Capítulo 40

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Narra Horacio.

Me encontraba en el asiento del copiloto del coche de Volkov. No habíamos intercambiado ni una sola palabra. El mayor había decidido pagar la cena aún cuando traté de impedirlo  dado que yo fui quién lo había invitado.

Lo veía de reojo, conducía con cierta rapidez. Yo me encontraba nervioso,  no sabía qué tipo de reacción había tenido, no entendía el ruso.  Durante el trayecto, había veces que volvía a susurrar frases en su idioma que seguía sin comprender.

De un momento a otro llegamos a su apartamento y dejó las cosas en su sofá.

Volkov: Ve arriba.
Horacio: Vale per...
Volkov: He dicho que vayas arriba. -me ordenó casi gritándome-

Sin contestarle subí las escaleras de su ático, donde sólo había una única sala aparte del ropero: su habitación. Hice lo que dijo y esperé ahí. Mientras venía y para distraerme, ya que sin mentir...tenía bastante miedo, observé su cama. Era una doble y estaba bien hecha. Todo en aquella habitación estaba ordenado y en su lugar. 

Sin embargo, pude apreciar una especie de postal o dibujo que sobresalía de un cajón. Me acerqué y la tomé en mis manos.
El sonrojo que llegó a mis mejillas fue inexplicablemente automático. Mis ojos se abrieron como nunca cuando me di cuenta de aquella imagen de dos personajes de anime, ambos hombres, teniendo sexo. 

A Volkov le gusta el hentai gay...

Tuve que devolver lo que portaba en mis manos de regreso a su sitio puesto que escuché unos pasos subiendo las escaleras y los cuales se acercaban hacia donde me encontraba.

Volkov apareció llegando hasta donde  estaba y cerrando la puerta tras de sí.

Horacio: ¿Me vas a decir algo? Y que lo entienda esta vez al menos.

El ruso se acercó lentamente a mí, de una manera intimidante e incluso depredadora. Una faceta que nunca había visto de él, ni yo ni probablemente nadie.
Pero antes de hacer nada, su usual expresión fría le invadió de nuevo.

Volkov: ¿Sabes qué? Este es un buen momento para dejar de ocultar mis sentimientos. Toda mi vida me han reprimido por mostrar lo que siente un hombre. En el ejército querían hacernos a todos de hielo, sin emociones, sólo peones dispuestos a matar al enemigo. Si un compañero moría, debíamos olvidarnos de él sin mostrar nada de afecto. Me hicieron crecer así por muchos años, Horacio, y fue muy duro. -suspiró y se acercó más a mí- Si llorabas te torturaban, si no obedecías te torturaban, si tratabas de escapar te podían llegar a matar, era el infierno. Cuando conseguí escapar de allí cuando disolvieron nuestra base me vine aquí, lejos de aquel internado. Sin embargo siempre va a haber algo que me una a mi familia de Rusia, amo a mis raíces y por eso quise entrar ahí para defender mi país pero encontré una faceta mucho más oscura de la que pensaba. A día de hoy estoy intentando eliminar todo tipo de traumas que me dejaron. Quiero recuperar mis sentimientos y desde que llegaste y comenzaste a mostrar un interés por mí descubrí una manera por la cual pudiese volver a sentir algo en mi vida. Horacio, eres el sol que invade mi invierno.

Antes de que pudiera reaccionar por toda aquella misteriosa historia que nunca llegué a descubrir, su pálida mano se acercó a mi cuello, subiéndola hasta la mejilla para acariciarla. Y se acercó, redujo su distancia para besar mis labios. Fue un recuerdo que nunca podría olvidar. Sentía miles de mariposas azules brillantes revolotear a nuestro alrededor, provocando una sensación placentera con su revoloteo. Sentía que éramos el centro del mundo; un mundo sin tiempo ni lugar. Únicamente nosotros.

Horacio: ¿Me estás diciendo que tuviste que pasar todo eso? -me separé por un momento- Volkov, yo quiero estar a tu lado para afrontar eso y todo aquello que se interponga en tu camino. No sabes la felicidad que me da escuchar esas palabras y de saber que soy algo para tí.

El contrario atrajo mi cintura hacia él.

Volkov: Significas mucho para mí. Te quiero Horacio, estás devolviendo la felicidad a mi vida. Y esto apenas acaba de comenzar.

Sin pensarlo más uní de nuevo nuestros labios. El resto de la tarde la pasamos entre besos, abrazos y alguna caricia que no llegó a más. Tras contarme la historia de su vida y haberme confiado un episodio traumático de su vida no quise ir tan rápido. Al fin y al cabo tendríamos toda una vida por delante para hacer lo que quisiéramos.

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Narra Gustabo.

Me quité el uniforme tras haber estado atendiendo durante todo el día las horribles denuncias de la gente. Hubo varias ocasiones en las que el superintendente entraba o salía de comisaría y desde detrás de la recepción siempre nos mirábamos disimuladamente cuando lo veía.

Para ser sinceros estuvo todo el día en mi cabeza. Imaginé tantas situaciones posibles con él que darían para hacer cinco películas porno. Tenía las hormonas tan alteradas por que llegase la tarde e ir a su apartamento que hubo una vez que no pude aguantar y fui al baño para bajar aquello que se me había puesto tan duro. 

Conway: Buenas tardes muñeca.
Gustabo: Buenas superintendente.

Entré a su coche, eran las 7 pm y comenzaba a oscurecer, por lo que éste encendió los faros del coche. Sin embargo me negó ante lo que había dicho, arrancando el vehículo y conduciendo hacia el destino.

Conway: Superintendente no. A partir de ahora y hasta el lunes sólo me puedes llamar de una única manera. "Daddy".  
Gustabo: Pues papu, como le llamaba hasta ahora.

El superintendente se desvió a una calle sin salida y frenó de golpe. Su mirada no tardó en posarse en mí. Se volteó hacia mi asiento y colocó su mano en mi muslo sin previo aviso, lo cual hizo que me sobresaltara casi emitiendo un gruñido.

Conway: Me vas a llamar como te he dicho, capullo. A partir de ahora me vas a obedecer a todo lo que te puto ordene, sin posibilidad de negarte. Si te digo que me hagas una mamada, me la haces. Si te digo que me quiero comer tu polla, me la como. Si quiero tu puta leche, me la das. Si quiero que te pongas en cuatro, te pones. Si quiero que te toques para mí, te tocas. Si quiero que gimas para mí, gimes. ¿Me has entendido?

Su grave voz se escuchó baja y profunda, para que nadie a nuestro alrededor pudiese escuchar, si es que había alguien, y para provocarme escalofríos acompañados de su tacto en mi muslo que paso a mi entrepierna.

Asentí intimidado y continuamos hasta llegar a su apartamento. No pude volver a formular una sola palabra, me negaba a mostrarme en un estado tan sumiso desde la primera frase que dijo.


Mi superintendente [INTENABO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora