𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗦𝗘̂𝗜𝗦

18.5K 1.2K 296
                                    

Loren Philips.

—Será mejor que te vayas antes de que te vean, ¿vale? Prometo que esta vez no diré nada para que no te dejen sin dibujar esta semana —murmuré entre sollozos.

—Me importan un bledo las reglas, si estás mal. Me rompe el corazón verte triste, así que acúsame si quieres, pero no me iré de aquí hasta que estés mejor —afirmó con el ceño fruncido.

«¿Dónde quedó el “usted”?»

Oficialmente, la estrecha amistad que tenía con David se había esfumado; era obvio que sentía cierta atracción hacia él.

Sin pensarlo más, me aparté para que entrara, ya que en cualquier momento alguien nos podía ver. Estaba muy vulnerable como para razonar si lo que estaba permitiendo era correcto o no; solo quería seguir tirada en el suelo y seguir llorando.

Las peleas con Adrián me habían dañado, pero lo que estaba experimentando ahora mismo no era nada comparado, no tenía justificación alguna.

David entró y al instante hundí mi cabeza en su pecho con un fuerte abrazo que posiblemente lo dejaría sin aliento unos minutos; él, algo tímido, me correspondió el gesto y comenzó a acariciar mi cabello con delicadeza, justo como lo había hecho Mariana cuando llegué a su cafetería por primera vez.

—Tranquila, ya estoy aquí —susurró, mientras mis lágrimas eran derramadas en su suéter.

—M-me, me quiso…—tartamudeé al tratar de explicarle lo sucedido, pero él pausó mis palabras con su dedo índice en un gesto de silencio.

—Ven —pidió, sentándose en el suelo, pero yo negué—. ¿Tienes frío? No te preocupes, siéntate en mis piernas.

«Lo dejaré inválido con mi peso», pensé y de nuevo negué.

—N-no q-quiero aplastarte —confesé.

Sonrió incrédulo y respondió:

—No pasará eso, ven —golpeteó sus grandes muslos tonificados y, con algo de vergüenza, me senté a horcajadas sobre él y apoyé mi cabeza en su pecho.

Después de acomodarme en una posición cómoda y empezar a relajarme, él continuó acariciando mi cabello. Mis lamentos disminuyeron a medida que pasaban los minutos, y cuando me di cuenta, mi respiración agitada cesó.

Sin embargo, no quería soltarlo. Era reconfortante sentir su piel contra la mía, unidos perfectamente como un rompecabezas.

—Wise men say… only fools, only fools rush in.

Era la canción, nuestra canción.

Mi corazón volvió a acelerarse, pero esta vez no por tristeza, sino por emoción y tranquilidad.

—Oh, but I, but I, I can't help falling in love with you…

Al levantar la mirada, David tomó mi barbilla—. Shall I stay? —continuó cantando, con sus ojos fijos en los míos—. Would it be, would it be a sin?

Su dulce voz llenaba mi alma, como el primer día que lo escuché en las grabaciones de los pasillos.

—If I can't help falling in love with you…

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Where stories live. Discover now