Pesadillas y remordimientos

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Después de salir del desierto de Arabasta unos días después, tuvimos que "pedir prestado" un pequeño barco abandonado de uno de los puertos de Arabasta, y zarpamos de vuelta al Oeste, esta vez con compañía nueva: Irimi.

Fue extraño estar con Irimi en el mismo barco con Ace al lado en un inicio, pero me acostumbré con el tiempo.

Llegamos a una isla cercana a Arabasta y Ace, como siempre, comió sin pagar, mientras que Irimi y yo comprábamos suministros para viajar por varios días y algunas cosas para los desperfectos del pequeño barco que llevábamos.

En un dado punto del viaje, nos detuvimos en una isla peligrosamente cercana a una estación de la Marina, no sabía cuál, pero era riesgoso estar ahí.

Nos hospedamos en un hotel de un pueblo de aquella isla, pero hubo un "pequeño" inconveniente —Lo sentimos, sólo quedan dos habitaciones—Nos dijo el recepcionista —No puede ser...—Dije con una vena asomándose de mi frente.

Irimi, en lugar de proponer que nos fuéramos a buscar una posada donde hubieran tres habitaciones y no tuviéramos que compartir cama dos de nosotros, dijo —¿Por qué no se quedan ustedes dos en una habitación y yo me quedo con la otra?—.

Por su mirada, sabía que estaba haciendo esto a propósito, pero seguía siendo mi superior y no podía desobedecerla, por mera costumbre, porque ya no era más mi superior en realidad.

Ace y yo nos metimos en la habitación que tenía la cama matrimonial, dejamos nuestras cosas y empezamos a acomodarnos para dormir.

—Bien, yo dormiré en la cama y tú en el sillón—Dije pero antes de terminar de asignar nuestros lugares, Ace ya se había quedado dormido de un lado de la cama.

Yo fruncí el ceño, pero me metí al pequeño baño de la habitación y me cambié a mi ropa para dormir: un sencillo y fresco camisón blanco de seda y algodón.

Levanté la manta del lado opuesto a donde estaba Ace y me acosté a su lado, aún incómoda por la situación —Buenas noches, Ace...—Dije antes de apagar la lámpara y cerrar los ojos para caer en un sueño profundo...

Estaba huyendo, corría lejos de la casa de Yomo-san y me dirigía de vuelta al Anteiku para buscar al jefe, a Irimi y a Koma, para ayudarlos en lo que pudiera y lograran escapar.

Estaba empezando a sudar y a cansarme, mis pulmones empezaban a exigir más aire dentro, pero mientras más caminaba por la calle, más se alejaba el Anteiku de mí.

Entonces, cuando la ceniza de lo que alguna vez fue el Anteiku empezó a caer e inundar las calles del distrito 20, vi frente a mí al jefe y a Koma-san, pero estaban envueltos en sangre, tirados a mitad de la calle como cualquier perro callejero que murió por cualquier cosa, ambos estaban con los ojos abiertos sin vida, y delante de ellos estaba Kishou Arima, sujetando un quinque hecho con el kagune de la señorita Ryouko.

Caí de espaldas, horrorizada por la escena frente a mis ojos, cuando Arima se volteó para verme, con una mirada de depredador a punto de cazar y asesinar a su presa...

Entonces desperté dando un grito —¡NO!—.

Mi grito despertó a Ace, que se levantó de golpe y dijo —¿Quién anda ahí? ¿Quién quiere robar mi preciada carne?—.

Yo puse una mano sobre mi pecho y sentí el sube y baja del mismo al tomar aire entrecortadamente, estaba sudando frío y aún no acababa de superar el miedo que sentía debido a la pesadilla que había tenido.

Ace reaccionó y me miró preocupado —Safiye ¿Estás bien?—Miré a Ace y asentí, sujetándome un lado de la cabeza —Sí... sólo fue una pesadilla—Dije volteando la cara en dirección opuesta a él.

Ace tenía una mirada seria que no solía verle muy seguido, se sentó a la orilla de la cama y puso su mano sobre la mía con delicadeza, acariciándola con su pulgar —¿Quieres que me quede contigo?—Me preguntó, y sabía que no estaba jugando ni bromeando, realmente estaba preocupado.

Yo lo miré sorprendida, y por unos segundos nos quedamos así, mirándonos el uno al otro en silencio, hasta que asentí levemente y Ace se metió en las mantas de la cama a mi lado.

Lo abracé para sentir ese calor que emanaba su cuerpo naturalmente, pero me puse a llorar y me aferré a su cuerpo para sentirme protegida de la oscuridad de la noche.

Ace no dijo nada ni se quejó, pero se giró y me abrazó, permitiéndome llorar lo que necesitaba desquitar —Dime Ace... ¿Por qué las personas buenas son quienes más sufren?—Le pregunté aún llorando.

Ace no respondió, estaba acariciando mi cabeza con suavidad, como si fuera una niña pequeña a la que consolar —Porque las personas son injustas...—Me dijo finalmente, como recordando algo.

Me sequé las lágrimas y recosté mi cabeza sobre su pecho —En Tokio... el jefe del Anteiku me adoptó ¿te conté?—.

Las lágrimas empezaron a llenar mis ojos de nuevo —Durante años, incluso Irimi-sempai y los demás chicos del Anteiku pensaban que yo era nieta del jefe, pero ni él ni yo nunca corregimos el error de los chicos...—.

Miré a la nada y recordé cuando el jefe me encontró —El jefe... él me encontró cuando estaba sacando un poco de café de la basura, no sé cómo se dio cuenta de que era ghoul, pero se acercó a mí y me dijo "No deberías estar aquí tú sola, si quieres puedo ayudarte", me extendió la mano y la acepté... en aquel momento estaba desesperada, y no me pregunté las intenciones de aquel hombre mayor...—.

—El jefe tenía un olor a sangre de ghoul y humana, pero era sangre antigua, además de que siempre lo escondía un aroma a café, yo nunca pude comer humanos en mi mundo, su sabor y su olor eran repugnantes, aunque sabía que no podría seguir así para siempre o moriría de hambre...—

—El jefe me inscribió en la escuela con el nombre de "Yoshimura Júpiter", a pesar de que sabía que ése no era mi nombre... nunca le dije mi verdadero nombre, y no sé si lo sabía, pero el jefe me ayudó, y siempre le estaré agradecida por ello pero...—

Las lágrimas empezaron a salir de nuevo de mis ojos y seguí —No pude compensarle lo mucho que hizo por mí... no logré salvarlo esa noche—Apreté más mi cara en el pecho de Ace, queriendo esconderme del mundo y ocultar mi dolor incluso de mí misma.

Ace seguía acariciando mi cabello —¿Por qué piensas eso?—Me preguntó de repente y alcé la mirada, mis ojos aún estaban llorosos —Sí lo compensaste, viviste todo este tiempo, y eso es lo importante—Me dijo sonriendo con seguridad.

Yo sonreí levemente, me recosté sobre él de nuevo y cerré los ojos, sintiendo la respiración de Ace y el latir de su corazón.

El fénix y la rosaWhere stories live. Discover now