𝗖𝗔𝗣. 𝗖𝗨𝗔𝗧𝗥𝗢

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Adrián Maxwell.



De camino a casa, la llamé mil veces, pero ninguna de mis llamadas fue contestada. No sabía qué hacer ni dónde buscarla. Por un momento, temí que se hubiera ido de la ciudad, ya que desde hace mucho tiempo deseaba viajar.

Al llegar, noté su ausencia: ni sus pertenencias ni el perro que le regalé estaban. Lo primero que hice fue revisar las cámaras de seguridad, donde descubrí que alguien más había entrado a la casa, una mujer desconocida.

—Jan, averigua quién carajos es esta persona que se lleva las cosas de Loren —ordené, señalando la pantalla—. Jamás la había visto.

El dolor de cabeza persistente desde que salí del hospital empeoraba, los medicamentos ya habían hecho su efecto.

—En breve tendré la información que necesita —afirmó Jan con confianza.

Encendí un cigarro tratando de calmar mi ansiedad; no podía dejar de pensar en Loren. Era evidente que no me perdonaría; la había decepcionado profundamente. Debía odiarme tanto como yo a mí mismo, pero eso me importaba poco. Necesitaba tenerla a mi lado, bajo mi control. No había otra opción.

Antes de dar la última calada al cigarro, observé a Andrea saliendo del baño. Había estado vomitando desde que llegamos. Esa perra imprudente había abierto demasiado la boca, parecía haber olvidado las advertencias que le hice cuando aceptó mi trato.

Continué fumando sin prestarle atención. Aparentaba arrepentimiento por lo que le había dicho a Loren, pero no me importaba. Sabía que de esta noche no pasaría. Tal vez, por la manera en que la miraba, ya lo sospechara, o al menos, un dejo de miedo se asomaba en ella.

—Oye... —murmuró, acercándose a la cama donde hacía unos días dormía con Loren.

—¿Sí, Andy? —pregunté despreocupado, mientras encendía otro cigarro.

Al escucharme, su semblante cambió; parecía sorprendida por mi tono pacífico de voz.

—¿Estás molesto por lo que le dije a tu esposa?

—Claro que lo estoy, Andy —respondí riendo, como si fuera una broma, a lo que ella respondió con más risas—. Te dará más risa cuando esté estrangulándote.

Al instante, sus ojos se abrieron; su angustia y temor eran evidentes. Deseaba huir, pero ya era demasiado tarde.

—Es una broma, ¿verdad? —preguntó ella, mientras secaba las pequeñas lágrimas que brotaban de sus ojos.

—No, Andy. Rompiste las reglas que estaban estipuladas en el jodido contrato y el juego terminó —respondí antes de llevar de nuevo el cigarro a mis labios.

—No puedes... Tendré un hijo tuyo —inquirió.

Chasqueé los dedos y varios de mis hombres entraron de inmediato a la habitación, esperando mis órdenes.

—¿Sucede algo, señor? —preguntó con firmeza uno de ellos.

—Llévensela de aquí. Sus lágrimas me irritan —ordené, señalando a Andrea.

—¿En serio estás pensando en matarme? —gritó asustada, retrocediendo.

—Claro, Andy. Eso es seguro.

Antes de que intentara escapar, la sujetaron con fuerza de ambos brazos; levantándola del suelo mientras ella luchaba entre lágrimas por ser liberada.

—¡Eres un imbécil y ella una pendeja!

—¿Qué has dicho?

Me volteé hacia ella, intentando mantener la calma para no lastimarla debido a su estado.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]On viuen les histories. Descobreix ara