cuadro con marco dorado que representaba una sirena rubia profundamente dormida sobre una roca; el largo pelo, que le caía sobre el rostro, se agitaba cada vez que resoplaba.

𝖧𝖾𝖺𝗍𝗁𝖾𝗋 𝖩𝗈𝗌𝖾𝗉𝗁𝗂𝗇𝖾 𝖯𝗈𝗍𝗍𝖾𝗋Where stories live. Discover now