𝗖𝗔𝗣. 𝗧𝗥𝗘𝗖𝗘

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Loren Philips.


—Exactamente, conozco los procedimientos y quiero ver mi expediente. Porque conozco los procedimientos —repetí con orgullo y algo eufórica.

Sonreí y él parecía aún más nervioso. Algo no estaba bien, esto no era ciencia, era intuición.

—Por el momento no tengo el expediente a la mano, no sabía que vendría. Pero dentro de unos días quizás pueda regresar, y con mucho gusto. ¿Le queda claro?

Entrecerré los ojos—. No lo creo, no lo tengo claro. ¿Cuál es el problema? ¿Qué no puede ir a los archivos por él?

—El problema es… tuvimos un problema con algunos archivos. Hubo un error en las cámaras y no hemos encontrado al responsable.

Le solté una risa nerviosa—. ¿Qué quiere decir él con eso? ¡¿Qué perdieron mi puto expediente médico?!

Abrió mucho los ojos ante mi comportamiento y rápidamente se levantó de su silla, tratando de intimidarme.

—Esa no es manera de hablar en un hospital y mucho menos en mi oficina, señora Loren —espetó indignado, con los brazos sobre el escritorio e inclinándose un poco hacia mí.

—Pues si no fueran unos mierdas mediocres y negligentes, ¡no me enfadaría tanto!—dije agitada—. ¿No es consciente de las consecuencias?

La secretaria intervino entrando a la oficina, parecía furiosa por mis gritos e intentó hablar antes de ser interrumpida de nuevo por mí:

—Si en dos días no me entregan toda mi información, los demandaré —amenacé con el dedo—. Usted debería hacer bien su trabajo.

Salí por la puerta con la cabeza en alto, aunque un poco dudosa de mí misma, ya que nunca había levantado la voz.

Para mi madre, las mujeres no podíamos alzar la voz ni desobedecer a nuestros maridos. Lamentablemente, crecer en un hogar machista deja estragos en la mente, y cada una de sus palabras caló en la mía.

A lo largo de mi relación con Adrián, nunca le levanté la voz y mucho menos desobedecí sus órdenes. Ya que según él, tenía razón en todo, aunque intentara defenderme. Antes de casarme con él, podía ser libre, como una mariposa que emerge de su capullo. Era como si dejar de amarlo o necesitarlo, me devolviera la paz que él mismo me quitó con su presencia.

Caminé hasta llegar a la siguiente calle y, distraídamente, choqué con alguien. Mi frente estaba presionada contra su hombro y subí la mirada hacia arriba para encontrarme un rostro que me parecía familiar. Era un hombre, de unos cuarenta años: alto, robusto, con algo de barba y por mi golpe le había tirado las gafas de sol al suelo.

—¡Disculpe, qué estupida soy!—me agaché con rapidez para recoger sus gafas y se las devolví avergonzada—. Estaba muy molesta, que pena.

Me miró, pero no parecía molesto, sólo pensativo.

—¿Te conozco...?—preguntó extrañado.

Negué con la la cabeza, tan confundida como él—. Aunque soy psiquiatra, tal vez en una valoración.

Él sonrió—. Nunca he visitado a un psiquiatra, mi salud mental no es la mejor, pero no es para tanto.

Reí.

—Si alguna vez lo necesita puede buscarme, trabajo en el hospital de máxima seguridad que está un poco lejos de aquí —bromeé y él se rió.

—Gracias por la oferta, ¿cómo la encuentro?

—Mi nombre es Loren, Loren Philips, es un placer —dije con amabilidad, y él siguió pensativo.

—Algo me dice que ya nos habíamos cruzado en esta vida, yo también soy médico y nunca olvidaría sus ojos…

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Where stories live. Discover now