𝗖𝗔𝗣. 𝗨𝗡𝗢

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Loren Philips

DOS AÑOS DESPUÉS.

Cuando llegó el turno de mi último paciente del día, estaba exhausta hasta los huesos. Necesitaba un baño largo y burbujeante, seguido de una copa de vino y varios brownies para desvanecer el estrés acumulado. La idea de sumergirme en agua tibia mientras el vino dulce acariciaba mi paladar me hizo temblar de anticipación. Ansiaba ese tiempo a solas, donde solo importara yo misma.

Hacía meses que descuidaba mi apariencia, y mi cuerpo lo reflejaba, quizás con un extra de veinticinco kilos. La mujer que me devolvía el espejo ya no me complacía, y eso no pasaba desapercibido para aquellos a mi alrededor, especialmente para Adrián.

Mientras me preparaba mentalmente para mi merecido descanso, me dirigí al tercer piso del edificio: el área reservada para pacientes con menor riesgo de autolesiones. La mayoría sufría de depresión u otros trastornos comunes, pero las reglas internas debían ser seguidas a rajatabla.

Después de una corta caminata, entré en el ascensor que me llevaría a mi destino. Este laberinto de un hospital me tenía habituada a los giros y vueltas, aunque siempre me desorientaba.

Al llegar, toqué la puerta varias veces, como mandaban las reglas. Sin embargo, el silencio que me recibió me inquietó. Adentrándome en la habitación, la puerta se cerró a mis espaldas, como una advertencia muda de seguridad.

—Buenas tardes, David —saludé con una sonrisa forzada.

La habitación era como las demás, pero la personalidad de David brillaba en los doscientos cincuenta dibujos y pinturas que adornaban las paredes. La luz de los grandes ventanales lo convertía en un observatorio privilegiado de la ciudad y sus atardeceres.

David, vestido con su uniforme hospitalario, me recibió con seriedad.

—Perdón por la tardanza —me disculpé, sosteniendo un libro en las manos. Para David, la lectura era un escape después de sus creaciones artísticas y cada vez que aceptaba hablar conmigo tenía permiso de leer uno nuevo.

Después de abrir su expediente médico, me preparé para la sesión, a pesar de que el día había sido un desastre.

—¿Cómo te has sentido estos últimos días, David? —pregunté, sabiendo que la respuesta no siempre era inmediata en estos casos.

Sus ojos me observaban con una intensidad inquietante, lo que me hizo sentir incómoda. Carraspeé, esperando una respuesta que nunca llegó. Parecía que David había decidido guardar silencio por algún motivo desconocido, y esa falta de comunicación me inquietaba más que cualquier otra cosa.

David, un firme creyente en el poder de las miradas, parecía intentar comunicarse de esa manera, lo que me dejaba intrigada. Sabía que sería difícil dejarlo cuando mi pasantía llegara a su fin, dada nuestra sólida relación de amistad desde su llegada al hospital.

—¿Qué es lo más loco que ha hecho por amor, doctora? —finalmente rompió el silencio, sacándome de mis reflexiones.

Al alzar la mirada, intenté recordar alguna anécdota, pero nada vino a mi mente de inmediato.

—La verdad, nunca he hecho locuras por amor. ¿Tienes alguna que quieras compartir? —respondí, curiosa por escuchar su respuesta.

David sonrió con amabilidad, asintiendo levemente.

—Lo más loco que he hecho es estar encerrado en un hospital psiquiátrico para poder verla todos los días durante unos minutos.

Su confesión me sorprendió, ya que rara vez hablaba de su vida personal. Tras reflexionar sobre sus palabras, supuse que se refería a una paciente como él.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن