𝗖𝗔𝗣. 𝗦𝗘𝗜𝗦

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Loren Philips

Salí de mi oficina con el pretexto de hacer unas copias, aunque en realidad solo quería escapar por un momento del peso abrumador de mi situación. Las luces fluorescentes del hospital lanzaban su brillo desinfectante sobre las paredes blancas, creando un ambiente clínico que siempre me recordaba a la frialdad de una morgue. Las sombras se alargaban, proyectando figuras inquietantes que parecían moverse a su antojo.

Mis pensamientos eran una maraña de confusión. Los últimos meses habían sido una pesadilla viviente, y cada paso que daba en ese hospital parecía hundirme más en un abismo de desesperación. Al llegar a la sala de copias, el zumbido de las máquinas y el crujir del papel eran sonidos familiares y, en cierta forma, reconfortantes.

—Loren —la voz que me llamó me sacó bruscamente de mi ensoñación.

Reconocí la voz y el rostro al instante, y una ola de asco me recorrió el cuerpo. Damián, con su sonrisa pretenciosa y sus ojos celestes, me miraba con una mezcla de lástima y superioridad. Los rayos del sol que se filtraban a través de las ventanas creaban un juego de sombras en su rostro que solo acentuaban su expresión desagradable.

—Hola, Damián —respondí, tratando de mantener la compostura.

Él me agarró del brazo, obligándome a detenerme. Su toque me llenó de repulsión. Intenté seguir mi camino, ya que tenía mucho trabajo por hacer, pero parecía que no podría.

—¿A dónde vas? —preguntó, su voz cargada de una falsa preocupación.

—¿No es obvio? —Forcejeé—. Suéltame.

—Te envié muchos mensajes y...

—Los vi, pero no quise responderte —lo interrumpí, deseando terminar la conversación lo antes posible.

—Loren, no era algo que estuviera en mis manos, tú sabes cómo es Adrián...

—Eres un mentiroso y un cobarde, como él —espeté, y me solté de su agarre de un tirón.

Mientras me perseguía con sus excusas, el hospital parecía transformarse en un laberinto opresivo. Los pasillos, usualmente tan familiares, se volvieron hostiles y desconocidos. Las sombras en las paredes parecían moverse a mi alrededor, como si estuvieran vivas.

—Yo le repetí muchas veces que dejara de hacerlo y no me escuchó —aseguró, su voz una letanía de disculpas vacías.

Me detuve en seco.

—¿Por qué nunca me dijiste la verdad? Nos vemos todos los días y jamás tuviste la decencia de decirme nada. Fuiste el padrino de nuestra boda, te veo en mi casa cada fin de semana.

—Loren, hay cosas que tú no sabes y yo no tengo por qué decirlas. —Su mirada esquiva y sus manos escondidas en los bolsillos de su bata blanca me decían que no diría nada más.

—Entonces lárgate de mi vista, no quiero ver tu espantosa cara por mi oficina —dije a secas.

Antes de que pudiera responder, Joseph, otro compañero de trabajo, llegó justo a tiempo. Su presencia, normalmente igual de fastidiosa, ahora solo añadía a la sensación de lástima con la que todos me veían.

—Perdón que te interrumpa, pero te busca el director general en la sala de juntas —me informó con su tono profesional de siempre.

—Gracias —respondí, tratando de mantener la calma.

«Ahora seré una desempleada más», pensé mientras caminaba hacia el ascensor.

Las puertas del ascensor se abrieron, y me encontré entrando en una caja metálica que me pareció una trampa. Deslicé mi gafete por la pequeña pantalla, y las puertas se cerraron con un susurro siniestro. El ascensor comenzó su ascenso, y sentí cómo mis nervios crecían con cada piso.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Where stories live. Discover now