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𝗘𝗹 𝗧𝗼𝗿𝗻𝗲𝗼 𝗱𝗲 𝗹𝗼𝘀 𝘁𝗿𝗲𝘀 𝗺𝗮𝗴𝗼𝘀

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Los carruajes atravesaron las verjas flanqueadas por estatuas de cerdos alados y luego avanzaron por el ancho camino, balanceándose peligrosamente bajo lo que empezaba a convertirse en un temporal.

Pegando la cara a la ventanilla, Heather podía ver cada vez más próximo el castillo de Hogwarts, con sus numerosos ventanales iluminados reluciendo borrosamente tras la cortina de lluvia.

Los rayos cruzaban el cielo cuando su carruaje se detuvo ante la gran puerta principal de roble, que se alzaba al final de una breve escalinata de piedra. Los que ocupaban los carruajes de delante corrían ya subiendo los escalones para entrar en el castillo. También ellos saltaron del carruaje y subieron la escalinata a toda prisa, y sólo levantaron la vista cuando se hallaron a cubierto en el interior del cavernoso vestíbulo alumbrado con antorchas y ante la majestuosa escalinata de mármol.

—¡Caray! —exclamó Ron, sacudiendo la cabeza—. Si esto sigue así, va a terminar desbordándose el lago. Estoy empapado... ¡Ay!

Un globo grande y rojo lleno de agua acababa de estallarle en la cabeza.

Empapado y farfullando de indignación, Ron se tambaleó y cayó contra Heather, al mismo tiempo que un segundo globo lleno de agua caía... rozando a Hermione. Estalló a los pies de Heather, y una ola de agua fría le mojó los zapatos y los calcetines.

A su alrededor, todos chillaban y se empujaban en un intento de huir de la línea de fuego.

Heather pego su bolsillo a su torso, levantó la vista y vio, flotando a seis o siete metros por encima de ellos, a Peeves. Su cara, ancha y maliciosa, estaba contraída por la concentración mientras se preparaba para apuntar a un nuevo blanco.

—¡PEEVES! —gritó una voz irritada—. ¡Peeves, baja aquí AHORA MISMO!

Acababa de entrar apresuradamente desde el Gran Comedor la profesora McGonagall. Resbaló en el suelo mojado y para no caerse tuvo que agarrarse al cuello de Hermione.

—¡Ay! Perdón, señorita Granger.

—¡No se preocupe, profesora! —dijo Hermione jadeando y frotándose la garganta.

—¡Peeves, baja aquí AHORA! —bramó la profesora McGonagall, enderezando su sombrero puntiagudo y mirando hacia arriba a través de sus gafas de montura cuadrada.

𝖧𝖾𝖺𝗍𝗁𝖾𝗋 𝖩𝗈𝗌𝖾𝗉𝗁𝗂𝗇𝖾 𝖯𝗈𝗍𝗍𝖾𝗋Where stories live. Discover now