𝗖𝗔𝗣. 𝗤𝗨𝗜𝗡𝗖𝗘

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Loren Philips.

Al bajar del ascensor, me detuve en seco. «¿Por qué en urgencias? ¿Le habrá pasado un accidente?» Sentía escalofríos con ese pensamiento; era un desconocido, y tenía emociones por él.

—Solo vas a preguntar por él y es todo —susurré al aire. Afortunadamente, no había nadie cerca, o pensarían que tengo una personalidad múltiple.

Caminé con rapidez hasta llegar a las rejas que daban al primer edificio, pasé mi gafete en la pantalla y saludé al vigilante de seguridad, quien solía hablar conmigo a la hora del almuerzo.

Tomé un respiro antes de llegar al módulo de enfermería, donde se encontraba el área de emergencias. Seguí caminando mientras observaba a mi alrededor, ya que presentía que por el tiempo de espera estaba esperando afuera.

«Urgencias», leí en el gran letrero de rojo que marcaba la siguiente área.

Me adentré con una sensación horrible en el estómago, que no pude evitar masajear para intentar calmarla; tal vez era solo mi estómago ansioso.

—Buen día, me informaron que alguien me estaba buscando aquí. ¿Pasa algo?—pregunté a la recepcionista de urgencias, parándome frente a ella.

Ella me miró confundida, como si principalmente no supiera de mi existencia. Aunque era mejor así, a que me recordara por el vídeo del puñetazo.

—Soy de psiquiatría, me dijeron que alguien estaba preguntando por mí —expliqué con calma.

—Ah, sí, doctora Philips, acaba de —hizo una pausa, fijando su vista detrás de mí y sonrió—. De hecho, ahí viene.

«¡Oh, Dios mío…», rápidamente arreglé mi cabello con los dedos y volteé algo nerviosa. Sin embargo, mi nerviosismo terminó cuando vi a la persona menos inesperada frente a mí, casi rozándome.

«Maldita plaga», maldije al verlo.

—Hola, cielo —dijo Adrián al ver mi cara de disgusto—. Qué buen servicio tienen aquí, y yo que pensé que era una mierda —le devolvió la sonrisa a la recepcionista y me tomó con fuerza del brazo, llevándome con él hacia otro lugar.

Lo único que me faltaba era este imbécil acosándome como el buitre que era en mi vida. «Qué fastidio», pensé, siendo jalada con rapidez.

—¡Ya, suéltame!—chillé por la presión que ejercía en mí—. Qué complejo de superioridad tienes.

—No sabes cuánto te extrañé, cielo —aseguró, tomando mis mejillas para intentar besarme, pero giré mi cabeza para apartarlo.

—¿Ahora qué quieres?—espeté en voz baja. No necesitaba problemas en el trabajo.

—¿Qué? ¿Acaso no recuerdas qué día es hoy?

Lo miré con confusión. ¿Qué quería ahora? No le bastaba con borrar mis documentos.

—Es trece, trece de septiembre —afirmó con una gran sonrisa, como si fuera algo maravilloso—. Es nuestro aniversario, siete años de felicidad junto a ti, cielo.

Exhalé cansada—. Tengo trabajo que hacer. Si no quieres que te patee los testículos, ¡lárgate ahora mismo!—advertí furiosa, con las manos en la cintura.

—Pero… ya tengo tu regalo —volvió a sonreír con descaro—. Está justo en la habitación, pesa tres kilos; tiene ojos grises, cabello rubio y mejillas rosadas —explicó en detalle.

No sabía si sentir rabia, asco o tristeza. Era el sueño de la niña frustrada con padres abusadores, tener su propia familia con amor, y dolía saber que él ya la tenía. Mi ex marido, el imbécil, ya tenía esa felicidad en sus manos y quería regalármela.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Where stories live. Discover now