𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗦𝗜𝗘𝗧𝗘

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Loren Philips.

Al llegar a mi oficina, Karen me entregó los documentos de varios internos que seguían en la lista. Por suerte, no me preguntó por la tardanza, ya que sé que me hubiera puesto nerviosa. El beso en el baño había sido lo mejor de mi día o semana, incluso más que el polvo con Adrián en el auto. Aún podía saborear sus suaves labios y el apretón de mis caderas contra su cuerpo, aunque era totalmente antiético y las posibilidades de ser despedida eran grandes.

Sacudí mi cabeza y tomé mis anteojos que, una vez más, había olvidado. Últimamente, la memoria no era lo mío y los recuerdos del pasado eran muy borrosos, casi como un mal sueño.

Raro, demasiado. Probablemente era mi mala alimentación combinada con el estrés que tenía acumulado, algo horrible.

Después de unas horas sumergida en el trabajo, traté de recordar más acerca de mi adopción. No era algo que conociera a fondo, ya que los recuerdos se iban borrando poco a poco, pero había algo en especial que recordaba a la perfección: el día que Joana y Louis me llevaron a su casa en Nueva Jersey. Tenía años sin hablar, pero por alguna extraña razón, ese día lo hice con ellos.

Louis y Joana Philips no eran malas personas, pero tenían ideas de la vida muy cerradas. Creían que el esposo debía ser atendido por su mujer, que las mujeres valían por su virginidad, o que los hombres podían tener más mujeres fuera de casa.

Varias veces sorprendí a Joana llorando al encontrar rastros de labial en las camisas del trabajo de Louis. Jamás trajo a casa a ninguna, pero sabía que había tenido varias amantes y Joana no protestaba. Decía que era mejor callar, porque los reclamos llevaban a los hombres a golpear, pero con diez años no entendía lo que trataba de decirme. Incluso el día que llegó mi periodo, él me vio con odio, como si de un animal muerto se tratara.

Jamás logré entender cómo Louis, un hombre alegre y enérgico, podía ser tan cruel con Joana, desde rechazar un abrazo hasta tirarle la comida recién hecha al suelo solo porque a él no le parecía. Pero aún así, los quise como si fueran mis verdaderos padres, especialmente a Joana.

Ya los había perdonado a ambos: a Joana por decirme que una mujer gorda no sería buena esposa, y a Louis por haberme golpeado un par de veces.

Intentando recordar un poco más, regresó a mi mente la imagen de mi primera cita con Adrián. Fue un completo desastre, ambos llenos de vida, corriendo hasta su auto viejo bajo la lluvia de invierno que nos provocó un fuerte resfriado días después.

Ese día, Joana no me dio su permiso para salir, sabía que Louis se enojaría porque él quería que fuera novia del hijo de su mejor amigo, y me escapé a comer hamburguesas en un lugar de origen dudoso. En ese momento, ambos éramos estudiantes y Joana no me dejaba conseguir un empleo. A pesar de todo lo malo que había pasado y de los gritos que me esperaban en casa, Adrián fue demasiado lindo, y bastó esa cita para darme cuenta de que mi crush se había enamorado de mí.

Después de cinco meses, mis padres no tuvieron otra opción más que aceptar nuestro noviazgo y dejarme salir con él de manera oficial. Fue mi primer amor, mi primer novio y el primero en todo. Tal vez por eso me había tomado tanto tiempo dejar de luchar por nuestro matrimonio, ya que de alguna manera sentía que estaba traicionando las palabras de Joana.

Con ese pensamiento, la pequeña sonrisa que tenía se desvaneció por completo.

El mundo está lleno de personas rotas que justifican sus actos atroces porque perdieron todas las piezas de su cordura, y Adrián era uno de ellos; uno de tantos que prefería seguir dañando en lugar de intentar hacer un cambio.

De repente, mis ojos comenzaron a cerrarse poco a poco, algo parecido al cambio de luces en el semáforo. No tenía mucho que hacer, así que recargué mi cabeza hacia atrás y entrelacé mis manos a la altura de mi abdomen, preparándome para una pequeña siesta.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora