𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗦É𝗜𝗦

7.7K 605 35
                                    


Loren Philips.


Solté un quejido de dolor por la presión del abrazo; cada vez que me tocaba, parecía que quería hacerme sentir mal de algún modo. Con mi hombro aún herido, quité sus brazos de mi torso y me volví para verlo de frente. Traía gafas de sol y su maldita sonrisa triunfante.

—Dijiste cinco minutos, ¿qué haces aquí? —le pregunté, tratando de contener mi enojo.

—Si te decía que ya estaba aquí, iba a quitarle lo divertido. ¿Qué mejor que tu cara de enojo? —dijo con una mueca burlona.

—Eres insoportable. Si pudiera, con gusto te daría otro puñetazo —murmuré cerca de él.

—¿Pero qué crees? No puedes, cielo. Así es la vida, los débiles se callan y obedecen a los fuertes —respondió con arrogancia.

—Hay diferencia entre una persona fuerte y otra manipuladora, y tú no tienes nada de fuerte —espeté, sintiendo la necesidad de encararlo.

Él bloqueó mi camino con una fuerza descarada y me obligó a seguirlo hasta la salida del hospital, justo donde se encontraba el estacionamiento.

—Te atreves a llamarme manipulador, pero nunca te vi quejarte cuando te daba la mejor vida. Te compré la casa de tus sueños y te organicé tu maldita boda en la playa. ¿Ahí no era manipulador? —dijo con un tono desafiante, buscando provocarme.

—Esas son cosas materiales que usaste para hacerme sentir amada, pero ni siquiera le diste importancia a la muerte de mis padres ni al dolor que sentí por el aborto —respondí, sintiendo que necesitaba hacerle entender la magnitud de su negligencia.

—¡Esas son mierdas, Loren! No eran tus padres biológicos y ese niño de cualquier manera no iba a nacer —se detuvo repentinamente con sus últimas palabras, como si se diera cuenta de que había cruzado una línea.

—¿Por qué estás tan seguro de que no iba a nacer? ¿Acaso estabas dispuesto a obligarme a abortar? —pregunté, con la mirada fija en sus ojos, buscando la verdad.

—¡Basta! No quiero hablar de eso, ya han pasado dos putos años. ¡Supéralo! —gruñó, evadiendo mi pregunta.

—Estás nervioso, Adrián. Dime la verdad —insistí, sin dejarlo escapar.

—No, no te iba a obligar a hacerlo, ¿feliz? —dijo con brusquedad, pero pude percibir la falsedad en sus palabras.

Mantuve mi mirada fija en él, sin decir una palabra más. Seguimos caminando hasta llegar al auto. Me abrió la puerta y luego se dirigió hacia su asiento, dejando un silencio incómodo entre nosotros.

—¿Ya tomaste una decisión acerca de lo que hablamos? —cuestionó luego de minutos de permanecer callado.

—Sí, pero tengo algunas condiciones —respondí, decidida a establecer límites claros.

—¿Qué condiciones? —preguntó con interés.

—Que aceptes que nos mudemos a Denver, que me permitas trabajar, tener un auto y dormiremos en habitaciones distintas —informé, esperando su reacción.

Negó rotundamente con un semblante más serio mientras conducía.

—No nos podemos mudar ahora, tengo negocios que cerrar aquí y lo del auto jamás, conduces horrible —respondió con burla.

—Haré lo que quieras, solo déjame seguir adelante con mi carrera —insistí, sintiendo que esta era mi oportunidad de recuperar parte de mi independencia.

Me volteó a ver por un segundo y se mordió el labio inferior, como si estuviera evaluando mis condiciones.

—Entonces iremos a registrar a Kaleb y firmarás su acta de nacimiento como su madre —propuso, cambiando el tono de la conversación.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Where stories live. Discover now