𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗧𝗥É𝗦

7.6K 560 50
                                    

Loren Philips.


Los problemas emocionales que no son tratados a menudo comienzan a manifestarse físicamente, advirtiéndonos que no se irán hasta que los tratemos con un psicólogo. Es como el excremento que deja tu cachorro en la madrugada y que sabes que tendrás que limpiar por la mañana antes de que la habitación apeste. Nuestro propio cuerpo nos advierte sobre las consecuencias, desde una migraña hasta una colitis nerviosa o un agotamiento desmedido.

Pero, ¿acaso había escuchado a mi propio cuerpo? Todas las noches que preferí doblar turno en lugar de regresar a casa, porque ya no me sentía segura en ese lugar. Nunca me di cuenta del daño que me estaba haciendo, día tras día, tratando de sobrevivir a la realidad que yo misma había creado para no sucumbir al dolor. Los psicólogos le llaman bloqueo emocional, pero yo lo reconocía como mi manera de seguir respirando, como un piloto automático.

Sin escuchar, sin sentir y casi sin respirar, caminaba por una acera de cristales rotos, incapaz de darme cuenta de que probablemente ya había rastros de ellos dentro de mi piel.

Obedecía las reglas de Adrián, sin opinar. Tal vez siempre hubo señales de sus infidelidades, pero no las reconocí por miedo a la soledad que, sin saberlo, ya estaba viviendo internamente.

¿Qué me faltaba para por fin dejarlo? Esa pregunta me carcomió durante dos años, esperando un cambio o un milagro que nunca llegaría. Aunque por alguna razón, seguía creyendo que sí.

Aún podía recordar el momento en el que acepté ser su esposa, frente al altar. Nunca fui muy devota, pero sentía que era lo correcto. Fui feliz durante cinco años con él, donde no hubo ninguna confrontación ni reclamos.

Pero lo único que persistía de aquellos recuerdos eran las fotografías enmarcadas que adornaban las paredes de la sala y algunos estantes, congeladas en el tiempo, como el amor que nos tuvimos.

Cerré los ojos y respiré aire fresco, estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para alejarlo de mi vida, incluso si eso implicaba volver con él por unas semanas. Iba a hacerlo.

Después de unos segundos me levanté de mi silla con los documentos de mis siguientes pacientes en la mano y salí de la oficina, de nuevo. Saludé a Karen con una sonrisa gentil y caminé por el pasillo hasta llegar al ascensor.

—Hola, Loren, ¿cómo estás? —saludó Damián.

Exhalé fuerte, dejando que sonara mi fastidio.

—¿Te mandaron a espiarme, gato? —cuestioné con hostilidad.

Damián soltó una carcajada burlona y negó.

—No, Loren, no te creas la gran cosa. Fuera de sus peleas matrimoniales, tengo una vida, tengo un trabajo —afirmó.

—Acostarte con las enfermeras de pediatría no es una vida, Damián, es ser un pervertido asqueroso que probablemente tiene disfunción eréctil —contesté.

Él se quedó boquiabierto, aún procesando lo que había dicho. Por suerte, las puertas del ascensor se abrieron antes de que intentara contraatacar. Pasé mi gafete y me despedí con la mano de él.

Los segundos pasaron y llegué a la planta baja. Minutos antes, me habían avisado que una mujer de treinta años estaba próxima a evaluación, ya que presentaba síntomas de depresión, pero aún no entendían las causas, así que su marido la había obligado a venir tras un intento de suicidio.

Las puertas se volvieron a abrir y salí hacia el pasillo principal, para muchos el peor de todos, para mí el más doloroso.

Caminé hasta llegar a recepción y me acerqué a la enfermera encargada para preguntar por la paciente, pero enseguida un hombre se acercó hacia mí.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Where stories live. Discover now