𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗜𝗘𝗭

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Loren Philips.

Con los nervios a flor de piel y el corazón acelerado, entré a la sala de emergencias. La valentía y orgullo que había sentido unos minutos antes al enfrentarme a Joseph desaparecieron a medida que avanzaba hacia el mostrador de enfermería. Me aterraba perder el control de la situación.

Me acerqué al mostrador de enfermería para revisar los expedientes recientes: dos de los heridos del tiroteo estaban próximos a ir a quirófano para sus cirugías ambulatorias, ya que habían sido los más afectados por el hombre armado.

—Doctora Raymond, necesito su autorización para examinar a la paciente ingresada por ataque de pánico, Gina —dije mientras tocaba su hombro para captar su atención.

Ella ha sido la directora general de medicina durante quince años y quien toma las decisiones, por lo que no necesitaba la aprobación de Joseph en absoluto.

—Loren, es una situación delicada —explicó.

—Es lo mismo que le dije, pero ya sabes cómo es de tenaz, March —intervino Joseph, con voz firme, mientras sentía su mirada de enojo a mis espaldas.

Ella escuchó a Joseph y me observó por unos segundos antes de tomar una decisión.

—Tienes mi autorización, Philips —afirmó.

Me sonrió y se dirigió hacia la salida.

—¿Qué? March, tú y yo sabemos que no está preparada para esto —insistió Joseph de manera fastidiosa.

—Déjala en paz, Joseph. Ella está más que preparada para esto —aseguró confiada.

Joseph suspiró furioso por su decisión, y ella me entregó el expediente médico de Gina antes de marcharse.

En sus anteriores internamientos, Gina presentó ataques de agresividad y también de pánico. Tenía tratamiento por depresión postparto y venía de vez en cuando a chequeos generales, según lo que leí en el expediente.

Al llegar a la puerta de la habitación, vi a una enfermera salir de ahí adentro, con algunos rasguños en el rostro y el cabello despeinado.

—¿Qué te pasó? —la detuve por el brazo con suavidad.

—La señora Gina, eso me pasó —respondió molesta.

Su mirada reflejaba fastidio y agotamiento, indicando que estar junto a Gina sería algo difícil.

—¿Ella te atacó?

—Sí, nada la controla, así que no puedo aplicarle otro sedante —espetó.

Sabiendo que el medicamento controlado como los sedantes no siempre era la solución a las crisis y aplicarle otro sería contraproducente, suspiré.

—Es muy pronto para aplicarle otro. Trataré de hablar con ella.

—Inténtelo, aunque dudo que pueda.

Abrí la puerta lentamente y vi a Gina en el suelo, con ambas manos cubriendo su rostro mientras sus incontrolables sollozos retumbaban en cada rincón de la habitación. Tenía sangre en el antebrazo derecho y supuse que se había arrancado la aguja de canalización.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Where stories live. Discover now