𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗘

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Adrian Maxwell.

Un llanto tras otro resonaba en mis oídos, recordándome que nunca anhelé tener hijos. Mis experiencias con bebés, especialmente tras lo sucedido con Loren y su depresión, dejaron cicatrices profundas. Ahora, lidiaba con el constante llanto de ese pequeño por cualquier motivo, y la cercanía me generaba un estrés abrumador.

—¡Por favor, Giovanna, haz algo para que deje de llorar! —le rogué a la niñera con desesperación.

Faltaba menos de una hora para la llegada de Loren con su abogado, y los nervios me carcomían; necesitaba que todo saliera según mi plan, o me vería tentado a tomar medidas drásticas. Mi arma reposaba en el cajón del escritorio, lista para cualquier altercado.

—Señor —dijo Giovanna al abrir la puerta de mi oficina.

—¿Qué pasa?

—El bebé tiene fiebre, debería llevarlo al médico —informó.

—No tengo tiempo ahora; vendrá mi esposa —le expliqué.

—¿La señora Andrea?

Hice un gesto de desagrado y negué.

—Ella no es mi esposa, solo es la madre de Kaleb y ya no vendrá, se fue de la ciudad.

—Sí, señor, pero ya le dije que no le hace bien la fórmula. Es muy pronto para estar lejos de su madre.

Solté un suspiro de fastidio y me cubrí la cara con ambas manos.

—Está bien, tal vez necesite cariño paterno —dije mientras me levantaba de mi silla.

Giovanna me siguió y avanzamos hacia el segundo piso de la casa, llegando a la recámara acondicionada para Kaleb.

—¿Le llevo al bebé? —preguntó al llegar a la puerta.

—Tranquila, yo lo cargaré. Tú sigue estudiando mientras tanto —respondí con calma.

Giovanna había aceptado el trabajo de niñera para financiar sus estudios universitarios; ambos nos beneficiábamos mutuamente. No era la primera vez que me veía cuidando de un pequeño; desde temprana edad, me hice responsable de mis hermanos menores cuando… pasó todo.

Los recuerdos del pasado asomaron, pero como siempre, los aparté para no cuestionar mis decisiones.

—Hola, mi pequeño —murmuré con una sonrisa al acercarme a la cuna de Kaleb, quien continuaba llorando.

Con cuidado, lo sostuve entre mis brazos y confirmé que tenía fiebre, notándolo al instante. Tomé su manita y le planté un beso, reviviendo el primer acto de cariño que compartí cuando lo sostuve por primera vez en mis brazos.

Lo abracé un poco más, procurando no lastimarlo. Amaba su dulce aroma y sus manitas rosadas, pero detestaba escuchar sus llantos cada día.

Este era el sueño de Loren, el mismo que le arrebaté sin piedad una mañana al envenenar su café. No sentía remordimiento alguno por haberlo hecho; lo repetiría cuantas veces fuera necesario para evitar que gestara un hijo nuestro.

—Te amo, Kaleb…

Ese era uno de mis tantos secretos oscuros, resguardados para evitar que mi Loren descubriera la verdad. Había planeado cada detalle con meticulosidad, desde la manipulación de resultados en la clínica de fertilidad hasta el sutil envenenamiento de su bebida en el desayuno que le preparé.

Las noches en vela me perseguían, recordándome el engaño que había tejido con tanto cinismo. Aunque mi corazón se cargaba con el peso de la traición, mi determinación no flaqueaba. Mi visión de una vida sin ataduras se alimentaba de la oscuridad de mis acciones.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Where stories live. Discover now